Cuando hasta ganar es triste

En el triste chiste que es el Racing de Amorrortu y Solabarrieta, la mañana ante el modesto Ebro amenazaba una paparda que a punto estuvo de cumplirse. Tras un arranque para olvidar, los tantos de Cedric y Pablo Torre, este último de un penalti de esos que se definen técnicamente como que bueno, que en fin, que si te lo señalan en contra arde Troya, adelantaron a los de un Aritz Solabarrieta que en pleno arrebato creativo sacó a los jugones (salvo Cejudo) y allanaron el camino ante el Ebro, un orgulloso y trabajado equipo de barrio, pero un equipo de barrio. Pero también un bloque que lejos de acongojarse se vino arriba y tuteó a un Racing que ganó por superioridad manifiesta, pero al que se le vieron de nuevo las costuras. Algunas tan prietas que llegaron a saltarse.

El Racing pandémico, construido entre los retales y la improvisación, es en esta competición enrevesada e incierta como un viejo peso pesado que ni siquiera sabe que lo es y pelea con chavales ligeros y jóvenes. Encaja demasiado, sufre y se mueve torpón en el cuadrilátero, pero a poco que consigue conectar un golpe echa a la lona al aspirante. Ya ni siquiera tiene pegada para noquear a la primera, pero al final, cuando al fin consigue llegar otra vez, se lleva el combate por superioridad manifiesta aunque con dudoso merecimiento, como el matón del colegio. Cuando se encuentra un rival de su talla suele venirse abajo, como se vio en la primera fase, pero de esos ya no le quedan en esta triste repesca para seguir en la tercera categoría del fútbol español.

Le falta además actitud y parece desencantado, como los futbolistas de un Racing a los que demasiadas veces sus rivales ganan en intensidad (lo de hoy es un ejemplo más). Incluso cuando consigue tumbar al rival a la lona es capaz de ver tambalearse el combate. El Racing es su propia kriptonita y en cada previsible historieta repite el patrón de Pepe Gotera y Otilio. No solo por las chapuzas a domicilio, como la de hoy pese a la victoria en el Pedro Sancho (hace no tanto visitar Zaragoza era hacerlo a La Romareda), sino porque la sensación de improvisación y de falta de plan ya es abrumadora. Ya barrunta que no hay gloria para los boxeadores veteranos.

Por eso es que dos tantos no fueron suficientes para sentenciar y tocó sufrir como siempre para buscar el objetivo de nunca, porque nunca había luchado el club por mantenerse en la tercera categoría del fútbol español. En pleno 0-2, con todo a favor y la Primera RFEF en el bolsillo, llegó la jugada de Mortadelo y Filemón en el Mundial 82. La firmó Lars Gerson, pero bien hubiera podido imaginarla Francisco Ibáñez con una bota saliéndose del pie dibujando una estela espiral en el aire. El internacional luxemburgués Lars Gerson, ese que ya protagonizó una jugada muy similar en el último parón internacional , se encimó a sí mismo para regalar a Joserra un balón en un centro sencillo, extremadamente sencillo, en el que prácticamente disparó al muñeco de azul y blanco. El ojiplático Joserra tendría literalmente que haberse apartado para no batir de rebote a Lucas. Gol a lo Inspector Gadget.

Iban 33 minutos y Solabarrieta abrazaba la certeza de que con jugones su equipo tampoco juega mientras en las meninges del racinguismo comenzaba a repiquetear el 'Racing Club, el rey de la paparda siempre lo has sido tú'. Todo en medio del festival de errores en ataque, porque no solo naufragó la defensa, ante una zaga aragonesa que daba muchas facilidades (de hecho se iba a llevar cuatro goles) pero sin que diera la sensación de que el partido estaba sentenciado.

Cedric marcó el 1-3 antes del descanso, pero acto seguido Álvaro Sánchez hacía el 2-3. Se podría decir que poco dura la alegría en casa del pobre, pero el asunto es que en el pequeño campo aragonés el rico era el Racing. Lo que ocurrió fue que un jugador de azul remató de cabeza en medio de cuatro de rojo sin necesidad siquiera de saltar. Así es el Racing de Aritz Solabarrieta y José María Amorrortu; el que el estratega deportivo dice que mejora futbolísticamente, aunque balbucee cuando se le pregunta en qué en concreto.

El segundo tiempo trajo malos presagios y envites de un Ebro que no acertó ante un buen Lucas e iba a morir de inanición o de agotamiento, sin que se pueda precisar cuál de las dos corrientes se convirtió en dominante. También a un entrenador que no supo devolver el dominio a los suyos, cambios posicionales, un susto en forma de amenaza de lesión de Pablo Torre y un cambio evidente en el descanso, cuando Solabarrieta dejó en el banquillo a Gerson e hizo salir a Matic. Es uno de esos cambios que señalan, pero al de Ondarroa no le quedaba otra. El Racing se desangraba en la zona de los centrales y había que cauterizar la herida, por muy duro que fuera para el veterano y espigado zaguero. Es la cruel ley cortoplacista del fútbol y de las matemáticas: para ganar hay que evitar a toda costa que el adversario marque más tantos que uno, y tal y como se había dado el partido parecía complejo por los errores en ambas áreas.

Y en esas, en uno de esos cambios postreros, salió Cejudo. Un Cejudo que apura sus últimas semanas como futbolista profesional, pero al que en un momento, cuando peor estaban los verdiblancos, le llegó un balón hacia la media luna, se vio con dos metros, armó la pierna y batió a Uris Matic. ¿Recuerdan lo del viejo peso pesado, lento pero con pegada? Pues eso.

Lo demás, minutos de la basura, como pueden serlo los últimos partidos si el Racing, que ya ha encarrillado la permanencia en la tercera categoría del fútbol español –sí, la permanencia, porque esta repesca va de evitar el descenso, aunque les digan otra cosa–, en los que los verdiblancos se limitaron a hacer rondos, temerosos de perder el balón y que el Ebro les hiciera sufrir otro zarpazo.

Al menos se rescataron tres puntos y el Racing podrá escudriñar su Fortaleza de la Soledad en busca de sus superpoderes perdidos. Lo que pasa es que el Racing no es Supermán, sino Superlópez, y al final siempre termina con un chichón en la cabeza. Que vida más triste, mecachis en la mar.