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«Ven, pasa por aquí». Los ojos del niño se abrían de par en par. Era uno de tantos pequeños –más de veinte– que aguardaban, móvil en ristre, su momento para fotografiarse con Pablo Torre. El de Soto de la Marina rompió el protocolo de ... seguridad —una cinta que separaba el público de los jugadores– para que los chavales se acercaran. Firmó autógrafos y se hizo selfis con quien quiso. 'El hombre de la semana' también lo fue este domingo. Lo fue después del partido, con sus detalles de cercanía con quien le requirió, lo fue antes -cuando las portadas de los medios locales hablaban de él más que del partido- y lo fue, como siempre, durante el encuentro, donde cada vez que tocó la pelota nadie quería perderse lo que hacía. Quizás por eso fue capaz de dejar oijpláticos a los centrales del Talavera cuando apareció de la nada para marcar el gol de cabeza –el tercero en apenas una semana y media– que ponía líder en solitario al Racing. Fue tan incontestable, que incluso en la grada de El Prado sonaron los aplausos. Un toque del más listo de la clase que con sus 169 centímetros les robó la cartera a todos.
No es sencillo ser el mejor cuando todo el mundo sabe que lo eres. Cuando se espera que lo demuestres en cada pelota que tocas, pero Pablo Torre asumió el reto. En la primera parte del duelo, mientras le duró la gasolina, firmó un pacto con Marco Camus –conexión La Albericia– y se adueñó de la manija del partido. Cayó entre líneas, apareció al espacio, sorprendió desde la segunda escena e intimidó en la frontal del área rival. Se llevó algún recado por conducir en exceso, pero no se arrugó. Hasta el punto que se encaró con alguno de sus marcadores. Orgullo juvenil.
«Pablo, Pablo...», se escuchaba desde la grada. Una y otra vez. A veces la modestia del fútbol sencillo se mide por la distancia que hay desde las gradas a los jugadores y ayer, en El Prado, era mínima. Quizás por eso el público pudo comprobar más cerca que nunca de lo que es capaz. «Pero, ¿se va a quedar en el Racing?», preguntaban los aficionados incrédulos del Talavera que disfrutaban, con el gesto contrariado, cada una de las diabluras que intentaba en el césped. No todas le salieron, evidentemente, pero...
Y entonces, en una de esas, recibió un balón en el centro del campo y abrió a banda para que corriera Marco Camus. El santanderino no perdonó en la carrera y puso un centro a la olla y allí sólo apareció Pablo Torre. En la ciudad condal han cautivado sus desbordes, su capacidad para asociarse y su posible filosofía tan similar a la de La Masía para adoptarle los próximos cuatro años y no tanto su facilidad para rematar de cabeza. Este último atributo no es, a buen seguro, uno de los argumentos que han justificado su compra, pero de un tiempo a esta parte parece que ha decidido incorporarlo a su repertorio.
Torre remató con intención donde duele, al hierro de la portería y antes de que el balón entrase, él ya corría en dirección al fondo donde los aficionados del Racing gritaban su nombre enfervorizados. Se acercó. Se acercó tanto, que se convirtió en uno de ellos. Tanto... Que no dudó en aceptar el sombrero con alas, en color fosforito, con el que los miembros de la Peña Vindio Sotileza aparecieron en Talavera a primera hora de la mañana. Y se lo puso. Y celebró el gol vestido de vaquero al más puro estilo de un dibujo animado de Walt Disney. Era normal. Después de una semana en la que casi le han quitado el nombre, cómo no permitirse una licencia así después de marcar el gol.
A todos les pareció correcto, menos al trencilla que se acercó donde el canterano y antes de que se descubriese le mostró la tarjeta amarilla. «No, hombre, no», se escuchó gritar. Si uno le pone empeño es capaz de seleccionar lo que quiere oír en medio de una multitud y eso fue lo que dijo el de Soto de la Marina mientras devolvía el sombrero a la grada. Gol y tarjeta. Algunos dirán que fue una novatada. Un desliz de juventud que tendrá que corregir con el tiempo. Los reglamentos no entienden de permisos.
En el descanso, los comentarios en la grada giraban en torno al joven futbolista. Los unos no podían creerse que el más pequeño fuese capaz de ganar a los más altos, «por mucho que sea del Barça». «Eh, que todavía no lo es», replicaban los otros. El partido era el escenario o la excusa; el atrezzo perfecto que había detrás de una película protagonizada por Pablo Torre. Desde el jueves, el racinguismo se muerde el labio inferior en señal de resignación por la marcha de su perla, aunque no duda en sacar pecho cuando le nombran el tema. Después de más de cien años exportando talento no debería de extrañar, pero...
En la segunda parte, la energía se fue agotando, quizás por el peso de una semana muy distinta a las habituales. Con la falta de esa chispa, las acciones de Pablo empezaron a convertirse en normales. Sin duende. Y fue entonces cuando su entrenador decidió privar a Talavera de disfrutar de un retazo del fútbol de élite. Fue sustituido por Borja Domínguez y fue aplaudido por todos los que acudieron al campo. Incluso los policías, en la banda, aprovecharon el lance para agradecerle su paso por El Prado. No fue su mejor actuación, pero lo que hizo fue suficiente para desmarcarse de los demás. Como también sus detalles de proximidad con los pequeños y con los que fuera del estadio quisieron tener un recuerdo con él. Le esperaron y no fue en balde. Es posible que la majestuosidad del mundo al que se encamina le pueda robar cierta inocencia, pero ahora mismo el genio racinguista es un tipo normal capaz de hacer cosas extraordinarias. Y en medio de eso se recordará su gesto; en el centro del campo, se señaló la cabeza y exclamó: «Mi cabeza está aquí». Por si alguien piensa que va a dejar al Racing antes de tiempo.
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