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Hay en los equipos de fútbol unas normas de régimen interno que suelen pactar al inicio de temporada el Consejo de Administración, técnicos y jugadores. Sirven para recordar los derechos y obligaciones de los futbolistas para que la convivencia y la imagen del ... club prevalezcan de una forma natural.
La alteración de algunas de estas normas –por algún díscolo de turno– trae consigo la sanción correspondiente, que puede ser, dependiendo de la gravedad, hasta de rescisión del contrato. Son palabras mayores, algo que en pocas ocasiones se ha producido porque los valores que atesora el deporte –entre otros disciplina y compromiso– están muy impregnado entre los deportistas. Paralelo a este código hay otro más informal que no es necesario plasmar ningún documento, ese que técnicos y jugadores acuerdan, sin obligación de que intervenga ningún abogado. Es el que establece el vestuario para que las infracciones menores: impuntualidad, desacatos leves, incorrecciones, etc...
Se sancionan con una multa asumible para alimentar después con el bote la camaradería en un almuerzo o cena. Los componentes del vestuario dicen con grandilocuencia para hablar de ese código: 'Lo que pasa en el vestuario, en el vestuario queda'. Pero establecidas las normas, a veces las incumple quien las establece. Como aquel entrenador que, una vez llegada la fecha de la cena –con el dinero de las sanciones–, invitaba preguntando uno a uno, con la disculpa de saber el número de comensales para reservar al restaurador una mesa corrida o separadas, de una forma muy particular: '¿Tú, Sergio, sí vienes, verdad?'. 'Sí, míster. ¿Tú, Arturo, también? Y así pagas las dos que debes'. 'Sí míster, soy colaborador necesario'. '¿Tú, Pepe, no vienes, verdad?' Pepe sentía que la croqueta se le atragantaba y en un alarde de valor contestatario manifestaba: 'Yo también voy'. 'Tu, José, sigues con el problema de tu familia ¿No vienes, verdad?' 'Míster, le recuerdo que no hay problemas en mi familia. Viven a 600 kilómetros de aquí. Pero no voy'.
Se comentaba que esta forma de preguntar y dar la respuesta a la vez del entrenador debía a las preferencias que tenía con los que más habían aportado en multas y, sobre todo, por su afinidad con ellos en el jolgorio. Que aquellos con poca aportación –por su comportamiento disciplinado y profesional– eran unos muermos en tales celebraciones.
El Racing está en un momento en el que vive de otra norma no escrita: la de los resultados. Esa que flota en el ambiente cuando entras en cualquier campo de fútbol del mundo y a la que muchos aficionados respetan como incensurable e infalible; como la única y la verdadera. Esa que tapa las otras normas escritas y que hace silbar al viento ante posibles incorrecciones, siempre que el infractor de turno haya marcado a cambio suficientes goles o rendido como se desea.
Este es un momento descollante en el que Iván Ania –que me dicen es cercano y claro en la exposición– debe recordar a todo el plantel racinguista, sin excepciones y en torno a una mesa llena, la norma de la sensatez. Algo tan sencillo como que donde caben aplausos, caben reproches. Esta es la visión que un servidor tiene del estado actual del Racing. Que no es malo; va líder.
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