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En los últimos partidos, uno ya no sabe si es que les sobran las primeras partes, o es que se hacen demasiado cortos. ¡Qué bien nos vendrían ahora aquellos descuentos de diez minutos que nos caían a principios de temporada! Aunque por supuesto sería muchísimo ... mejor que el Racing no se empeñara siempre en esperar a verlo crudo para ponerse las pilas y sacar su mejor juego. Pero qué vamos a hacerle, si el Racing es así y no parece que haya manera de cambiarlo.
Lo que sí que se nos va acabar atravesando es eso de los empates a dos. Cuatro llevamos, a cada uno más doloroso. Porque no entiendo eso del sabor agridulce, no lo comparto en absoluto. Los que te empatan son amargos -sobre todo lo fue el del Eldense, cuando el Racing inventó la 'paparda exprés', lo de liarla parda en cinco minutos, que luego perfeccionaron en Copa-, pero es que aunque empate tu equipo, te quedas igual de chafado, porque ya decía Ramón Trecet que una remontada no se culmina hasta que no te pones por delante. Igualar no es remontar, es empatar. Y aunque a veces valga casi lo mismo, lo que ahora necesita el racinguismo como el comer es una victoria que llevarse a la boca. Más que nada, para volver a creer, porque la ilusión debe de seguir persiguiéndonos, pero nosotros somos más rápidos, de momento.
En cualquier caso, el juego del equipo volvió a invitar al optimismo, aunque fuera a medias. A medias, porque solo lo hizo en la segunda mitad. En la primera... pues lo de siempre. O peor, porque que se adelanten tan pronto invita a comerse el tarro. ¿Será que nos tienen tomada la medida? Y te preguntas por el plan B, o si será que no hay plan B. Repito: lo de siempre.
Sin embargo, la segunda mitad fue otra historia. Y con mucha fortuna para el Albacete, que se aprovechó del único error claro de la zaga verdiblanca, que no siempre va a acertar tirando el fuera de juego. Sin embargo, desde el pitido inicial era evidente que la segunda parte la iba a ganar el Racing.
Lo asombroso, sin embargo, es que lo hizo sin variar su estrategia. Jugando a lo que quiere José Alberto, con esa estrategia suya de acercar mucho a los buenos y preferir el centro a la periferia. Encimando, apretando, con presión tras pérdida; el rocanrol de siempre, vamos. Y resultó que sigue funcionando, y todavía mejor cuando el nuevo fichaje, Meseguer, saltó al campo, por no hablar del partidazo de Marco Sangalli, claro. Al final, de no ser por la nefasta puntería de Karrikaburu, estaríamos hablando de una victoria balsámica. Y, sobre todo, de la recuperación del juego eléctrico del equipo.
Lo que pasa, claro, es que es una fórmula arriesgada, y lo mismo desarbolas al rival que le invitas a que te coja la espalda. Pero cuando funciona, a todos nos parece no una maravilla, sino el abecé del fútbol.
El mérito, sin embargo, está en la fe. Porque parece mentira que después de dos meses sin ganar un partido este equipo siga creyendo en lo que hace, y en cómo lo hace. Era fácil hacerlo con los marcadores a favor y cuando la clasificación nos sonreía, pero jugar a tumba abierta como lo hace el Racing, en plena racha negativa de resultados, es digno de elogio. Qué poder de convicción tendrá el míster para lograr convencer así a los suyos. Vamos, que si José Alberto nos dice que así subimos, yo voy a empezar a creérmelo.
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