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El retorno del rey
La historia asciende

El retorno del rey

Los zapatos de Iván Ania y el zapatazo de Aitor Buñuel ya forman parte de la historia del Racing. Como lo está también, para bien y para mal, un neologismo: el chutismo; una nueva forma de vida que la Segunda División pondrá a prueba en su búsqueda de cotas mayores

Aser Falagán

Santander

Domingo, 16 de junio 2019, 16:32

De pronto el Mono Burgos asomaba su gesto espigado –sí, entonces era espigado– y la melena de una alcantarilla. Miraba alrededor. 'Hemos vuelto', decía el spot. Aquello ocurrió hace muchos años. 17, nada menos. El Atlético regresaba a Primera –junto al Racing– tras dos temporadas en el infierno –el Racing solo una–. Hoy ese infierno no es ni purgatorio. Saqueado, maltratado, abandonado por las instituciones y traicionado, solo su masa social y un puñado de resistentes mantuvieron el espíritu. El viejo se moría. Lo salvaron, pero no pudieron evitar cuatro temporadas en el barro. En las alcantarillas, por seguir el trasunto con aquella campaña colchonera de principios de siglo. El racinguismo seguía fiel, aunque cada vez le costaba más. ¿Por qué somos del Racing?, se llegaba a preguntar alguno. La pregunta no tiene respuesta y tiene muchas. Ser del Racing es, por ejemplo, llamar Campos de Sport a El Sardinero y enfurecerse con quien osa decir 'el Santander' mientras confunde de paso Santander con Cantabria.

El Racing lo hacen pequeñas cosas; pequeñas diferencias como las que separan una Primera ya a tiro que es su carta de naturaleza, que lo es pese a masticar la evidencia de que salvo que todo cambie radicalmente tocará luchar por mantenerse. Pequeñas cosas como el dorsal fijo y el nombre en la espalda, sí. Como sentirse importante porque hay tornos, televisión y hasta partidos de alto riesgo con Policía Nacional. Ilusión por el regreso a la cotidianidad, aunque modesta. Tampoco debía ser para tanto para un club que supo inaugurar la Primera y saludar con una manita al Barça de Cruyff. Que se siente el rey en el Norte aunque haya otros reinos y otros reyes. Que barrunta que lo que se avecina es, por seguir tirando de épica, el retorno del rey. De un rey.

El Racing ya era el genio de Alsúa, la maestría del Flaco Setién, el banderín de córner en Mesones, los goles de Benito, que ya van a venir, la cojera de Maguregui, los ajos y la toalla de Ceballos, los tifos de la Gradona, el plante de Paco y los suyos, el bombín de míster Pentland y la fascinante historia de Paddy O'Connel; el Racing de los Bigotes y los bigotes de Preciado, Sañudo y Zygmantovich. Y desde ahora, los tobillos desnudos y los zapatos de Iván Ania; la obsesión de Chuti. Buñuel dibujado como cañonero sobre el pedestal de la estatua a Velarde en la Porticada.

Eso es el Racing. Como las lágrimas de Manolo Higuera, que lloraba en Palma de Mallorca como lo hizo antes Nando Yosu en otros ascensos más lustrosos. Un Racing que con su regreso a Segunda recupera algo de su esencia; esa de la que su masa social ha ejercido como custodia en la etapa canalla. Porque una sencilla frase como 'ascenso a Segunda', tan semánticamente correcta, suena casi a oxímoron en un club para el que lo de 'A Segunda' no era una promesa, sino una amenaza. Pero cuatro años, con sus 1.456 días y sus 34.939 horas, que fue lo que pasó entre el descenso en Albacete y al ascenso en Palma de Mallorca, cambian la perspectiva.

Venirse arriba

Por eso cuando empezó la temporada y el nuevo presidente prometía batir el récord de socios y poco menos que ganar la Liga Europa y arrebatarle el Anillo a los Warriors, todo sonaba a repetido. Pero también por eso la hinchada se animó tan pronto, necesitada como estaba de recibir motivos para creer. Por eso la victoria en la primera jornada ante el Sanse, ese mismo equipo que colocó la losa en el foso del año pasado (se selló a la semana siguiente) se vivió entre la revancha y la esperanza.

Por eso, también por eso, Jon Ander y su entrega se convirtieron en fenómenos para la grada mientras Sergio Ruiz crecía con su nuevo club, se alcanzaban los 11.800 abonados e Iván Crespo completaba otra gran temporada en su equipo de siempre. Ese al que tuvo que ver bajar al cieno para defender su meta. Hasta entonces siempre se le había negado la oportunidad.

Desde el 2 de junio de 2019 su imagen de rodillas y con los brazos en alto sobre el césped de Son Malferit es otro icono del Racing. Ha sido el Raba, el Damas, el Alba del fútbol de arquitrabe que conocerá al fin el fútbol profesional –el oficial, porque el Racing nunca ha dejado de serlo– enfundado en la camiseta naranja y el 'uno' del Racing a la espalda.

Querer creer

Por eso el racinguismo quiso creer desde muy pronto. Un arranque limpio con ocho jornadas invicto fue suficiente. Ni siquiera la forma en que salieron algunos futbolistas y hombres de club afectó. Ni siquiera las manías de Chuti asustaban. Al contrario, le convirtieron casi en figura de culto. El Racing de este año ha sido también, para bien y para mal, el del chutismo. Una forma de resistencia a su propia existencia que se ha saldado con ascenso.

Claro que también hubo sapos que lamer. Alucinógenos algunos; venenosos otros. Al final, el veneno está en la dosis. Una macabra fue descubrir que el Grupo Pitma había ocultado a la Junta que ya era dueño del Racing mientras Manolo Higuera seguía solicitando al Gobierno un contrato de patrocinio para un Racing atomizado que ya no lo estaba. Como los disgustos por las nuevas dilaciones en el convenio de uso de los Campos de Sport, un proceso ya más largo que el de Kafka. Como la primera derrota en la novena jornada, que resucitó fantasmas. Claro que dos goleadas seguidas y otras siete jornadas invicto se convirtieron en el mejor exorcista posible.

Intercalado llegó un momento histórico que el fútbol regaló a Cantabria quizá por compensación a lo mucho que le había afanado al Racing y a la Gimnástica: un derbi oficial por primera vez en el siglo XXI. Por primera vez desde 1991. Lo ganó el Racing por la mano y el chutismo se consolidó. Los zapatos de Iván Ania siguieron siendo igual de molones y el Racing se consolidó en cabeza mientras seguía planeando, eso sí, el incómodo recuerdo de lo que ocurrió otros años. Algo así como el 'recuerda que eres mortal' que le susurraban a los generales romanos en los desfiles, pero más pedestre. Más como amenaza de seguir en el lodo otro año más mientras el Grupo Pitma pagaba la fiesta al 4% de interés. Unos intereses que sin ascenso eran imposibles de asumir y todavía lo son, si la Primera División no llega en el horizonte con más dinero de la televisión.

Perder con el Logroñés fue un tropiezo y un espejo; verse en ese nuevo estadio de un nuevo equipo con nombres viejos que ya no son lo que fueron. Un guiño a un Racing que evitó la muerte y la refundación como no supieron hacer los riojanos, que ahora son dos. Ganar de nuevo al Sanse fue otro desquite e imaginar cómo en Oviedo podían empezar a olvidar el 'Mi filial, tu rival', una liberación. Como jugar los dieciseisavos de final de Copa contra el Betis de Quique Setién y volverse a sentir de Primera. Como ver que el objetivo se acercaba. Pero siempre con congoja; siempre con el sexo contraído. De nada sirve ganar y ser campeón si después no se asciende en la emboscada que es la fase de ascenso. Y la apuesta había sido máxima: más de dos millones para la plantilla que Chuti decía más barata que la anterior. Ese órdago no triunfó, pero poco importaba.

Y la Gradona, a lo suyo. Cada vez más cómoda con lo del rey en el Norte –el Racing se lo debe quedar para siempre–, esta vez no apostó por Rob Stark, que terminó como terminó. Con Jon Snow han llegado buenos tiempos para los norteños. También para los de los Campos de Sport, que por fin sienten que regresan a donde les corresponde tras un largo destierro. Y eso que solo están ya a mitad del camino, pero cuando se ha atravesado el desierto cualquier pequeño oasis es bueno para acampar.

Como el bastardo de Invernalia, el Racing se ha imanado durante todo el año resucitado. Sin poder evitar verse de nuevo en La Liga, pero que lo sentía, pero a base de navajazos había aprendido a ser tan prudente como realista. Después de que la realidad le convirtiera en ecce homo tres años consecutivos no iba a jugarse de nuevo el rostro ni a dar nada por hecho.

Exorcizar demonios

Para exorcizar otros demonios llegaron un par de goleadas a los modestos Vitoria y Cultural de Durango. Para reivindicarse, una victoria en Lasesarre. Para responder a la idiosincrasia racinguista, una paparda. Contra el Langreo, en una nueva marea verdiblanca que lo fue más que nunca, porque terminó empapada con los aspersores de Ganzábal, que mojaron sobre todo a las Juventudes Verdiblancas. Pero cuando llegó el papardazo ya estaba todo encarrilado. Bastaron tres victorias más y dejarse llevar por la marea, esta en sentido figurado, para ser campeón. Ni siquiera importó la serie interminable de empates, más allá de la inquietud por el rendimiento en la fase de ascenso. Siempre quedaba el consuelo de saber que Iván Ania estaba guardando sus armas y protegiendo a sus efectivos. Incluso perdiendo ante el Gernika el Racing fue campeón al aprovechar el bajón del Mirandés, al que también se le hizo larga la temporada regular.

Campeón como ya lo fue el Racing en 1991. Y ascendió. Y en 2014. Y ascendió. Y en 2016. Y no. De 2017 mejor no hablar. De 2018, mucho menos. Así que excesos de confianzas los justos. Entre pocos y ninguno. Para medirlos, mejor los números enteros que los naturales.

Así que cuando se sortearon rivales y tocó el Atlético Baleares el racinguismo viajó de pronto a Llagostera. El perfil del rival lo recordaba. Pero también a Reus. Una vez salió bien. La otra fatal. Es desmadejado césped sintético era una trampa; una emboscada. Una guerrilla. El calor, otra. Y el Racing iba a estar casi solo. Por el poco aforo y porque no le daban boletos. El Baleares solo querría dárselo en singular. Así: boleto. Así que el partido de ida, en los Campos de Sport, parecía vital. Y se empató a cero. Y todo fue duda. Y congoja. Una forma de sufrimiento a la que el Racing está muy acostumbrado. Es su forma de vida. Su hábitat; su estado civil. Una forma de estamparse en papardazos. Pero esta vez no. Esta vez al fútbol, al karma, a la justicia poética o a quien corresponda le tocaba devolverle un poco de lo que se le quitó mientras consentían su saqueo. Y lo hizo en un estadio que en castellano responde al nombre de 'el malherido', como lo han estado los verdiblancos más de un lustro.

Catarsis

Córner en el minuto 66. Lo pone en juego Berto Cayarga. Enzo Lombardo recibe y asiste atrás hacia Aitor Buñuel, que incorporado sin marca desde la defensa arma la pierna derecha desde las once en punto; a tres metros del semicírculo central del área. El balón ha basculado más de 45. Casi lo empala. Vuela entre un bosque de piernas. Parece que tenga vida; que incluso esquive alguna rodilla para atacar a Carl. El alemán no hace nada. Tampoco está ágil. Emula a una estatua. Después se lanza. O quizá se derrumba. Pero ya es tarde. La pelota se le cuela por su derecha y en un momento el de Tafalla se ha transformado en el Capitán Tsubasa, Oliver Atom para los españoles noventeros. El gol y el conjunto, toda la jugada ensayada, en realidad, son ya un guiño al manga. La celebración, épica. Liberadora. El fútbol como epifanía. Un gol como catarsis. Un lateral adoptado para siempre en la historia del Racing por un tanto; por un momento de genialidad. Un navarro como sucesor de Benito. Aitor Buñuel ya no es Aitor Buñuel; es Aitor Cardoné. No es el Capitán Tsubasa; es el capitán Velarde. De pronto, todo empieza y termina en un navarro enjuto con cara de niño, entre otros motivos porque de lo contrario Racing y Baleares podrían haber estado jugando semanas al sol de Palma sin marcar otro gol.

Pero eso ya no importa. Tampoco los empates ni los sufrimientos. No hay dudas ni ansiedad; solo alegría. Solo orgullo y emoción contenida que se desencadenan. Solo la sensación de que ha emprendido el camino de regreso al hogar. Solo eso. Nada menos que eso.

¿Y el título?

Eso sí. No hubiera quedado mal; pero que nada mal, haber luchado por el título. Por si el chutismo y el alfredismo no lo saben, el Racing anda huérfano de títulos oficiales. Apenas aquel de campeón de Segunda División de 1950 con Joseíto, Mathiensen, Alsúa y Nemes. Así que haber luchado por otro, por anecdótico que fuera, no habría estado de más. Sobre todo si se cumple una promesa que el racinguismo se ha escarificado –otro asunto es que pueda cumplirla–: no regresar nunca; jamás, a la categoría de bronce. Pero después de 2.096.340 minutos en el cieno de la Segunda B bien se puede perdonar haber despreciado un título.

El caso es que Alfredo Pérez ya tiene tarea pendiente y oportunidad de venirse arriba. Y el chutismo un nuevo reto. Y el racinguismo ganas de disfrutar de esas pequeñas diferencias que marcan el fútbol profesional. Esas pequeñas diferencias de las que John Travolta hablaba a Samuel L.Jackson; las que diferencian el bronce de la plata.Como esos campos de Sport que imaginan circundados de verde. Quedan muchas fotos. Muchos momentos. La Segunda División no es el destino, sino un transbordo. No es lugar para el rey en el Norte. Tal vez más temprano que tarde asome de pronto del asfalto la cabeza de David Barral para observar a su alrededor y se incorpore después ufano, dispuesto a conquistar de nuevo terreno. Con alegría, como vive de nuevo el racinguismo desde el derechazo de Aitor Buñuel. Como decía el propio Barral desde el balcón del Ayuntamiento, convencidos de que todos los días es necesario comer, al menos una sandía.

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