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133 kilómetros separan Amorebieta de Pamplona, que está a 99 de Vitoria. Como el triángulo es irregular (de hecho no es estrictamente un triángulo) entre Amorebieta y Vitoria hay 53. Casi 300 kilómetros. Son las cifras vitales de un tipo que iba para opositor y se convirtió en futbolista. Son los que conducía diariamente Jon Ander Pérez (Vitoria, 1990) hasta hace unos meses mientras su familia se mordía las uñas. Pero estaba feliz. Dicen que sarna con gusto no pica y el fútbol le había dado la pequeña recompensa de sentirse así profesional. Jon Ander era un futbolista aficionado y entrenador vocacional surgido de las ruinas del Aurrera que sentía que se le había pasado la oportunidad, así que cuando tuvo la ocasión de jugar en Segunda B no se lo pensó. A sus 27 años, no iba a ser nunca más el delantero de un equipo de pueblo. O sí, pero en Segunda B. Así que aceptó peregrinar diariamente desde su casa en Vitoria a Pamplona para ir al colegio donde acababa de encontrar trabajo como profesor de Educación Física y a Amorebieta para entrenar. Y vuelta a la ciudad blanca. Proletario del fútbol que se pagó los estudios mientras jugaba y trabajaba no se iba a arrugar por ese nuevo desafío.
Durante años se sintió algo raro en su Vitoria, una ciudad muy particular en la que el baloncesto es el deporte rey. El glorioso Deportivo Alavés tiene una masa crítica muy fiel, pero no demasiado grande para una urbe de más de un cuarto de millón de habitantes. El Baskonia todo lo puede. Y Jon Ander se había criado ahí, jugando en Olarambe mientras veía en las gradas de Medizorroza a un Alavés que tenía como delantero a Juanjo Expósito. «No le recordaba como jugador del Alavés -confiesa-. Claro que recordaba a un Juanjo en Vitoria, pero no me acordaba de que era él; no lo asociaba. Fueron unos amigos de la cuadrilla los que me lo dijeron. Sí que recordaba a Crespo, pero a Juanjo, aunque me acordaba de su nombre y de la época, no le relacionaba. ¿Que si lo sabe? Ni idea, la verdad. Lo he hablado alguna vez, pero no sé si con él».
Ahora el de Ontaneda, el de Viveda y el vitoriano comparten vestuario por obra y gracia de Chuti Molina, que le convirtió en su apuesta personal a su llegada a Santander. Era un órdago. Le avalaban 15 goles con el Amorebieta en Segunda B, pero otra estadística era mucho más severa: hasta los 27 años no había debutado siquiera en Segunda B. Poco currículum para el nueve de un equipo que aspira a volver a ser grande. El caso es que para un delantero de equipo aficionado, su fichaje fue «el copón». Se ríe cuando recuerda esa palabra que le salió directamente de las tripas durante su presentación.
«Hubo muchos años en los que pensé no ya que se me pasaba el tren, sino que lo que me tocaba era disfrutar del fútbol, porque ya lo tenía muy complicado para subir más arriba, sobre todo en el Aurrera. El fútbol apenas tiene repercusión en Vitoria y jugaba por divertirme, porque me encanta, pero mientras seguía trabajando». Y estudiando, porque mientras jugaba y entrenaba a niños con los rojillos se había sacado el grado en Educación en la UPV-EHU, como hace un año terminó el de maestro de Primaria a distancia.
Así que Jon Ander puede presumir de muchos títulos: «Empecé en el antiguo INEF con 18 años. Por la mañana iba a clase, luego trabajaba y después entrenaba. ¿En qué trabajaba? Como coordinador de la escuela del Aurrera, dando extraescolares, entrenando a los chavales... Solía entrenar por la tarde y así compatibilizaba todo. El grado de Primaria lo hice a distancia y terminé el año pasado». Como buen nueve, su hambre es insaciable: «Me preparo para intentar sacar algún título más, sobre todo de inglés, pero el fútbol es ahora mismo mi prioridad única y exclusiva. He pasado de pensar en unas oposiciones a una vida mejor dedicándome a mi hobby, que es un lujo».
El balón del partido con el que se jugó el Racing-Calahorra descansa ahora en el recibidor de la nueva casa santanderina de Jon Ander. «El balón me lo he llevado hoy -por ayer-, explicaba después del entrenamiento regenerativo del domingo. Me lo tenían ya preparado, firmado por todos los compañeros». Es el protocolo habitual a aplicar en caso de 'hat trick', pero para evitar que faltara ninguna firma y que el balón estuviera bien limpito, encerado y firmado se demoró hasta el domingo. «La verdad es que ahora mismo está en medio de la entrada y le tenemos que encontrar un sitio, porque está claro que de ahí va a volar», sonríe. No es para menos después del primer triplete de su carrera en partido oficial.
Tendrá tiempo, como para estudiar. Y es que sus días vuelven a tener 24 horas, y no 21 como hasta hace unos meses: «Soy licenciado en Ciencias de la Actividad Física y graduado en Magisterio por Educación Física. Me hicieron una oferta de un colegio privado para una sustitución, así que al venir al Racing este verano no he tenido que dejar la plaza, porque no era por oposición, y me he podido dedicar sólo al fútbol».
Y es que hasta entonces, siempre en su Vitoria natal, había encontrado el modo de buscarse la vida y un sueldo mientras seguía enganchado a un fútbol que hasta la inesperada llamada de Chuti Molina no le había dado oportunidades de enredar en la élite, o por lo menos en su recibidor. «Cuando jugaba en el Aurrera trabajaba también ahí como coordinador del fútbol base. Como futbolista no cobraba, pero como entrenador sí, y al día. Después salí al Beasain y fue una buena experiencia. Hicimos una buena temporada, jugamos el play off de ascenso y me llamó el Amorebieta. «Allí vi más posibilidades y me empezó a picar el gusanillo», reconoce al hablar de una estación, la de Elgoibar, catárquica en su biografía. Si no llega a pasar por ahí, tal vez hubiera seguido preparando las oposiciones para la educación pública y dejado el fútbol como una afición. Aún hoy en día se le escapa definirlo así, pero ya es su profesión.
Fue justo después de dejar Elgoibar cuando comenzó a emular a escala a Phileas Fogg: «La opción de volver a casa siempre la tenía ahí -el Aurrera es desde que le llevaron a la ruina un club aficionado en el que siempre hay hueco, si va acompañado de voluntarismo económico-, pero si hay opciones mejores hay que aprovecharlas». No había abandonado su empeño de apostar por el fútbol. Y la justicia poética, el karma o algún tipo de poder igualatorio universal le recompensaron cuando ya había pagado de sobra el precio de su sueño y arriesgado el de su sangre.
«El año pasado se me hizo muy, muy duro. Sobre todo porque quieras o no compras papeletas para que te pueda pasar algo. Me levantaba muy pronto, a las seis de la mañana para coger el coche, y terminaba muy cansado y con mucho sueño. La familia también estaba preocupada, y ahora vivo con más tranquilidad», recuerda. Conjugar horarios no era sencillo: «Vivía en Vitoria, trabajaba en Pamplona como profesor de Educación Física e iba a entrenar y a jugar a Amorebieta. Y después, de vuelta. Eran 300 y pico kilómetros al día -cuenta el callejeo- y pasaba más tiempo en coche que con mi mujer». Ahora ya no. Los dos viven juntos en Santander, y ahora es ella, profesora en la UPV-EHU y la Universidad de Mondragón, quien viaja para dar clases. La nueva base de la familia está en Santander.
«Lo de los kilómetros lo he aparcado de momento -dice aliviado-. Este año ya me dedico sólo al fútbol y en Santander. Y estoy encantado, porque la ciudad es preciosa, me ha acogido muy bien y además he tenido la suerte de que hemos tenido muy buen tiempo», algo especialmente significativo desde la perspectiva de Siberia-Gasteiz. «Desde el primer día, y más con el buen verano que ha hecho, he vivido aquí. Santander es una ciudad sin muchas distancias, como Vitoria, el tipo de ciudad que me gusta. Y también he conocido zonas de la costa como Liencres que me gustan mucho», añade.
Cuestionado en algunos momentos, ahora vive una etapa feliz marcada por su triplete. Sabe que una corriente del racinguismo pide la incorporación de otro delantero, pero no plantea una revancha que sabe además, es probablemente infructuosa. «Más que reivindicarme, el hat trick me viene muy bien en lo anímico; para darme confianza». Sabe que la imagen que se tiene de él es la de proletario del fútbol también sobre el césped. «Quieras que no, de eso de que hace falta otro delantero se va a hablar de todas formas. Igual Dani Segovia, Juanjo, Soberón y yo no tenemos el nombre de otros delanteros de Segunda B y normal que se hable de ello; está en la calle. Nosotros lo que tenemos que hacer es nuestro trabajo y nos va bien, individualmente mejor, pero primando lo colectivo. Lo que se diga fuera no nos debe influir. Pero eso sí: estos goles me vienen muy bien para coger confianza».
Y se sigue negando a ofrecer una proyección de goles, como ya rehusó en su presentación. «Ya dije el primer día que no, que no iba a dar un número porque si sale mal luego se te vuelve en contra. Espero marcar todos los goles que haga falta para ascender. Si marcas 25 o 30 goles pero después no subes no habrá servido para nada», reflexiona. «Ahora me ha tocado jugar, aunque por desgracia sea por una lesión de un compañero -Dani Segovia- y me va bien. Pero creo que los dos estamos aportando; en general veo bien al equipo y eso es lo que importa. El sábado contra el Calahorra fuimos muy superiores, dominamos el partido y no es el primer día. También en Gijón lo fuimos, pese a las circunstancias», se enorgullece.
Sin embargo, quien ha conocido la cara más embarrada del fútbol, que no la fea, no da nada por hecho. Quizá por lo mucho que le ha constado conseguir lo que tiene. O tal vez por haber escuchado un sencillo relato de antecedentes: «Soñar es gratis y estamos muy ilusionados», reconoce, pero acota de inmediato: «Estamos en octubre». Él de lo que tiene ganas es de quedarse en Santander y, ya de paso, jugar en Segunda. «Tengo unas ganas del copón de empezar; una oportunidad así no se puede desaprovechar». Esas fueron sus palabras el día que se presentó como verdiblanco, dejando atrás de paso viejos piques propios de la vecindad. Y si quiere ir a Vitoria, la tiene a sólo 160 kilómetros, alrededor de tres horas ida y vuelta a Santander. Casi nada para el esforzado delantero de la carretera.
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Ana del Castillo
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