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«¡Me ha tocado, me ha tocado Pablo Torre!», gritaba una de las niñas que se habían arremolinado en torno al canterano para hacerse una foto con él y que les firmase un autógrafo al término del entrenamiento. El de Soto de la Marina fue ... este jueves uno de los jugadores más solicitados junto a Cedric y Soko por los chicos y chicas que se acercaron hasta las Instalaciones Nando Yosu de La Albericia para disfrutar de la sesión de puertas abiertas que el Racing realizó para aprovechar la jornada festiva y para que los aficionados, sobre todos los niños, pudieran acercar se a los jugadores.
Exceptuando el Día de Reyes, cuando el Racing organizó una jornada similar, pero en aquella ocasión en El Sardinero, no es habitual que el equipo ofrezca un entrenamiento abierto al público, por lo que no era cosa de desaprovechar la oportunidad. Al menos eso debieron de pensar un buen número de adultos que acudió solo, sin críos, quizá con cierto 'mono' de ver al equipo. Entre chicos y mayores la escueta grada de La Albericia rebosaba vida. A la entrada uno de los operarios pulsaba un contado manual cada vez que alguien atravesaba el portón verde. Cuando llegó a 300 dejó de contar. No cabía un alfiler más.
«Yo he venido a ver al Racing porque estoy de vacaciones y además me gusta mucho, no me pierdo ningún partido, los veo todos con mi padre», dice Miguel.Tiene once años y luce la camiseta de Pablo Torre con orgullo. «Es mi favorito», comenta, y mientras habla lanza miradas de soslayo al césped. No se quiere perder ni un detalle. En el 'prao' Romo alecciona a sus jugadores y se escucha algún tímido aplauso cuando los jugadores disparan a puerta o hacen un regate.
Y si los chicos no podían apartar los ojos del campo, a los jugadores también se les escapaba alguna mirada furtiva a la grada y una media sonrisa cuando recibían ovaciones, aplausos y '¡uys!'. Y es que en algunos casos sus hijos también estaban entre el público. Al terminar el entrenamiento los dos pequeños de Cedric no dudaron en saltar al campo para abrazar a su padre, y lo mismo paso con el hijo de Sergio Marcos. «¡Soko, Soko!» gritaba un grupo de niños, cuando se dio cuenta de que dejaba de rodar el balón para llamar la atención del camerunés. Aguardaban impacientes el momento que estaba a punto de llegar. La plantilla dedicó un caluroso aplauso a todos los aficionados antes de dar por concluido el trabajo sobre el campo y empezar otra tarea: repartir autógrafos y hacerse fotos por doquier.
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