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Aquel día la grada de hormigón de La Albericia estaba a rebosar. Todo era expectación en el Racing. En febrero de 1988 el equipo parecía una sitcom. Acababa de descender a Segunda, le habían hecho el timo del tocomocho con los viejos Campos de Sport, que se caían a pedazos y había echado a su entrenador para sustituirle por un austriaco, Hermann Stessl, que no hablaba castellano y no conseguía enterarse de nada. Pero de pronto todo era alegría.
El club acababa de contratar a un crack: un delantero goleador, con regate. La samba brasileña hecha futbolista. La pera limonera. Su nombre era más sonoro que el de Garrincha: Francisco Carlos Rezende da Silva (Rio de Janeiro, 2 de enero de 1962), aunque en el fútbol se le conocía como Chicao.
Cuando llegó a Santander nadie reparó en que no se parecía mucho –nada, en realidad– al futbolista del que hablaban los informes y que aparecía en los escasos minutos de VHS disponibles en el fútbol mucho más sencillo de los ochenta. Daba igual. Con él se podía pensar incluso en volver a Primera, y cuando el club anunció que se iba a estrenar en un entrenamiento, la hinchada abarrotó la grada que se erigía en el límite con la comisaría, justo tras la banda del campo 1, ahora Santi Gutiérrez Calle.
Tanto fue así que en aquel partido entre titulares y suplentes el racinguismo pitaba a Manolo Roncal cada vez que robaba un balón o entraba a la figura. En medio de la catársis general, había que proteger al fenómeno. «A este se le ve que es futbolista», decía el fotógrafo del club. Estaba claro: Chicao iba a hacer historia. Y vaya si la hizo.
Al Racing le habían dicho que en Brasil había un delantero, un tal Chicao, que la pegaba que la rompía, así que se lo llevó a Santander, pero lo que no sabía era que había fichado a otro Chicao. Para más señas, al jardinero de Alemao, un brasileño que deslumbró en el Atlético de Madrid antes de irse al Nápoles de Diego Armando Maradona.
Claro; no le fue bien. Jugó cuatro partidos aquel mes de marzo: tres como titular, ante los extintos CD Málaga, Real Burgos y el Tenerife, y media hora ante el Barça Atlètic. Después, nada. Pero su estancia, tan breve como improductiva en lo futbolístico, alumbró un mito en Santander, donde en un alarde de crueldad se le ha llegado a catalogar en los círculos del equipo cántabro como el peor futbolista de la historia del Racing.
Al cabo de un mes ya se decían tantas cosas del bueno de Chicao, que solo se parecía a Alemao en el bigote, como disparos había fallado en sus 303 minutos oficiales como verdiblanco.
No era ya lo del jardinero, un rumor que nadie creía pero corrió como pólvora prendida por Santander. Era peor. Cuando parecía que a aquel Racing no podía pasarle nada más, se había superado en un triple mortal con tirabuzón: Chicao no era un jugador de fútbol, sino de fútbol sala. Y, claro, tanto la intensidad del juego en Europa como las medidas del campo le iban regular. El representante pirata de turno le había hecho el lío a los verdiblancos en otro tocomocho como el del estadio. Pero este, en lugar de rabia, provocó sonrisas.
En realidad Chicao no era jardinero –nadie sabe cómo nació el bulo–, y mucho menos del rubio centrocampista de la canarinha, pero quedó para siempre la imagen como 'O Rei da Ceifeira' (el rey de la segadora). Tampoco era jugador de fútbol sala. Este otro rumor nació de una columna en El Diario Montañés. A Juan Antonio Sandoval, un histórico de la calle Moctezuma, le pareció un jugador blandito, de esos que huyen del choque, y le comparó con eso, con un futbolista de pista. Alguien –o mucha gente– debió confundir la metáfora con la literalidad, y después el boca-oído hizo el resto. Pero Francisco Carlos Rezende da Silva sí había pisado el 'prao'.Aunque con una presencia casi testimonial, había sido futbolista de Botafogo en 1984.
El nombre real del otro Chicao, el bueno, era Francisco Carlos Martins Vidal (Rio Brilhante, 4 de septiembre de 1962), en aquel momento futbolista delSantos y que firmó durante toda su carrera 199 goles en sus 301 partidos disputados en la competición brasileña, en las filas del Botafogo, Coritiba, Bragantino y Ponte Petra, entre otros, desde 1981 hasta 1985, cuando se retiró a los 33 años.
El Chicao del Racing, por su parte, regresó a su país para jugar el campeonato paulista en el modesto Ferroviária de Araraquara. Desde que se fue, el césped de los Campos de Sport no volvió a ser el mismo y durante años, unos cuantos años, los futbolistas del Racing le recordaron a su fotógrafo aquel día de marzo en La Albericia: «¡Vaya ojo tienes, Garmendia!».
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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