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Hoy las banderas dejarán de ondear a media asta. El más largo luto oficial de la democracia deja su ceremonia de genuflexión por los fallecidos del Covid-19, pero el racinguismo prolongará esa sensación pensando en la muerte de Manolo Preciado ¿Recuerdan? Nos dejó aquella explosión de rechazo optimista de la derrota: «El sol volverá a salir mañana», dijo. Y en eso estamos.
Manolo Preciado Rebolledo vio la luz por primera vez en El Astillero el 28 de agosto de 1957. Fue un niño feliz, sin excesivas comodidades, pero sin la penuria de otros tiempos más difíciles y dramáticos. Y como todos los niños de la época, creció entre el deber de los estudios y la libertad de jugar al fútbol. Libros en el colegio Kostka, en el Instituto del Barrio Pesquero y en el Instituto José María Pereda. Y balones y carreras en los recreos escolares, en el equipo infantil del Sardinero y en los juveniles del Racing, club que le abriría el camino del profesionalismo. Luego jugaría en el entrañable Rayo Cantabria, entonces filial del Racing.
Como jugador era un lateral izquierdo rápido y buen marcador, con el secreto de saber anticiparse a su rival. Pero también destacaba en el vestuario. Era un gran compañero. Siempre leal, y siempre mostrando el aspecto más positivo y optimista, tanto en el orden deportivo como en el humano.
El 5 de abril de 1978 tuvo la ocasión de debutar en Primera División con el Racing gracias a un entrenador que sería muy importante en su carrera deportiva: Nando Yosu. Aquel día Yosu presentó en Salamanca un equipo formado por Damas; Díaz, Arteche, Madariaga, Portu; Sergio, Juan Carlos, Rojo; Víctor, Quique y Barrero. Y Preciado salió en la segunda parte por Portu. Nando Yosu confiaría en él. Le incorporó al primer equipo del Racing en la temporada siguiente y él respondió jugando 32 de los 34 partidos de Liga. E incluso fue convocado por José Emilio Santamaría a la selección nacional sub-21, aunque no jugó.
En 1981 viviría con el Racing una de sus mayores satisfacciones. Era el capitán de un equipo dirigido por Manuel Fernández Mora, Moruca, que en su gran mayoría eran chavales de la cantera con los que ascendió a Primera División. No me resisto a recordar sus nombres: Alba, Moncaleán, Sañudo, Villita, Ruisánchez, Mantilla, Chiri, Ruisoto, Manolo Díaz, Piru, Quique, Juan Carlos, López, Javi Díaz, Toño, Herrero, Víctor, Mazón...
Cuando terminó su etapa como jugador racinguista, fue Nando Yosu quien le llamó para formar parte del Linares C. F., entonces en Segunda División. Luego jugó en el Mallorca, Deportivo Alavés, y Orense, donde también estuvo a las órdenes de Nando Yosu. Después regresaría a Cantabria, a la Gimnástica de Torrelavega, donde se despidió como jugador profesional y comenzó su brillante carrera de entrenador, otra faceta en la que destacaría.
Hay reflexiones que descubren las grandes oportunidades perdidas. En el Racing, una de esas oportunidades aún no encontradas, tuvo como protagonista a Manolo Preciado. Tras comenzar como entrenador en la Gimnástica subiendo al equipo a Segunda B en 1996, se incorporó al Racing en la temporada 1997-98, tras ser cesado Marcos Alonso en el Racing para ser el segundo de Nando Yosu. Luego prosiguió su carrera de técnico en el Racing B, con el que también consiguió el ascenso a Segunda B. Y cuando el Racing, con Quique Setién, consiguió en 2002 el último ascenso a Primera División, Quique se encargó de organizar la estructura deportiva del club poniendo a Manolo Preciado como entrenador del Racing.
Era el tándem perfecto para un club modesto. Eran dos personas que se entendían como hermanos de fútbol. Pensaban en la fortaleza y en la motivación de la cantera, planificaron todo para actuar conjuntamente, sin fisuras, y buscando el máximo provecho del enorme vivero que el fútbol cántabro ha demostrado poseer en el panorama deportivo nacional. Pero cuando el proyecto comenzó a funcionar, la llegada de Dmitri Piterman, con su lamentable y egocentrista manera de entender el trabajo de los entrenadores, espantó a ambos.
La honradez de Manolo Preciado volvería a demostrarse en Santander cuando volvió a tomar las riendas técnicas del club en la temporada 2005-06 ¿Qué entrenador es capaz de dimitir al comprobar que no podía sacar más rendimiento de los jugadores? La respuesta es Manolo Preciado. Entrenó al Levante Unión Deportiva (2003-04), al que ascendió por segunda vez en la historia a Primera División. Luego dirigió al Murcia (2004-05) y finalmente al Sporting de Gijón (2006-12), donde se convirtió en uno de los entrenadores más queridos y emblemáticos, subiendo al equipo a Primera División en 2008.
Preciado hizo cosas grandes en Gijón. Su secreto, además del trabajo, fue el derroche de nobleza, de compromiso, de lealtad y de compartir la felicidad que le daba el fútbol entre quienes le rodeaban. Incluso acabó con la intensa rivalidad entre sportinguistas y racinguistas. Cuando tenía 54 años y se encontraba en el apogeo de su carrera como técnico, a Manolo le falló el corazón. Acababa de aceptar un contrato para dirigir al Villarreal.
Manuel Preciado Rebolledo nos dejó escrito un manual para ganar y para vivir. Lo hizo sobre el campo de fútbol, pero también en todos los demás aspectos de la existencia. Remontó el marcador adverso en situaciones que llevarían a cualquiera a la desesperación. Sufrió la muerte de su esposa, de su hijo y de su padre como si le amputaran las extremidades y órganos más vitales de su alma. Pero nos enseñó a levantarnos con su elocuencia: «La vida me ha golpeado fuerte. Podía haberme hecho vulnerable y acabar pegándome un tiro, o podía mirar al cielo y crecer. Elegí la segunda opción».
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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