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Corregirse a sí mismo puede ser un rasgo de genialidad, pero también señal de que uno se ha equivocado antes. La revolución de la segunda parte contra el Portugalete demuestra la capacidad de reacción de Rozada, pero haber desperdiciado la primera mitad supuso un riesgo ... innecesario, que podría haber terminado todavía peor para los intereses racinguistas.
Y es que, aunque sólo realizase tres cambios en el descanso, la reubicación de Íñigo y Villapalos -el canterano había arrancado como carrilero, y aunque cumplió, su rendimiento no tendría nada que ver con lo que luego pudo aportar de medio volante; el mediocampista retrasó su posición hasta el centro de la defensa- cambió por completo un partido que apuntaba a desastre inaugural, marca de la casa. Típica paparda de agosto, pero en octubre.
El primer tiempo resultaría preocupante: el Racing nunca se encontró a sí mismo, en un partido frío en todos los ámbitos, en el termómetro, en el césped y en la grada. Sería la salida, primero, de Siverio y Cédric, las primeras llegadas con el empuje de Íñigo y un Cejudo de menos a más y, sobre todo, la expulsión de Monterde -en un lance de veteranía de Figueras- lo que consiguieron despertar a un Sardinero que ya empezaba a ver desfilar todos los fantasmas de las temporadas pasadas.
Más allá del resultado, al Racing pareció atragantársele el nuevo sistema, que parecía improvisado. Mal momento para los experimentos, el primer partido de Liga. Del 1-5-3-2 inicial al 1-4-4-2, medió un abismo. El darwinismo no debe de ser infalible, pues el sistema ideado para hacer compatibles a los dos talentos del equipo no funcionó, y Cejudo y Pablo Torre brillaron más en los minutos en que se volvió a un sistema más convencional, que sí habían ensayado en pretemporada. Sin conexión entre líneas ni una idea clara de juego, el equipo se mostró deslavazado durante cuarenta y cinco minutos para olvidar.
Más sentido práctico: si tu nueve no está acertado, recurre hasta al último de la fila. Ése fue Siverio, al que el club abrió hace un par de semanas la puerta de salida. Muy activo, no pudo convertir las dos ocasiones que tuvo, pero no estuvo por debajo del rendimiento del titular. Éste debería ser el año del canario
Y algún punto negro: el cambio de Mantilla en el descanso tal vez acabe teniendo malas consecuencias. Los nervios del debut son algo lógico y comprensible, no era necesario señalar así a ningún jugador. Ya veremos en próximas jornadas si la apuesta por la nueva hornada de La Albericia es realmente consistente.
El gigantesco Nana desde luego que no tiene el toque sutil y la visión de juego del canterano pero, para un ataque por aplastamiento, tiene que ser tu hombre. Tras sentar a Torre, el músculo tomó el protagonismo y luego ya sería el lógico festival de urgencias de un equipo que lo deja todo para el último minuto: las plantillas, los fichajes, los sistemas y hasta las remontadas. Emoción habría hasta el instante final, pero los desajustes y las imprecisiones serían la tónica general -en pleno arreón postrero, un pases a dos metros acabaría en la banda- frente a un rival teóricamente muy inferior, pero que tenía mucho más claro a qué jugaba, y de qué va todo esto de la segunda B. Fiar todo el encuentro a un desborde de Andrade o a una genialidad de Cejudo parecía jugar a la ruleta rusa en una temporada en la que no se puede perder ni un solo punto. Por eso los nervios en la grada, aunque parecieran exagerados para la primera jornada. El empate final dejó un sabor mucho más agrio que dulce para una afición que todavía no ha digerido la nefasta temporada en Segunda, y que abandonó los Campos de Sport en un silencio en parte impuesto por las restricciones sanitarias, pero sobre todo por la preocupación ante un inicio muy titubeante de su equipo.
La peor noticia, sin embargo, es que la apuesta por el talento no resultó ganadora. Tras una pretemporada inusualmente larga, si algo había llenado de ilusión a la grada eran las posibilidades de Torre, que ayer sin embargo apenas pudo dejar algunos destellos en los Campos de Sport. Justo cuando empezaba a entrar en juego, con sombrero incluido, el míster lo mandó a la ducha, en un ataque de pragmatismo que tal vez marque lo que resta de temporada.
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