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Fue un destello de luz entre las tinieblas de una temporada que estaba arruinando las esperanzas de los racinguistas. La ciudad aún estaba lamiéndose las heridas del gran incendio con obras de reconstrucción con las que parecía evadirse de la posguerra. El club ya sabía ... lo que era caer en la Tercera División y regresar enseguida la Segunda, pero no recuperaba la esencia de su orgullo futbolístico. Y en aquella temporada de 1946-47, las cosas no iban bien. Se habían jugado dieciséis partidos de Liga y se habían sumado demasiadas derrotas (8), demasiados empates (6) y escasísimas victorias (2).
Así que cuando en los bares se pegaron los carteles para anunciar el siguiente partido en los Campos de Sport contra el Levante, los parroquianos, con aire de resignación, recordaron que en Valencia el Racing había caído con el abultado resultado de 6-0 que le llevó a ser colista de la categoría. Mal asunto, pensaron. Se hablaba de una fatal combinación de mala suerte, falta de acoplamiento de los jugadores e inexperiencia del entrenador, un joven Pedro Areso que en la anterior temporada había actuado de jugador y se estrenaba como técnico. Al menos desde las páginas de El Diario Montañés se intentaba transmitir un mensaje positivo: «…No debemos perder de vista que todos hemos de procurar contribuir a levantar la moral del conjunto. Con la protesta airada, con las voces destempladas y con el mal humor, nada práctico y positivo lograremos».
La visita del Levante, la primera que los valencianos hicieron a Santander, también invitaba a pensar en una venganza deportiva por la goleada encajada en la primera vuelta, y con ese espíritu saltaron los jugadores al césped de El Sardinero, cuyo campo se había ampliado con una grada de cemento detrás de la portería Norte y una ampliación de la grada Sur. Era la tarde del 19 de enero de 1947 y la alineación racinguista estuvo formada por Galcerá, Suárez, Aramberri, Felipe, Ortiz, Lorín, Ceciaga, Pío, Saras, Moro y Álvarez.
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El equipo notó una mejoría motivada por el buen juego de Pío, que organizó el ataque de los santanderinos. Aunque el dominio fue alterno, el Racing era más aguerrido en sus acciones ofensivas, y tuvo premio, porque a los 15 minutos llegaría el primer gol como consecuencia de una falta sacada por Ceciaga y un remate impecable de cabeza de Moro. Dos minutos después llegaría el segundo, también desde el saque de una falta que en este caso lanzó Felipe y que tuvo el mismo rematador, Moro, disparando a la media vuelta. El tercero, también en la primera parte, se originó con una jugada elaborada por Pío. Su centro adelantado hacia la banda derecha permitió a Ceciaga internarse en el área y dejar la pelota a Saras, que remató el 3-0. Antes de que acabara la primera parte, el Racing siguió acosando la portería del Levante y Álvarez desperdiciaría una ocasión clarísima.
En la segunda parte, los racinguistas salieron con ímpetu, como si se hubieran conjurado para devolver los seis goles encajados en Valencia. Además, el juego arrancó ovaciones del público por su fluidez y peligrosidad, aunque la delantera fallaba en los últimos metros. Saras pudo haber marcado dos goles más, pero el resultado quedó en un 3-0 que la prensa consideró como «la primera victoria holgada».
Aunque el equipo mejoró en la segunda vuelta, se llegó a la última jornada con la inquietud del descenso directo. Fue un partido contra el Betis lleno de nervios que finalmente se solventó con un 4-1 que libró al Racing del caer, pero no de la promoción. Dicen que el nerviosismo de aquel partido provocó la expulsión de un hombre esencial para el equipo, Felipe, que agredió a un contrario para responder a una entrada dura que recibió. Aquella expulsión le impediría jugar el partido de promoción contra un equipo de Tercera que estaba en proceso de crecimiento imparable. El aciago partido de promoción contra el Valladolid se jugó en el campo neutral de Buenavista de Oviedo el 13 de julio de 1947 y los montañeses perdieron 3-1. Fue un duro golpe para los racinguistas, sobre todo para los aproximadamente 4.000 seguidores que se desplazaron a la capital asturiana. El Valladolid fue superior y su delantero, Vaquero, tuvo una tarde inspiradísima, anotando los tres goles de su equipo.
Aquel 13 de julio, en Oviedo, el Real Valladolid ascendió merecidamente a Segunda División e iniciaría una de sus mejores etapas deportivas subiendo a Primera y disputando la final de la Copa del Generalísimo. Por su parte, el Racing se hundía en el fangoso pantano de lo más ínfimo de su historial deportivo, por segunda vez.
Hoy, con tantos años de distancia, la memoria de aquel primer partido contra el Levante en El Sardinero recupera aquel efímero destello de luz de la victoria, pero con el aliciente de que en la actualidad el reto será mucho más ambicioso que evitar un descenso.
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