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A priori, no resultaba nada fácil la papeleta que tenía por delante ayer el diecinueve racinguista, con un retorno a la titularidad empañado por el escaso rendimiento goleador en la posición en que lo que más cuenta no son las sensaciones sino, exactamente, las cifras. Pero los puestos hay que ganárselos y Matheus Aiás debía ser muy consciente de ello cuando ayer saltó al césped en Orriols, porque parecía dispuesto a comerse el campo. A pasar por encima de cualquier contrincante con tal de alcanzar su objetivo: el marco rival.
Los primeros marcos que vio, sin embargo, serían los que lucían los granotas en el pecho. Un anuncio de coches, que al brasileño debieron parecerle autobuses, de esos que decían que cruzaba Maguregui delante de la portería. Más que porterías, las del Ciutat de Valencia debieron de antojársele paredones. Y eso que por entrega y motivación no iba a ser, porque el ariete mordía desde la primera jugada. Pero Matheus encarna de alguna manera los más clásicos valores de cierto tipo de delantero racinguista: peleón, entregado, luchador hasta el límite, pillo en el robo... y fallón en la definición. Que el brasileño no tenía su tarde se vio antes del cuarto de hora. En uno de esos balones con los que sueña un delantero centro, lo que llamaban los clásicos «el pase de la muerte», ejecutado con tiralíneas por un Jordi Mboula inspiradísimo.
Más clara
Matheus, con todo a favor, desde el punto de penalti, no atinó a buscar la cepa del poste, y el meta Cárdenas le ganó la partida. Que remató al muñeco, vamos. Como si huebiera apuntado al 'marco' de la camiseta. El problema es que solo sería la primera de una larga cadena de decepciones. Y es que, si el Racing de repente parecía un vendaval sobre Valencia, Aiás podría haber sido la veleta. La siguiente ocasión, tras un gran robo de balón, la marró cuando tenía a Jorge Pombo escoltándole, solo para empujarla. Con todo, el buda racinguista le dio ánimos. Porque seguro que si a John Lennon le hubieran gustado más los balones que las guitarras, habría ajustado mejor su célebre frase para decir que el fútbol es «eso que pasa mientras tú estás ocupado haciendo otros planes». Vamos, que cuando Matheus Aiás firmó por el Racing, seguro que se las prometía muy felices.
LUCES Y SOMBRAS
Al igual que durante la pretemporada y hasta en los primeros encuentros de liga. Sin embargo, en este juego lo que mandan son las cifras, y la sequía de goles hizo que llegase un nuevo delantero. Lo que no esperaba es verse, como Marty McFly, atrapado en una paradoja del espacio-tiempo: por detrás de un Sekou Gassama que le arrebató la titularidad a las primeras de cambio, y con el aliento en el cogote de un gigantón de esos que imponen, sólo con su impresionante presencia: el 'canterano' Ayoub, que lijaba banquillo, pero alerta para suplirle en cuanto fuera posible. Con Gassama fuera de juego durante un mes, lo que tocaba era reivindicarse, así que Matheus redobló esfuerzos.
CANSANCIO
El brasileño lo intentaría de todas las maneras: por abajo, por arriba... y casi por las nubes. Hasta rematando, o algo parecido, en un saque de esquina, pero cuando se está de no... Con el partido yendo de costa a costa, Pombo le puso un balón milimétrico a la cabeza. Pero imposible: de nuevo se adelantó Cárdenas. Seguro que Matheus soñaría con él. Con el campo inclinado hacia la portería granota, el ariete comandó un contragolpe desde cuarenta metros, pero debieron de empezar a asomar los fantasmas, porque de pronto pareció que se le hizo de noche, mucho antes de entrar en el área. Haría falta, eso sí, que encendieran las luces en Orriols, y hasta una conjunción de planetas para que el Racing consiguiera marcar. Sería en la reanudación... y no sería Matheus, sino la propia defensa azulgrana. Eso sí, el pase lateral de Mboula le buscaba a él. Por si las intenciones cuentan algo, como las sensaciones.
Con el marcador a favor todo se ve de otra manera, y lo que hasta ese momento era una traca considerable parece que Romo lo vio como una gran ayuda para contener al rival y conseguir que el crono siguiera su curso. Porque, cuando corre a favor, Matheus explota sus mejores virtudes. El otro fútbol. Esa guerra de guerrillas que no solo consiste en martillear constantemente a la defensa, sino en mantener el balón, buscar las esquinas, provocar faltas y más faltas, detener el juego, desquiciar a propios y extraños... Si de cara a puerta no había estado fino, para el plan B se destapó como un auténtico maestro. El perfecto recambio cuando vas ganando. Después de estirar todo lo que pudo su permanencia en el campo, casi le tuvieron que sacar a rastras. Minuto ochenta y dos. Y puede que Romo todavía se arrepintiera, porque tuvo en la banda casi cinco minutos a su relevo, un debutante Ayoub que se comía las uñas. Matheus, completamente tieso, entraba y salía del campo, como si buscara el gol del cojo. Y es que tenía un mes para ganarse la titularidad, y por cifras no va a ser: si alguien saca la estadística de ocasiones falladas, será apabullante. De momento, le quedan tres semanas para mejorar su números... o ceder el paso al ariete del Rayo, antes de que regrese Sekou.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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