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La velocidad espídica a la que de pronto evoluciona la carrera de Pablo Torre contrasta con una vida en primera; siempre con el limitador de velocidad, de un futbolista que destacaba desde cadete pero que ha crecido sin estridencias. Intentando, incluso, no llamar la ... atención, aunque era imposible no hacerlo dentro del campo.
Por echar mano de un ejemplo emblemático, la situación antagonista a la que experimentó Jonathan Valle: una vida a toda velocidad de la que por cierto fue testigo indirecto un Esteban Torre, que compartió vestuario con la entonces incipiente estrella del Racing, cuando Gustavo Benítez le convocó con solo 14 años para hacer la pretemporada con el primer equipo. Cierto que también el entorno personal era diametralmente distinto, pero Esteban no quería que a su hijo le ocurriera lo mismo que a aquel chaval que parecía mejor que Iniesta y no lo demostró del todo. Una familia discreta, cordial en el trato corto, pero poco amiga de protagonismo. Esa filosofía se trató de trasladar en casa a aquel niño que despuntaba. Lo consiguió solo en parte, porque evitar que destacara cuando se calzaba las botas y salía al verde era imposible.
La carrera de Pablo Torre se ha forjado bajo la mirada de su padre, acompañada de refilón por la de Quique Setién, amigo íntimo de la familia desde que ambos coincidieron en el Racing de los noventa. Arropado por un entorno que se ha preocupado por no quemar etapas demasiado pronto; con los pies en el suelo.
Si en lo futbolístico ha heredado, elevándolo al superlativo, el talento de su padre, sigue un patrón similar en su faceta pública. Siempre discreto, el Racing decidió de común acuerdo con la familia que no diera entrevistas ya desde su debut en el primer equipo. Por protegerle o por no endiosarle o quizá un poco de cada. Hasta hace poco tiempo, ni siquiera aparecía en las ruedas de prensa. Los periodistas podían pedir su presencia, sí, pero con decir que no bastaba.
Así ha sido desde el principio. Hace ya unos seis años que se hablaba que el hijo de Esteban apuntaba alto. Lo barruntaba incluso el siempre prudente Santi Gutiérrez Calle, viejo coordinador de La Albericia que ya jubilado iba a ver aquel chaval –como a tantos otros, pero en él se fijaba más– y a charlar con Esteban. En ocasiones, cuando algún padre se entusiasmaba demasiado con el futuro de su hijo, le invitaba a fijarse en Pablo desde la experiencia de tantos años, de tantas décadas, formando racinguistas.
Ya entonces pudo irse a otras canteras, pero prefirió quedarse en Santander. En casa; tutelado por unos técnicos conocidos y por su propio padre, que también llegó a entrenar al Rayo Cantabria.
El mundo de Pablo siguió siendo el de Santander y Soto de la Marina, donde los Torre –su tío Pablo, concretamente– aún conservan el negocio familiar, un camping junto a la playa de San Juan de la Canal que ya forma parte de la idiosincrasia del pueblo.
Ahora, con menos transición de la que tuvo para dar el salto de las Instalaciones Nando Yosu a los Campos de Sport, tendrá que afrontar el aterrizaje en el Camp Nou sin pasar por La Masia. La estructura de club del Barça le protegerá de nuevo, con más medios y esa burbuja de cristal en la que encierran a sus futbolistas. La presión mediática será otra, pero por el momento ha demostrado saber gestionarla. El reto es vital y futbolístico.
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