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Seis kilómetros consigo mismo. De La Albericia a Candina. Como la recta final para un escapado en la etapa reina. Esa en la que recibe ... los honores y disfruta de sentirse ganador hasta el último metro después de tanto esfuerzo. Pero el sábado, a Gelín (José Ángel Cueto López, 1959, Santander) no le aplaudió nadie. Los hizo en silencio y después de que le despidieran uno a uno los jugadores. Limpió «el coche» -como él llama a su autobús-. Cogió sus cosas de la taquilla y se fue a casa donde le esperaba de madrugada su mujer: «Me estaba esperando y me dijo al entrar: 'Bueno, se acabó'». Y así fue. El de Ferrol fue para Gelín el último viaje con el Racing. Dejó al equipo descansando y se jubiló. «Me da pena. De veras. El Racing ha sido siempre mi segunda familia».
Han pasado 36 años desde que recogió en los viejos Campos de Sport de El Sardinero a los juveniles vediblancos. Ese fue el paso previo antes de hacerse cargo del primer equipo. «Se averió el autobús camino de Barcelona y me llamaron. Fui sin ropa ni nada. Pedro Alba me dejó una camisa en aquel viaje», recuerda Gelín. Ese fue el primero de centenares que vendrían después hasta que el pasado viernes llegó el momento de colgar el traje. Casi cuatro décadas de desplazamientos, campos, prisas, penas y de alegrías. «Estos días me siento abrumado. Algo he debido hacer bien porque la gente me da un cariño que no me esperaba», confiesa con esa prudencia que los que le conocen destacan.
Entró en la empresa como mecánico con catorce años, se fue a a la mili, con 22 volvió y... al volante. «Mi primer servicio fue transporte escolar. Recogía a los alumnos de las Mercedarias. Allí conocí a la que es hoy mi mujer, Zulema». El primer viaje con noches por medio fue «con el Clubasa de balonmano, a Burgos» y su estreno en el extranjero «con los alumnos de la Escuela de Ingenieros de Caminos, en el viaje de fin de curso a París, Amsterdam, Munich, Viena... 16 días».
A Gelín le tocó «hacer de todo», pero pronto se cruzó el Racing en su vida. «Primero nos alternábamos los viajes. Antes los hacía un chico que se llamaba José Mari y luego ya, hace 35 años, los empecé a hacer yo solo». Una vida al volante. Testigo presente en todas las desventuras del viejo Racing. En lo bueno y en lo malo, como aquel fatídico 4 de junio de 1986, cuando traía al equipo de jugar en Sestao y en Saltacaballos tras salir de una curva se encontró «dos camiones de frente. O al barranco, o contra ellos». Afortunadamente nadie murió. Los peores parados fueron Gelín, que tuvo que ser excarcelado por los bomberos de entre los hierros del autobús, estuvo ocho meses de baja y sufrió varias operaciones, y Víctor Diego, que en aquel entonces tenía una prometedora carrera como futbolista y que la rotura de su pierna en parte truncó. Fue el único percance en casi cuatro décadas, pero hoy es el día que mira de reojo cuando pasa por Ontón.
Gelín echa la vista atrás y ve a «Irureta sentado al lado en los viajes, a Marcelino y a los entrenadores nuevos con sus ordenadores a la vuelta de los partidos», pero confiesa que «el rey de los viajes eran y son las cartas». A golpe de naipe se comían los kilómetros. «Ahora se viaja de otra manera. Antes era raro que no te quedases a dormir. Ahora es ir y venir. Todo es más rápido», explica. Sin embargo la relación sigue siendo la misma. «A mí me han hecho sentirme uno más. Estoy muy satisfecho. Los entrenadores, los jugadores, los presidentes...», relata Gelín, al tiempo que reconoce que «sin desmerecer a nadie con los de casa siempre había más intimidad; Setién, Preciado, Nando, Alba...»
Durante estos días -es inevitable- asiste a un debate interior. Primero, con lo que viene. «Pienso retomar la pesca. Me gustaría viajar con mi mujer. He tenido suerte con mi familia». Y también, con lo que se va. «Es que son tantas cosas. La UEFA, algo impensable. Los 3.000 aficionados en París. Los partidos, las prisas, las concentraciones en Holanda, Inglaterra... Seguiré viniendo al campo. Mi hijo es un hincha más». Lo ha vivido todo de cerca. Sufrió cuando los Piterman, Aly Syed o Harry casi destrozan el club, de los cuales su prudencia no le permite hablar.
En su último viaje no cambió nada. Tomó un café y para Vilalba. Llevó primero a Ferrol a los utilleros y volvió a por el equipo. Presenció el partido con el autobús preparado para el regreso, como siempre, y vio ganar un trofeo a su club. «Fue emocionante. Alfredo -el presidente- me llamó en la celebración y me dijo que yo era parte de aquello. Fue muy cariñoso conmigo».
No se cansa de dar las gracias. Se siente apurado porque no quiere olvidarse a nadie. Sabe que ahora es más dueño que nunca de su tiempo y lo quiere aprovechar. «Soy un poco manitas, así que seguro que habrá cosas que hacer a unos y a otros», finaliza. Y con esa franqueza y discreción que lo definen se despide con un mensaje que habla por si solo: «Me impresiona el cariño que me transmite la gente. Eso me hace irme contento».
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Ana del Castillo
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