Riki, el debut en plena crisis de un refuerzo al que se deben unir más

Aún así, la entrada de Riki al descanso no pasó desapercibida: el equipo cambió de cara… durante cuatro minutos. Dos triangulaciones y un pase picado al interior del área fueron sus credenciales. Sin embargo, los galones hay que ganárselos. Soko no le ve, por más que se desgañite a unos metros de él. Pero tampoco hay que tomárselo a mal: el extremo sólo sabe mirar hacia adelante. Cejudo cuelga una falta lateral y los defensas se olvidan de Riki, que se ha quedado rondando por la frontal, en absoluta soledad. Para el cordobés también resulta invisible.

Así que no queda otra que hacer de la necesidad virtud y se especializa en subir el balón, enlazando. Baja hasta el centro de la defensa a buscar el balón, para subirlo conducido, o abrir a bandas. La pide una, dos, mil veces. Se ofrece, siempre. No rehúye el protagonismo. Casi por primera vez en muchas temporadas, poner fin a los pelotazos de los centrales. Aunque no deja de resultar insólito que a menudo se coloque en línea, por detrás de Íñigo. El mundo al revés, con la contención por delante de la creatividad.

Después del gol, se aplica en defensa, rebañando un balón al delantero rival cuando enfilaba hacia portería. Ya sin la urgencia del marcador, gana visibilidad entre sus compañeros. Siempre es útil alguien que quiere el balón, y algo así debe pensar Cejudo cuando, al ir a botar un córner, se lo encuentra justo al lado, sin ninguna oposición. Aún queda media hora, pero nunca es demasiado pronto para arañar unos segundos al reloj. Riki, sin embargo, tiene otra idea en mente: avanza hacia el área y cuelga un balón envenenado. El ímpetu de la juventud.

Sin embargo, cuando más cómodo se le veía, su propio entrenador no parece estar de acuerdo, porque saca a Villapalos para robarle el sitio, le reubica diez metros más adelante, con su equipo emboscado en tres cuartos, en espera de alguna contra que redondee el marcador. Una decisión que hace que la figura de Riki se diluya.

Justo es entonces cuando empieza a intuirse la tragedia. El recién salido Balboa vuelve a minar su ya escasísimo crédito, esta vez emulando el gol de Abreu. Y, a la vuelta de la jugada, lo que parece una intervención divina impide un gol cantado de los visitantes. Parece que Solabarrieta se hubiera boicoteado a sí mismo.

A Riki y los suyos les toca entonces aguantar, no perder, dejar que corran los minutos finales. Aunque quienes más corren son ellos, a punto de anotar en su casillero una victoria tan inesperada como vital para alejarse del fondo de la tabla.

Pero la fortuna no suele sonreír a los que se amilanan, y se venga de un Racing demasiado conservador de la manera más cruel: en el añadido. El gol de Diarra es como una losa, quizá sobre el futuro de Solabarrieta, pero quedan tres minutos. Y quien se empeña en esa misión imposible es Riki, que de golpe recobra el protagonismo: cae a banda, se asocia con Bustos y, ante la ausencia de Cejudo, se adueña del balón parado. Hasta suple al inoperante ariete y remata un balón a la olla en el punto de penalti, pero lo desvía la mano de un defensa. Pero ya no habrá tiempo para enderezar un debut demasiado amargo. Bienvenido al Racing, y su propensión a la catástrofe.