'La Pantera' espera su momento
El exverdiblanco Sekou Gassama cruzará de nuevo su camino con el Racing hoy en Elda, a donde llegó en el mercado de invierno
El fútbol no siempre premia al mejor, pero sí suele poner a prueba a los que no se rinden. En el caso de Sekou Gassama ( ... Granollers, 1995), su carrera ha sido una sucesión de tramos cuesta arriba, tramos cortos de llanura y alguna bajada brusca. Hoy el Racing se lo encontrará en Elda, en el Pepico Amat (18.30 horas), con otra camiseta, otro escudo, otro intento. Y aunque ya no vista de verdiblanco, el cuerpo sigue siendo el mismo. Casi metro noventa de potencia, de juego de espaldas y de duelos ganados por insistencia y músculo. A la espalda, como siempre, su apellido, Gassama. Pero los que le conocen saben que hay un apodo que lo persigue como un eco constante, 'La Pantera'. Así celebra sus goles, con una imitación felina que mezcla velocidad, tensión y gesto contenido. Es su manera de decir: «Aquí sigo, que no me doy por vencido». Una celebración que los racinguistas no quieren ver hoy.
Sekou es el segundo de cuatro hermanos. En la familia Gassama el deporte no se elige, se hereda. Mamadou, el mayor, es extremo en el Sporting de Portugal; Kaba, la pequeña, fue pivote de la selección española femenina de balonmano; y Goundo, la menor, una de las porteras más prometedoras de categorías inferiores de España. El balonmano corre en la sangre familiar, tanto que Sekou también lo probó. En Granollers, donde crecieron, no jugar al balonmano es casi una ofensa, pero el balón que se le quedó pegado a los pies fue otro, el de cuero. A pesar de los consejos, a pesar de las oportunidades que le ofrecieron desde el club de su ciudad, eligió el césped. Y esa elección fue la que marcó el resto de su historia.
Sus padres llegaron de Senegal buscando una vida mejor. Su padre, Issaga, lo hizo sin papeles, como tantos otros en aquellos años en un viaje de esperanza y sacrificio. Su madre, Foune, cargó con todo el peso familiar hasta que pudieron reunirse, sosteniendo la casa y a sus cuatro hijos. Sekou creció en ese contexto de esfuerzo callado, en un hogar donde nadie esperaba que las cosas llegaran sin trabajo y dedicación. Aprendió desde niño que nadie iba a regalarle nada. Ni en casa, ni en el barrio, ni en el campo.
En ese escenario, Sekou fue dando sus primeros pasos. Entre 2004 y 2007 pasó por La Masía siendo un niño. Aquella época estaba llena de promesas y de un futuro por construir. Pero nada es lineal en el fútbol y tampoco en la vida de Sekou. A los doce años se marchó al Damm, donde comenzó a mostrar su versatilidad. Cambió de posición casi cada temporada: lateral, central, mediocentro... Hasta que alguien vio en él el ariete que llevaba dentro. Tenía físico, zancada, hambre y un espejo en el que mirarse, Didier Drogba. No por el glamour, sino por la forma de rematar la vida, la resistencia, el poder para levantarse después de cada caída.
A los 18 años ya le había fichado el Almería para su filial. Ahí empezó un largo peregrinar por filiales y cesiones, una carrera de fondo sin pausas. Almería B, Valladolid B, Mestalla, Rayo B. En cada equipo, un intento. En cada cesión, una prueba. Ni una sola temporada entera con continuidad. Cada lesión, un paréntesis que le obligaba a empezar de nuevo. Cada oportunidad, un sprint sin garantías. Esa realidad, tan dura como común, es la que ha marcado toda su trayectoria.
En Málaga tuvo algo parecido a una tregua. Pudo jugar, marcar y ser importante por momentos. Fue un pequeño respiro que le permitió regresar a Valladolid y asomar en Primera División, aunque fuera de forma intermitente. En 2022, el Racing le trajo cedido. Guillermo Fernández Romo le dio minutos, jugó 836 y marcó un gol. No fue mucho, una ventana abierta. No se quedó. Quizá la continuidad le sigue siendo esquiva, pero la voluntad permanece intacta.
Ha marcado un gol en Elda
Ahora está en el Eldense. Firmó hasta junio de 2025, sin grandes declaraciones ni promesas altisonantes. No hace falta. Él habla otro idioma. El del esfuerzo silencioso, del trabajo diario, porque ya sabe que el fútbol no premia a quien más sueña, sino a quien más resiste. Cuando marca —y ya lo ha hecho en Elda— se agacha, tensa el cuerpo y su gesto recuerda a una pantera que acecha. Esa celebración, que mezcla tensión y elegancia, no es solo un ritual, es una advertencia, una llamada silenciosa. Aún no se ha rendido, todavía no ha dicho su última palabra.
En el fondo, Sekou es la personificación de esa idea, un futbolista que no llegó en la forma esperada, pero que no se cansa de intentarlo. Que pisa y pisa el área, que se repone de cada caída, que cambia de club y de rol sin perder la fe en lo que puede ser. 'La Pantera' que acecha en cada esquina y espera el momento justo para saltar. Y mientras tanto, sigue ahí, jugando su partido, celebrando sus goles con la potencia y agilidad de un felino.
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