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El primero llegó tras una galopada por la izquierda. Yo me lo guiso, yo me lo como. Zancadas y un golpe seco a la bola, que entró junto al palo opuesto. Una jugada de Munitis por la otra banda inició el relato del segundo. Pase al punto de penalti y, allí, delantero y defensa caen al suelo con el balón de por medio. El atacante se incorpora más rápido y, tras acomodarse la bola con el tacón, la manda al fondo. Lo del tercero fue un espectáculo. Coral. Cuatro jugadores, cuatro toques. Pin, pan, pun y gol. Como una orquesta bien afinada. Y quedaba otro. Uno más. Pase de Tais con los tacos manchados de cal y, llegando al segundo palo y estirándose, un remate certero de nueve clásico antes de celebrar con el brazo arriba y cuatro dedos de una mano extendidos. Salva lo hizo en Anoeta en sólo 23 minutos. Cuatro goles y un dos a cinco a la Real. De los seis que llevaba antes de ese partido, cinco habían sido de penalti. No es que hubiera dudas, pero se repetía. Que cinco fueron de penalti. No quieres taza, pues taza y media. Sólo tres días después, el goleador del Racing le metió otros tres al Celta. De cabeza, de llegada y con quiebro de medio sombrero. Siete en siete días. Un catálogo de área. Salvador Ballesta Vialcho acabó ese año con 27 goles. Pichichi de Primera con el Racing. Historia.
Recordarlo esta semana tiene sentido. En dos temporadas en Santander, el delantero anotó 29 veces en Liga. La del Racing fue la segunda camiseta con la que más goles marcó. También fue pichichi, esta vez en Segunda, con el Atlético de Madrid un año después. Marcó entonces 21 (y otros siete más igualmente vestido de rojiblanco tiempo más tarde en otra campaña). Pero en el Málaga fueron 46 en total. Repartidos entre Primera y Segunda y en cinco temporadas distintas. Con los números en la mano, los dos equipos donde más repartió su olfato juegan este fin de semana. Es buen momento para recordar el pasado.
Porque, si va de ilusión, acordarse del pichichi ilusiona. Para que los chavales –esto fue en el año 2000, los más jóvenes de la grada no habían nacido– se hagan una idea, Andrés Martín lleva a estas alturas diez goles (y es un gran registro). Arana, el nueve, lleva seis. Salva –merece la pena repetirlo– marcó 27 en Primera División. Por delante de Catanha, Hasselbaink, Makaay, Milosevic, Diego Tristán, Raúl o Patrick Kluivert. Casi nada.
Pichichi en un modesto como el Racing, que acabó la Liga en el puesto quince de la tabla, pero que fue vivero de futbolistas que dejaron huella en el fútbol español e internacional. Jóvenes como Olof Mellberg o Pedro Munitis (tenían 22 y 24 años, uno pasó por la Juve y otro por el Madrid, por ejemplo) compartieron vestuario con ilustres como Espina, Amavisca o Manjarín. Por allí estaban Sietes, Arzeno, Vivar Dorado... A las órdenes de Gustavo Benítez. Para hacerse una idea de la 'hombrada', imaginen por un momento que el delantero de Las Palmas (el equipo que actualmente ocupa el puesto quince) fuera el pichichi de Primera. Pues eso es lo que hizo Salva.
«Todo lo que tocaba iba para adentro», ha contado más de una vez el delantero sobre esos meses mágicos. Y la historia tiene miga. Porque en su primera temporada aquí se lesionó la rodilla y jugó poco (el máximo goleador ese año fue Víctor Sánchez del Amo, con doce). Hace poco lo recordaba en una entrevista en Relevo. Que tuvo que aprender a «asimilar» lo que le ocurrió. Lo relataba con risas, a su estilo. «Fue muy gracioso». Salva recuperó una anécdota que resume lo que pasó en esa temporada decisiva para su carrera. «Hice un contrato con una marca de deportes, un fijo muy normal, muy pequeñito, pero luego me pusieron cantidades muy importantes por Pichichi en Primera, internacional absoluto, campeón de Europa Sub-21... La marca decía: 'Bueno, éste no va a quedar campeón en el Sub-21, éste no va a debutar en Santander con la selección absoluta. ¿Pichichi? No me jodas, si hace siete goles aquí (cuando estaba en el Sevilla)…'». Lo consiguió todo. Una cosa tras otra en poco tiempo. «Al año siguiente los de la marca no me querían ni ver, no querían ni renovar».
29 goles
en total en dos temporadas en Liga anotó con el Racing (2 y 27).
Fue el fútbol y también el recuerdo que le dejó la ciudad. «Salió –seguía contando en aquella entrevista– todo maravilloso, pero no solamente a nivel deportivo. Conocí a gente extraordinaria en Santander, para mí es una de las ciudades más señoriales y más bonitas de España, donde tuve la suerte de conocer y mantener amistades que son como hermanos para mí, y vuelvo todos los años. Y el Sardinero siempre me acoge». Nunca ha escondido, de hecho, que le gustaría volver a los Campos de Sport para sentarse en el banquillo local (pero esa es otra historia).
Sonó el Milán y una oferta millonaria, pero acabó marchándose al Atlético de Madrid en esa etapa colchonera de descenso a los infiernos y Segunda. Siguió goleando. Después, el Valencia y una cesión al Bolton Wanderers, en Inglaterra, con números bastante más discretos. Los recuperó en Málaga. Otros 18 goles en la máxima categoría. Volvió al Atlético pero en la Rosaleda había dejado buen sabor de boca. Otra casa para un nueve.
Ya con treinta y en adelante, en la ciudad de Picasso y de los espetos, estuvo compaginando goles con lesiones que no le permitieron jugar todo lo que hacía falta. Marcaba, se lesionaba, volvía al césped y anotaba de nuevo. La 2008-2009 fue el mejor ejemplo. Jugó sólo 585 minutos en total. Marcó cinco goles. En Primera o en Segunda, con un paréntesis para vestir la camiseta del Levante un año y con una despedida para su carrera profesional en forma de última temporada en el Albacete.
Todo, antes de hacerse entrenador. Algeciras, Ucam Murcia, San Fernando y Estepona... Sin pelos en la lengua. Nunca los tuvo y alguna frase suya acaparó titulares y polémicas. Por ejemplo, aquella de «le tengo más respeto a una caca de perro» como respuesta a unas declaraciones de Oleguer (pero esa, también, es otra historia).
Aquí, en el Racing, Salva es pichichi de Primera División. El goleador de los buenos tiempos a los que una ilusión empuja a regresar. El de los 27 en un año. El de los cuatro a la Real Sociedad en Anoeta. El que vivió tardes con las que la grada hoy sueña cantando canciones. Para volver a vivirlas, ahora que la racha negra parece haber pasado, hay que seguir ganando. Y el rival que toca es el Málaga.
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Álvaro Machín | Santander
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