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Aseguran los manuales de autoayuda para empresarios que allí donde el común de los mortales vemos una crisis, los auténticos emprendedores lo que ven es una oportunidad. En el deporte también sucede algo así: la mala fortuna de unos es la ocasión de oro para otros. A fin de cuentas, así han comenzado casi todas las carreras profesionales: una lesión, una sanción o una mala racha, y de repente las puertas que hasta entonces parecían cerradas a cal y canto se abren para que un candidato demuestre su valía.
Y algo así debió de pensar Lucas Díaz, hasta ahora eterno suplente, cuando vio su nombre en todo lo alto de la alineación del equipo. Por fin vería pasar ese tren que, dicen sólo pasa una vez, y al que no queda otra que subirse, aunque sea en marcha. Cierto que debutar en La Florida no parece el sueño dorado de un portero, pero tampoco está la temporada para andar con remilgos. Y menos, después de una temporada y media casi en blanco: sólo tres partidos en Segunda, y este año nada más el desastre copero de Mutilva. Un debut fatídico por partida triple: gol encajado, derrota y eliminación. Javi Rozada, su técnico en el Oviedo unos años antes, tampoco le había dado más bola, y su sustituto parecía seguir el mismo camino, apostando sobre seguro. Pero hasta el que nunca falla, Iván Crespo, lo había hecho el último día, y se avecinaba una revolución, con los veteranos en el banquillo.
Tal vez por eso, se esperaba a un Lucas algo nervioso. Nada que desentonara con el resto del equipo, después del bochorno ante el Real Unión. Sin embargo, el Racing es un club diferente en casi todo y, lo mismo que tras tres naufragios consecutivos mantuvo contra pronóstico a Solabarrieta en el banquillo, llegó a Portugalete con el cuchillo entre los dientes y la lección bien aprendida: si toca fajarse, hasta el más virtuoso iba a meter la pierna. Así lo atestiguaba el barro que lucía en el uniforme Pablo Torre. Y, si a Lucas le pesaba la responsabilidad, lo disimuló bien: el primer balón que apareció volando por su área lo despejó con autoridad. Que no es lo mismo que aplomo, pero también sirve. El siguiente, lo cazó al vuelo.
Claro que la tranquilidad le iría llegando poco a poco, casi al mismo ritmo que a los espectadores de un encuentro tan disputado como soporífero. Los amarillos apenas llegaban, y el juego seguía los cánones de la categoría, esta Segunda B versión norteña, en la que el músculo y el achique siguen pesando demasiado. Partido cerrado, sin ningún equipo enlazando cuatro pases seguidos. El guión habitual, ese que exige dar el máximo en el balón parado.
Hasta que llegó el minuto de locura, con un penalti en cada área. El primero, en la racinguista. La de Lucas. Menudo estreno. Minuto treinta y cinco, y en sus manos el futuro del míster. Justo ahora que confían en él. Después de dos años lijando banquillo, primero a la sombra de Luca Zidane y ahora de Iván Crespo. Como el portero de Handke, seguro que Lucas experimentó miedo, en sus distintas variantes: para empezar, los errores salen caros en este Racing a la deriva. Y luego están las odiosas comparaciones: la altura, la planta, la experiencia... Pero la verdadera valentía consiste en sobreponerse. En encarar al lanzador, Güemes, hasta que un juego de ojos desvele el lugar exacto donde quiere colocarla. Abajo, a su izquierda. Bingo. Aquello no era una eliminatoria ni una final, pero acababa de salvar la cabeza de su entrenador, y además se había ganado el puesto, con toda probabilidad.
Como remate, la siguiente jugada acabaría en penalti a favor. Uno que no se fue a las nubes. De una derrota casi cantada, a una victoria por la que pocos apostaban. Merecida o no, con poco fútbol o nada, pero ¿a quién le importan esos detalles cuando se trata de salir de los puestos de descenso? A partir de ahí, la vida sería bella para Lucas, arropado por una defensa numantina, y hasta por la buena fortuna: el único susto realmente serio, a un cuarto de hora del final, lo anularía el linier con un oportuno banderazo. Y él, hasta este partido un convidado de piedra, lo había hecho posible.
No es de extrañar que los verdiblancos, muchos minutos después, celebrasen la victoria como si fuera un título, con algún rezo de rodillas incluido. Lucas, en cambio, cruzó todo el campo para compartir su alegría con el más inesperado: Iván Crespo. Compañerismo por encima de la competencia, celebrando que ayer Lucas Díaz paró mucho más que un penalti.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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