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En tiempos difíciles, en días duros, toca aferrarse a los símbolos. Como los creyentes con las reliquias, sacar fuerzas de aquello que desprende la energía de los buenos tiempos. Aquí no hay orejonas ni balones dorados. En la sala de trofeos verdiblanca el brillo lo ponen los instantes. Y ahora que vinen mal dadas, el Racing ha recuperado algo a lo que agarrarse. Un tesoro. Porque la camiseta con la que Pineda marcó el gol que sirvió para ascender en el 93 es eso. Un tesoro, una reliquia. Algo que viene muy bien para superar este bache y seguir soñando. ¿Dónde estaba? ¿Cómo ha vuelto? La historia es maravillosa.
Carlos Gil Dávila (Madrid, 1965) llegó al Racing tras la proeza de Getafe. En el retorno a Segunda del 91. Después de tres años en la categoría jugando en el Salamanca, se hizo un hueco entre los elegidos por Felines y disputó 24 partidos de Liga como verdiblanco. Un balance de casi 2.000 minutos que se vino abajo al año siguiente. Estaba en la plantilla del mítico equipo del 93, pero no jugó (sólo un partido de Copa del Rey). «Fue duro para mí, sí. Pero yo tenía asumido mi papel, entrenaba todos los días a tope y remaba por el equipo. Sin quejas, sin declaraciones a los medios que pudieran perjudicar al equipo, sin una mala cara... Animaba mucho a los compañeros y jugaba un papel importante a nivel afectivo dentro de la plantilla. Sin haber jugado, el cariño que me mostraron todos aquellos chavales fue incríble», relata desde Santa Pola, donde vive en la actualidad.
El repaso a la plantilla de aquel año que hizo Jesús Merino para un reportaje en este periódico hace semanas demuestra que lo que cuenta Gil es cierto. «Ningún minuto oficial esa temporada, pero todos en el cariño del vestuario», resumió el navarro. Un tipo importante en la caseta.
Por ahí empieza la historia de la camiseta. Pero falta el segundo protagonista, Michel Pineda. «El gol que nos cambió la vida a muchos de nosotros. Un auténtico profesional», dijo Merino del delantero hispano francés en ese uno a uno de los que fueron sus compañeros. Pineda llegó a Santander para reforzar al equipo en los últimos partidos de la temporada (jugó diez y anotó siete goles). Justo tras una racha del equipo muy negativa de cinco encuentros sin ganar –cuatro de ellos con derrota, muy parecido a lo de ahora– que dejó muy tocadas las esperanzas de ascenso. Fue entonces cuando conoció a Gil.
«Llegó cuando quedaban unos pocos meses y, con todo ya en marcha, al principio estaba un poco fuera de lugar. Su mujer, además, era una modelo que viajaba mucho, así que pasaba tiempo solo. Yo estaba soltero por entonces y, en ese papel afectivo que tenía en el vestuario, traté de arroparlo, de ayudar con su integración en el equipo y en la ciudad». Fue un anfitrión. Salían a comer o a cenar –Carlos recuerda que su compañero, un futbolista ya con una larga trayectoria y buenos contratos a sus espaldas, a menudo no le dejaba pagar, aunque Gil se resistiera– y forjaron «una relación tremenda». Tanto que aún hoy se emociona al recordar ese año. «Michel era mejor persona que jugador. Un tipo fantástico».
El relato llega a su punto culminante en el vestuario de Sarriá, tras el partido de ida de la promoción de ascenso con el Español. Cero a uno, un resultado que, a la larga, llevaría al Racing a Primera. Pineda marcó y entró, como todos, eufórico al vestuario para celebrar un gran paso. Entonces, se acercó al lugar en el que estaba Carlos y le dijo: «Esta camiseta es para ti. Te la mereces». «Me quedé helado. No te puedes imaginar la emoción que me hizo sentir. Le pregunté si estaba seguro, porque era un gran recuerdo. No lo dudó», relata el exfutbolista. Y no sólo eso, días después de certificar el ascenso en los Campos de Sport, Pineda, ya lejos de la ciudad por motivos personales, dejó encargada la organización de un pequeño homenaje como despedida para su compañero en La taberna de Moisés. «Asistieron jugadores, gente del club, me regalaron una placa, un trofeo en forma de barco... A media cena me dijeron que había una llamada para mí y era Pineda», lo cuenta y se emociona (tanto, que al final de la conversación envía por wasap las fotos de esos recuerdos).
La entrega
Y también se emociona al hablar de la decisión de regalar al Racing esa camiseta tantos años después. Algo «muy pensado», que tiene «todo el sentido del mundo». Justo en este momento. «Me gustaría que fuese un talismán. No podía estar guardada en un cajón y nunca se me ha pasado por la cabeza venderla o algo parecido. Lo único que le he dicho al presidente es que me prometieran que no se regalará ni se subastará ni nada parecido. Que quedará sólo para que la disfruten los racinguistas», repite. Porque entiende lo que supuso el gol de su amigo, lo que significó el ascenso para la historia del Racing. «Como tengáis la suerte de vivirlo es una auténtica locura».
De lo que pasó en aquel año saca experiencias útiles para el momento que atraviesa el equipo. Cuenta, incluso, un secreto de vestuario. La plantilla formalizó un seguro en el que certificaban que todas las primas se las jugaban al ascenso. A una carta. Salió bien, pero no fue un camino de rosas. También hubo malas rachas, como la actual. «Fue –explica antes de despedirse– muy dura aquella temporada. Un ascenso cuesta mucho y es algo que se consigue de domingo a domingo, de partido en partido. Al igual que a nosotros nos costó hasta el último minuto, estoy seguro de que los chavales lo van a pelear hasta el final y lo van a conseguir. Eso es lo que nos caracteriza a los racinguistas, lucharlo y sufrir hasta el final. Como en el 93. Y me gustaría que lo disfrutara todo el racinguismo. Os mando toda la fuerza del mundo porque yo quiero mucho al Racing».
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