Un Sardinero de Primera empuja al Racing al play off
Ilusión. ·
En una tarde de fútbol con alma de fiesta, la grada rugió como en los días grandes. Unión, juego y esperanza rumbo a la fase de acensoA esa hora la lluvia ya había parado. Como si el cielo también entendiera que no tocaba mojarse los ánimos. Primero se oyó un bombo. ... Luego una sirena. Después vinieron las bufandas al aire, los cánticos a medio afinar y el humo verde que salía de las bengalas como si el monte se hubiera trasladado al asfalto. Eran las 16.40 horas y el Racing aún no se había subido al autobús, pero la afición ya estaba ahí, en los aledaños de El Sardinero latiendo como si fueran ella la que se jugaban el pase al play off. Porque ayer no era un domingo cualquiera. Si los de José Alberto ganaban o empataban ante el Granada, estaban dentro. Si caían, se acabó. Así de crudo, así de bonito.
Por eso el Racing quiso que todo empezara mucho antes del pitido inicial. Buscó que el equipo sintiera desde el primer paso lo que significa este escudo para Cantabria y organizó un recibimiento que no se olvida. Los jugadores llegaron en autobús hasta el Palacio de Deportes, bajaron uno a uno y caminaron hasta el estadio entre dos pasillos humanos formados por cientos de racinguistas, que ya los esperaban. No solo con móviles, bengalas, bufandas y pancartas, sino con una expectación contenida, de esas que hinchan el pecho aunque no se quiera.
En cuanto se abrió la puerta del autobús, el ambiente estalló. Gritos de ánimo, nombres coreados, los cánticos de siempre y otros improvisados para el momento. Los jugadores, emocionados, devolvían miradas, aplausos y abrazos. Fue como abrir una avenida de aliento cimentada de gargantas roncas y niños subidos a hombros. En ese momento lo del Eldense quedó atrás. Solo existía el aquí y ahora, y el Racing se jugaba seguir soñando. La semana había estado envuelta en ese murmullo gris que a veces se instala en torno al equipo: el miedo a que se escape todo cuando ya parecía hecho. Pero ayer, durante el recibimiento, todo eso se disolvió entre gritos, entre las manos extendidas que tocaban a Andrés Martín como si ya llevara dentro el gol del ascenso.
Dentro del estadio toda esa euforia se empezaba convertir en un amasijo de nervios en la boca del estómago. Algunos no podían evitar morderse las uñas, otros hacían apuestas entre risillas inquietas para tratar de acortar los minutos que aún faltaban para el inicio del partido. «Bienvenidos a los Campos de Sport», tronó la megafonía, y la Gradona respondió con el estruendo del bombo para inaugurar los primeros cánticos ya antes del que arrancase el partido. Luego se repitió la liturgia de cada domingo con los racinguistas saltando al terreno de juego arropados por la Fuente de Cacho en miles de gargantas mientras las bufandas se alzaban al cielo. Un ambiente de Primera.
Sortearon el campo y al Granada le tocó la portería de la Gradona. Luca Zidane, que ya sabe cómo se las gasta este campo, avanzó resignado bajo palos. La que le esperaba. Pero el susto cambió pronto de bando. En concreto al minuto de juego, cuando Abde hizo el primero para el Granada. Jarro de agua fría. José Alberto pedía calma desde el banquillo y Pacheta aplaudía a sus futbolistas. La Gradona quiso levantar a los suyos. «Alé, Alé, Racing Santander», cantaban. Y los cánticos dieron paso a los pitidos cuando Lama quedó tendido en el suelo tras un choque con Andrés Martín y tuvieron que entras las asistencias.
Casi estalla El Sardinero cuando Arana se tomó la revancha y batió a Luca Zidane prácticamente solo. Los decibelios seguramente superaron el límite permitido cuando las bufandas se alzaron en alto para sacudirse los miedos de encima. «Una ilusión nos persigue: la Primera División», tronaba el estadio entre botes y abrazos. «Volveremos, volveremos otra vez, volveremos a Primera como en el 93», cantaba la Gradona con cada ataque verdublanco. Y surtió efecto, porque poco después Andrés Martín hizo el segundo, pero cuando los verdiblancos lo celebraban como si el Racing ya hubiera vuelto a Primera por la escuadra, llegó el frío silencioso, quirúrgico del VAR.
El gesto del árbitro fue seco, como una colleja en la distancia. Gol anulado. El estadio se llenó de ese murmullo agrio que suena a decepción. Pero no había tiempo para lamentos. «Solo por ti, Racing de Santander», insuflaba la Gradona sin descanso siguiendo los compases del bombo.
Un lugar entre los elegidos
Arana cayó en el área y Arcediano Monescillo dijo que de penalti nada, que arriba de nuevo. El Sardinero no reprimió su enfado y dedicó una sonora pitada al colegiado para indicarle que no compartía su decisión, mientras José Alberto se volvía loco en la banda con los brazos en alto. Pero la euforia se desató cuando Neva derribó a Andrés Martín. Los racinguistas saltaron de su asientos echando mano al bolsillo y blandiendo en el aire una tarjeta imaginaria. La que le sacó el árbitro era de verdad. Roja. El Granada con uno menos para regocijo de El Sardinero que enloqueció por un instante.
Pero eso se quedó en nada cuando Sangalli cayó en el área. Penalti. La grada en éxtasis. Y de nuevo el VAR para bajar los ánimos. Nada. Amarilla para Sangalli. El racinguismo se tiraba de los pelos. Aunque se recobró a medida que pasaban los minutos. «Cómo no te voy a querer», se desgañitaba la Gradona mientras el estadio aplaudía. Pero el momento álgido llegó en el descuento con el gol de Sangalli. Un 2-1 catártico. Los jugadores corrieron en tromba a celebrarlo con la grada y alguna bengala dejó un denso humo en la Gradona mientras el estadio estallaba en una ovación colectiva.
Cuando el silbato final se llevó por delante los últimos minutos de incertidumbre, el Racing respiró hondo y se dio cuenta de que lo había logrado. Rumbo al play off. El equipo no se conformó con resistir, decidió soñar en grande y reclamar su lugar entre los elegidos. «Sí se puede, sí se puede», coreaban los Campos de Sport mientras los jugadores se acercaron a la Gradona para hacer ondear banderas y soñar con lo que viene.
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