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He perdido un papelito que tenía yo apuntado; se me olvidará un encargo que tenía por hacer», cantaba Santiago Auserón en su primer disco como ... Juan Perro, allá por el siglo pasado. Ayer en el Ciutat de València, sin embargo, el papelito lo tenía Andrés Martín.
Nos lo chivó la televisión, que cazó el momento exacto –minuto ochenta y dos– en que el correo del Zar le entregaba una misiva secreta. De Miguel Strogoff haría Jeremy, que le trajo una carta en papel, casi como las de antes, aunque sin sobre ni matasellos. Un papelito doblado por la mitad, vamos.
Imaginamos que allí apuntado habría un plan estratégico, un análisis en profundidad o el mapa del tesoro, porque ya tenía que ser un mensaje complejo para que el míster se decidiese por la comunicación postal, en lugar de enviárselo por Radio Macuto. O por el método clásico de transmisión desde la banda, ese que comienza por un silbido, sigue con cuatro voces y se remata con unos toques de mímica.
Así, lo que queda claro es que el Racing se toma la comunicación muy en serio. Será por eso de profesionalizar toda la estructura del club, claro, que no se trata de hacer una chapuza y que aquello termine como el teléfono escacharrado. O, peor aún: que lo oiga el enemigo, y te chafe los planes. Mucho mejor, entonces, anotarlo todo en un papel, que lo escrito se lee.
Total, que no sabemos qué pondría el dichoso papelito. El Racing, por entonces, más que un cambio necesitaba un milagro, y la verdad es que siguió haciendo más o menos lo mismo que hasta entonces: atacar con peligro y defender con más peligro todavía. Pero bueno, funcionar, funcionó: Andrés acabó colgando maravillosamente un balón que remató Javi Castro con tanto ímpetu que casi mete al portero para adentro.
Pero lo mismo dio: a renglón seguido, el Racing perdió los papeles y encajó el tercero, perdiendo no solo el partido sino el golaveraje particular con el Levante. Eso sí, ¿qué haría luego Andrés con el papelito? Porque tampoco era plan de tirarlo al suelo, como si fuera una bolsa bocadillera. A ver, que el papel contamina poco, pero sigue siendo de lo más incívico. Y además, como para dejar por ahí los planes secretos del míster, que lo encuentre un jugador rival, dé la alerta y luego se monte una como en las guerras de Gila. A ver, que todos los equipos se espían entre ellos, pero tampoco se lo vas a poner tan fácil, ¿no?
Lo suyo, vamos, era guardárselo en el bolsillo, bien doblado, y luego ya al terminar buscar una papelera. El problema, sin embargo, era dónde. Porque con eso de la aerodinámica, el diseño y la funcionalidad, a nadie se le ha ocurrido esconder un bolsillo en las equipaciones de los futbolistas. A ver si los de Austral fichan a Q, ahí les dejo la idea. O eso, o que alguien le diga a los jugadores que se acerquen al banquillo cuando necesiten instrucciones. Que lo mismo funciona igual de bien que los papelitos, ¿eh?
Eso sí, menos mal que a Andrés Martín aquel disco le pilló muy niño, porque sino igual hubiera acabado tarareando el final de la canción: «¿Dónde está mi papelito? ¿Se lo habrá llevado el viento? Hace un rato me sentía tan contento…».
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