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Hay actitudes clásicas en el aficionado racinguista que a primera vista pueden parecer exageradas, incluso incomprensibles, pero a poco que uno profundice en el sufringuismo cobran todo el sentido. Una muy típica es, por ejemplo, es la que se condensa en esa frase lapidaria de « ... rompo el carnet y lo tiro a la bahía». Que, por cierto, este año parece que no va a pronunciar nadie, afortunadamente. Como tampoco hay que lamentar la apuestas ciegas en las rebajas de enero.
Pero otra mucho más llamativa es la que va de las palabras a los hechos, y es la decisión que toman muchos seguidores verdiblancos de dejar de acudir a los Campos de Sport. Y con una versión mucho más radical, incluso hay quien prescinde hasta de ver los partidos por la tele, y se conforman con seguir a su equipo por la prensa. Todo, por no sufrir. Le ocurre a Alberto González, mi suegro, que no pisa el campo desde hace décadas, y a otro Alberto, Santamaría –el poeta, no el periodista–, que prefiere ni verlos; los dos me explicaron exactamente lo mismo: «no puedo ir porque me pongo muy nervioso». El caso es que yo no lo entendía, la verdad. Siempre me había parecido una exageración, que no podía ser aquello de renunciar a vibrar con tu equipo cada jornada. Pero claro, precisamente esa es la cuestión: el exceso de vibraciones. Hasta ahora.
No sé si será por el famoso rocanrol, o cosa de la edad, que ya no está uno para tantas emociones. Y es que normalmente el Racing juega con las emociones, pero para partidos como el de ayer hace falta un corazón a prueba de bombas. A lo de empezar perdiendo, me temo, no nos vamos a acostumbrar nunca. Después de toda la semana paladeando el liderato, y con los antecedentes del seis a cero en la última jornada en casa, difícil no contar con una victoria fácil. La ilusión del forofo, claro, que adoramos engañarnos a nosotros mismos. Y menos mal que el equipo remontó relativamente rápido, pero durante todo el partido sería imposible estar tranquilo. Sobre todo, después de haber perdido la cuenta de los goles anulados al visitante Lobete.
Si a eso le añadimos un árbitro peculiar, con demasiada tendencia al protagonismo y sin el menor interés en comprobar qué ocurría de verdad en las áreas, al final uno se pasa el partido en vilo. Es decir, con tanta tensión que acaba el partido casi igual de cansado que si hubiera estado corriendo sobre el césped.
Vamos, que al final va a ser verdad lo de la comunión entre la plantilla y la grada, y todo aquello de que el público es el jugador número doce, porque el Racing aprieta tanto que cuando te quieres dar cuenta tú mismo estás con el corazón desbocado, como si hubieras corrido la banda junto a Sangalli, te hubieran atizado todas las patadas que se ha llevado Karrikaburu y encima el colegiado te hubiera dicho que dejaras de tirarte, como a Juan Carlos Arana. O sea, que hay que estar en forma pero de verdad, porque a poco que te descuides acabas en coronarias, sea por un mal despeje de Saúl, un fuera de juego que tardan en pitar o un gol de esos que te clavan a destiempo, cuando más duelen.
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