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Munitis, Setién, Merino, Manolo Preciado, Tuto Sañudo, Damas... No tiene porque ser el mejor futbolista. Ni mucho menos. Tampoco el que más chille; la personalidad no se mide en decibelios. Se es líder porque sí, sin quererlo. Se le puede elegir o no, pero uno ... asume el liderazgo por inercia. «Todo grupo que adolezca de un líder está cojo», asegura José Antonio Bonilla, psicólogo de cabecera del Racing. El pasado domingo se produjo un hecho 'extraordinario', como gusta decir a los expertos en la materia. El Racing pasó del desastre al éxito en cuestión de minutos. Un gol de Aquino y una iniciativa de Borja Granero retrataron el carisma del vestuario y el estado de ánimo dio un giro de 180 grados. La imagen del equipo haciendo una piña en el centro del campo transmitió confianza, éxito... Hay ocasiones en las que tan solo se necesita que alguien dé la señal, pero para eso hay que llevar un líder dentro.
«El vestuario del Racing siempre tuvo alguien que se convirtió en referente. Se le miraba. Se le seguía. Su respeto hacía que los compañeros se contagiaran de lo que decía. Este año cuesta encontrarlo claramente y se necesita», explica Jesús Merino, precisamente el capitán y estandarte del club en los años noventa. El navarro señala a «Granero y a Aquino», como haría cualquier aficionado desde la distancia, pero con la cautela que da «no convivir con ellos para saber cómo son día a día el resto». La figura de alguien que guíe a los demás es imprescindible. Arrastra las virtudes, contagia el positivismo y levanta de los asientos al público. Probablemente la remontada 'in extremis' del pasado domingo ante el Barakaldo «pueda significar un antes y un después y haya servido para despertar ese liderazgo. En días así se ve quién es el líder y lo que significa», añade Bonilla.
Ángel Viadero lo sabe. Su cuerpo técnico conoce la importancia de que el vestuario crea en lo que hace. El secreto del éxito del año pasado -relativo, porque no se consiguió el ascenso- fue precisamente esa fe ciega en un discurso que hombres como Granero, Aquino, Samuel Llorca o el goleador Abdón Prats repetían. Ellos hacían legión. Sin embargo, esa tendencia a seguir al que transmite confianza no se ha visto en la actual temporada. «Las manifestaciones de alegría, de rabia, de éxito... Son determinantes para mejorar», describe Bonilla. Pero hay varios tipos de liderazgo: el que se ve y el que está en la sombra. A Raúl Domínguez le ha tocado ser el portero suplente de Iván Crespo. Pasa desapercibido fuera del vestuario, sin embargo su carisma y carácter le hacen imprescindible. Su forma de ser es contagiosa y alejado de las luces de neón, aporta más de lo que se imagina. «Todos los días, el futbolista llega a entrenar y tiene sus problemas, sus cosas, su situación personal. Hay jugadores que están atentos a eso y ayudan sólo con darse cuenta. Un abrazo, una conversación...», indica Merino.
¿Quién no recuerda a Munitis con el puño cerrado? ¿A Setién levantar su brazo, flaco, con aquel brazalete de capitán con la bandera de Cantabria? ¿A Merino agitando a la grada de El Sardinero?... La historia del Racing está repleta de modestos éxitos que llevan la firma en el dorso de futbolistas que supieron soportar el peso del grupo. Un nombre de alguien que se convierte en grito de guerra para la afición. Vitor Damas fue un portero que jugó en el Racing entre 1976 y 1980, fue internacional con Portugal, «y cuando entraba en el vestuario se callaba todo el mundo. Mandaba sólo con estar», recuerda 'Tuto' Sañudo, al que le tocó recoger ese testigo más tarde. O Manolo Chinchón, al que le bastaba con tirarse al barro dos veces para levantar a la afición. Pasaron los primeros años ochenta con Rojo II y el propio Tuto, junto a Juan Carlos García, como los 'jefes' de la caseta. «Hay personas que no hace falta que demuestren nada, los propios compañeros las eligen como capitanes. El que es capitán suele tener esa fortaleza», describe el hoy presidente honorífico del club santanderino. En aquella época, portar el brazalete era un signo de distinción, de peso y de mandato. No era algo menor, por eso cualquier irregularidad cometida por él era sancionada doblemente. Su figura debía dar ejemplo. A Tuto le tocó ese rol también más tarde, a su regreso del Oviedo en los primeros años noventa. «Fue más por veteranía, que por otra cosa», recuerda.
Quique Setién junto a Pedro Munitis son dos ejemplos de líderes multidisciplinares. «Un equipo, como cualquier empresa, puede tener personas que marquen la tendencia por la tarea que hacen, en este caso en el campo, o en el ámbito social, por lo que sugieren», añade Bonilla. Ellos eran los mejores en el campo, pero también demostraban su personalidad fuera de él. El 'flaco' ha nacido para ello; ya en su época juvenil, cuando despuntaba, era el jugador a seguir. Lideró al Racing, luego al Logroñés y volvió a hacerlo con aquel Racing de mediados de los noventa que ganó al Barcelona y al Real Madrid y protagonizó gestas en Primera División. Ellos dos representan como nadie «la importancia de tener a alguien que arrastre. Si además es de la casa, pues mucho mejor», reconoce Merino. Este año «los jugadores que han regresado al Racing quizás no tengan ese carisma necesario», explica el navarro, en clara alusión a Álex García, Quique Rivero, Juanjo o Antonio Tomás. El último de los canteranos que asumió el peso de liderar el vestuario fue Mario Fernández, que pese a su carácter reservado de puertas para fuera, «fue capaz de dirigir un vestuario asolado por las desgracias y las injusticias y llevarle al ascenso y al plante ante la Real Sociedad, que marcó un hito y mantuvo más unido que nunca al racinguismo».
Los ejemplos de esta teoría se multiplican; a finales de los noventa, Gabi Schürrer no era ni el mejor ni el más brillante del equipo, pero su peso específico le convirtió en el líder. Poco antes, el argentino Marcelo Espina, veterano y en el ocaso de su carrera, impartió un manual de cómo capitanear a un grupo. «Cuando él hablaba se callaba el resto», recuerda Sañudo. Un estilo al caso de Schürrer protagonizó -salvando las distancias- su compatriota Claudio Arzeno. El 'Polaco' sacaba del aficionado lo que fuese necesario. También Juanma, el onubense llegado del Recre, soportó buena parte del peso del vestuario en momentos difíciles.
Con el cambio de década llegó el descenso. Un Racing fragmentado y desnortado acabó en Segunda. Sin referentes y sólo la llegada de Setién al banquillo volvió a guiar al club por la senda del éxito. Manolo Preciado asumió el papel a las mil maravillas, pero la abrupta aparición de Dimitri Piterman hizo tambalear la entidad. En aquella época, complicada y fuera de lo normal, se vieron detalles de líder, como el de Javi Guerrero al acercarse a la banda y decirle al ucraniano que no jugarían más como él decía. Rebelión a escondidas.
Más recientes son los recuerdos de la época gloriosa. Cuando el Racing se clasificó para la UEFA, Gonzalo Colsa y Munitis compaginaban su tarea en el campo con su liderazgo fuera de él; Pablo Pinillos se ganó al público por su carisma y entre todos gobernaron a un Racing lanzado hacia la gloria. Sobraba personalidad, quizás porque en los buenos momentos siempre es más fácil sobresalir. El propio Pablo Alfaro en su último año como profesional (2006) se echó a la espalda la caseta sin ser titular indiscutible. No le hacía falta. La teoría se hace más fuerte cuando se analiza el último lustro, el desastre. El Racing que baja a Segunda B fue gris pese a ser uno de los presupuestos más altos de la categoría; veinte fichajes sin nombre: Quini, Yuste, Bocanegra, Pinto, Assulin, Óscar Pérez... Nadie dio una nota. Sin norte en los despachos y sin conductor en el campo.
«Se echa de menos a esa persona», repite Merino, pese a que Bonilla discrepa e indica que «en el Racing hay esos líderes, y todo el mundo sabe quiénes son». Probablemente tengan razón los dos; el navarro con su discurso demanda más protagonismo de esa figura y el psicólogo, que los conoce personalmente, confía en que esto ocurra. De lo que no hay duda es de que la remontada del pasado domingo en el tiempo añadido ha despertado los roles. Ha puesto las cartas boca arriba. Ahora hace falta que nadie se esconda. Se les necesita a todos.
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