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No piensa perdérselo y no quiere que pierda ninguno. Así anda Miguel Ángel Portugal (Burgos, 1955) estos días previos al partido Burgos-Racing del domingo. «La pena es que no voy a poder estar en el campo», lamenta. Al míster le coge fuera de su ... Burgos natal, donde nació y donde se formó como futbolista. «Va a ser un partido bonito, bonito», adelanta quien conoce perfectamente a ambos clubes y quien es parte de su historia.
Con 'Portu' en el banquillo del Racing empezó a gestarse la mejor etapa de la entidad. Su llegada a Santander en 2006 le hizo disfrutar al equipo «de una temporada muy cómoda y tranquila en Primera División». Su educación y su mesura mantuvieron al racinguismo enganchado en aquellos años de cambios de accionistas y miedos institucionales. «Lo recuerdo con mucha ilusión, con alegría. Nos lo pasamos muy bien y tengo muy buenos amigos por allí», señala el entrenador del traje bien planchado y bufanda al cuello, que se calaba la gorra para dar lecciones de fútbol. Su chándal y silbato. La libreta en la mano y la charla de tú a tú con el jugador. De la escuela de siempre.
No rehúye hablar del pasado, pero advierte de que «el duelo del domingo va a ser muy igualado; el Burgos en casa es fuerte, fuera baja mentalmente, y el Racing marca muchos goles y es ofensivo. Será muy bonito de ver». Para el míster, este Racing le recuerda al suyo. Tiene detalles que le hacen muy similar. «A nosotros nos costó arrancar, luego ya jugamos bien y fuimos mejores. Con José Alberto también ha pasado. Le costó y ahora mira». Su Racing acabó décimo después de «ir en una zona muy tranquila, muy fácil y a gusto», añade, al tiempo que se fija en el de ahora y señala que «está en la zona donde las posibilidades de play off son muchas y eso es otra historia. Está entre los equipos que partían con aspiraciones y él se ha metido sin que nadie se lo esperase. Ese factor sorpresa en el fútbol es oro». El equipo que cogió José Alberto también acabó entre los diez primeros en su primera campaña y luego... ¿Quién sabe?
Ahora tiene un poco más de tiempo. No descansa del todo; imparte conferencias, prepara nuevas metodologías y sigue con la maleta preparada. Le dedica un poco de tiempo «al pádel, al ejercicio, a la bici y a la familia», pero no pierde ripio del fútbol que le rodea. «Sigo de cerca, sobre todo a los equipos que entrené como al Racing, Granada, Valladolid, Córdoba... Del Racing lo que puedo destacar es que es muy ofensivo. Da gusto verle».
El racinguismo y sus locuras le han hecho estar más atento. El desembarco que se espera después de agotarse las entradas adelanta una buena tarde de fútbol en El Plantío. «Es un buen sitio para disfrutar del partido. Es una plaza, como Santander, donde se respira fútbol por el ambiente. Además han dejado muy bonito el estadio después de la remodelación que le han hecho, muy coqueto, recogidito y con la gente muy encima».
Se calcula que habrá 3.000 racinguistas y para Portugal «es algo normal; hace tiempo que no está el equipo tan bien y lo necesitan. Se merece volver a su sitio». Se le nota en la voz y en el rostro el cariño que le tiene al club «donde empecé a entrenar en Primera». Eso sí, pide que no le hagan elegir entre papá y mamá: «No quiero que pierda ninguno, ni Burgos ni Racing».
Portugal no fue un entrenador más en los 111 años porque su etapa coincidió con una era dorada del club. «Fueron los años de Munitis, de Zigic, Serranito... De buenas tardes. Claro que sí». Él no lo dice, porque siempre fue un señor de palabra justa y de poco autohalago, pero fue él quien echó al 'prao' a una de las últimas estrellas de La Albericia: Sergio Canales. «Le pusimos a torear, le echamos a la plaza». Sonríe, pero no quita razón. El burgalés al llegar a Santander preguntó al presidente, por aquel entonces Francisco Pernía: «¿Dónde está ese rubito? Tráigamelo y que entrene con nosotros». Y así fue como le dio la alternativa. «Le conocía de juveniles, de mi etapa del Castilla. Un profesional y mira dónde llegó».
Y tampoco lo dice, pero a él se le debe que el Racing diera un bombazo de doce millones de euros -algo impensable en estos tiempos- en apenas un año con el traspaso de Zigic. «Lo vi en Serbia. Estaba yo en el Real Madrid y fui a ver a un lateral y le vi a él. En el Racing le dije al presi: «Tráelo, que ganáis dinero». Lo fichó en seis millones de euros y lo vendió al año siguiente en 18. Por cosas como esas, 'Portu' no es un técnico más. Y por su prestancia y sensatez. La afición lo quería. «Siempre me he sentido muy querido. En la primera etapa las cosas fueron muy bien, pero en la segunda no tanto y siguió el cariño de la gente».
Pasa revista: «Pinillos, Colsa, Munitis, Juanjo... Cali (el médico). Un profesional. Siempre rutando, pero una persona espectacular». Desde la temporada con Jabo Irureta (1993-94) el Racing no sabía lo que era acercarse a los puestos altos de la clasificación en Primera, así que la campaña 2006-2007 fue lo más parecida a un premio. «Luego fue mejor. Al año siguiente llegó la UEFA. Se había hecho una buena plantilla, se reforzó y llegaron los frutos». Quién mejor que él para saber que en el fútbol hay ciclos, rachas, dinámicas... Que te colocan donde nadie se imaginaba. «Es así. Lo hemos visto muchas veces y el Racing está ahora con el Valladolid, el Levante, Eibar y esos equipos que quieren subir, pero no hay sitio para todos. Es muy difícil, pero el Racing está donde hay que estar».
Sobre su futuro, no se pone fecha ni tiene prisa, pero no niega que quiere volverse a calar la gorra. «Quiero entrenar, ahora hace falta que alguien me quiera contratar (risas)». El míster reconoce que ha tenido posibilidades, porque sigue teniendo ambiciones. «Me han llegado cosas de fuera, pero es cierto que para salir y dejar a la familia necesito un equipo que me de posibilidades de jugar la Copa Libertadores. La he jugado tres veces y eso sí me motiva». Ha entrenado en Brasil, Argelia, India y en Bolivia, donde incluso ganó el Torneo de Clausura en 2013, tras su salida del Racing.
Siempre ha tenido la maleta abierta, porque sabe que «este oficio es así», pero no le pone freno a nada. Si llega a casa y dice que se va a la otra punta a trabajar «nadie se sorprendería».
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