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Entre tantos y tantos, qué difícil es elegir uno. Hace unos días alguien me preguntó cuál ha sido el partido del Racing que más me he emocionado, y acaso porque estaba cercana la fecha del décimo aniversario del plante, me decidí por la paradoja de ... señalar al partido que no se jugó contra la Real Sociedad, allá por el 30 de enero de 2014. Hoy, con la llegada a El Sardinero del R. C. D. Espanyol, aquella respuesta quiere tener compañía. Entre el récord de espectadores que vimos aquel partido de vuelta de promoción a Primera División disputado el 29 de junio de 1993, ¿quién puede negar que fue el más emotivo, o al menos el más celebrado del racinguismo?
Como ocurriera con el encuentro del plante ante la Real Sociedad, el partido contra el entonces denominado R. C. D. Español también supuso marcar un antes y un después en la historia racinguista. Había sido un duro golpe el descenso a Segunda B de 1990, pero después del milagro de las Margaritas en Getafe y la estancia de nuevo en Segunda, se abrió un camino con el club recién incorporado a la esfera de las sociedades anónimas deportivas. Con el apoyo de las instituciones de Cantabria, el ascenso era una necesidad para justificar, por una parte, las inversiones públicas, y por otra la rentabilidad social de un estadio municipal que aquel día, por fin, se llenó a rebosar por primera vez.
Se había apostado fuerte por el equipo. Además del regreso de Quique Setién y Tuto Sañudo, tras sus brillantes campañas en el Logroñés y el Oviedo, respectivamente, se había fichado, entre otros, al navarro Jesús Merino, procedente del Athletic Club; al nigeriano Mutiu, que venía del filial del Real Madrid; al bielorruso Andrei Zygmantovich, que se incorporaría en el último tramo de la temporada desde el Dinamo de Minsk y a Michel Pineda, que también en la última etapa de la competición y con sus goles sería el hombre decisivo de las últimas victorias tras su paso por el S. C. Toulon.
Aunque se ganó al Castellón con holgura (5-1), el último partido de Liga tuvo un sabor agridulce porque no se logró el segundo puesto que proporcionaba el ascenso directo, así que tuvo que recurrirse a la promoción contra el Español. El primer partido se disputó en el estadio de Sarriá de Barcelona el 23 de junio con victoria racinguista gracias a un tanto de Pineda, marcado a poco de comenzar la segunda parte.
El partido de El Sardinero se jugó una semana después. La expectación fue enorme. Había 25.493 personas esperando en el campo a que el árbitro, López Nieto, pitara el inicio a las 21.30 horas. El aforo se completó, y aún más, porque se llenaron incluso los pasillos, escaleras y vomitorios. La ciudad estuvo paralizada durante el encuentro. No podía verse por televisión, así que la noche fue de transistores. Las calles estaban vacías, mientras que los aledaños del estadio estaban repletos de aficionados que no pudieron conseguir entradas y esperaban que al final se abrieran las puertas para al menos ver los últimos minutos.
En campo estalló cuando el árbitro sopló tres veces su silbato con el resultado de empate a cero. El Racing había logrado el ascenso. Fue cuando se extendió una epidemia de saltos, abrazos y exclamaciones. Algunos jóvenes aficionados saltaron al terreno de juego para fundirse con los futbolistas, pero la policía les atizó con dureza por tal atrevimiento. Los jugadores dieron la vuelta de honor mientras los espectadores los vitoreaban. Las autoridades del palco se felicitaron efusivamente y se trasladaron a los vestuarios para saludar a los futbolistas. En el palco estaban, entre otras personalidades, el rector de la UIMP, Ernest Lluch; el publicista y escritor Eulalio Ferrer y el seleccionador nacional, Javier Clemente. El presidente cántabro, Juan Hormaechea, se encontraba aliviado de no ser gafe en una de las escasas ocasiones en que acudía a ver un partido, y el alcalde de Santander, Manuel Huerta, el más entusiasmado, se movía como el anfitrión más feliz de una fiesta. El vestuario del equipo se convirtió en una sala de recepción donde se salpicaba a todos con cava y alegría. El jolgorio de las gradas se extendería por la calle hasta la madrugada. La fiesta se refrescó en la antigua fuente luminosa que durante años estuvo ubicada frente a la casona municipal, y que fue trasladada luego junto al estadio. Entre los bañistas improvisados no podía faltar Cioli, el salvador de cien vidas, como si el baño en la fuente también tuviera el riesgo de algún ahogamiento. Y en esta fuente se mojaron vestidos y seguros los hinchas, y luego pasearon sus banderas y sus pancartas por la noche de la ciudad. Al día siguiente la fiesta continuó. Miles de personas se reunieron en la plaza del Ayuntamiento para vitorear a los nuevos jugadores de Primera División. Qué bello recuerdo nos traerá hoy el Espanyol, el recuerdo del partido más celebrado del Racing.
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