El sueño de Primera nunca se apaga
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Varias generaciones no han visto al Racing en la élite, pero con la buena marcha del equipo anhelan que esta temporada se rompa por fin la esperaA Elena Achurra le hicieron socia del Racing el día que nació. No lo decidió ella, claro, sino su padre, Ignacio. Algo que no extraña a quien le conoce, porque Nacho lleva al equipo tatuado en la piel, y literalmente además. Un escudo antiguo de ' ... El Viejo' y el lema 'Aunque llueva o sople sur' adornan los brazos del santanderino. Su hija ahora tiene 13 años y una certeza: nunca ha visto al Racing en Primera División. Igual que varias generaciones de chavales de Cantabria. Son los hijos de la Segunda B, en su memoria no hay UEFA ni Bernabéu. Sus vidas como racinguistas han discurrido en campos de gradas bajas, sin brillo, polvorientos, donde se huele el barro incluso antes de que los jugadores salgan al césped.
«A mí lo que más me gusta es la pasión que transmite el equipo. Yo llevo viniendo desde que nací», dice Elena, con la misma devoción que su padre. «El Racing descendió de Primera cuando yo tenía un año. No me acuerdo de nada, claro, pero me encantaría verles otra vez en el Bernabéu o en esos estadios grandes. Mi padre me cuenta que éramos un equipo enorme, que ganamos al Madrid y al Barça. Ojalá podamos vivir otra vez algo así», comenta, y los ojos se le iluminan con cada palabra, porque para ella ya es hora de que las historias que escucha en casa se hagan de nuevo realidad.
A los Achurra los domingos los junta el Racing. Salen de Sobarzo con un bocadillo de tortilla en la mochila y entran a los Campos de Sport un buen rato antes de que el balón eche a rodar. Elena se emociona con cada victoria como si fuera un ascenso. «Este año está siendo genial. Creo que vamos a subir fijo», dice con una mezcla de esperanza y fe ciega.
Elena no es la única con ese pensamiento. Hay una legión de niños que no han experimentado nunca eso de ver al Racing enfrentarse a los grandes, pero que han aprendido el amar al equipo sin necesitar más explicación que el ambiente que se vive cada fin de semana en El Sardinero. Los mellizos Julio y Elia Sopeña, de diez años, lo tienen muy claro. «Lo mejor del Racing es la afición, el ambiente del estadio y cómo juegan», dice Julio. «Cuando marcan todo el mundo salta, mueven las bufandas y gritan. Es increíble», asiente Elia. Su hermano mayor, Imanol, le pone nombre propio a todo eso: «La Gradona», pero admite que no va a esa zona del campo. «No me dejan, porque dicen que es peligroso», musita con un poco de fastidio.
En su casa, como en muchas otras familias racinguistas, las anécdotas de Primera son un patrimonio oral. Julio escucha con devoción las historias que le cuenta su padre, Carlos, que fue testigo de las gestas de aquel Racing que metió 5-0 al Barça y derrotó por 0-4 al Madrid en el Bernabéu. «Nos cuenta las goleadas. También cosas de Zigic y Munitis. Me gusta oír esas historias, pero también quiero vivirlas», explica Julio. «A mí me cuentan una historia de unos bigotes, o algo de que se ponían todos bigotes», salta el mayor de los tres hermanos Sopeña, Imanol, en referencia a aquel mítico Racing de los Bigotes, los mostachos más famosos del fútbol.
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Historias para recordar hay muchas, pero algunas se repiten más que otras. «El gol de Colsa en el Parque de los Príncipes, cuando la UEFA», dice Saúl Muñiz, de nueve años, mientras su hermano Daniel, de cinco, asiente con fruición. Todos sueñan con vivir goleadas como aquellas algún día. Para Alejandro Muñoz, de 15 años, ese 'algún día', es ahora. «Este año podemos subir, seguro. Si lo hacemos, me teñiré el pelo de verde y blanco», dice. A él y a su hermana Daniela, de 13, los comenzaron a llevar sus padres al estadio desde muy pequeñitos. «Justamente mis padres se conocieron por el Racing», cuenta Alejandro, porque Soledad Revuelta y su marido se hicieron novios yendo al campo. Lo que ha unido el Racing que no lo separe el hombre.
Las familias de estos niños son la memoria viva del equipo. Vivieron el ascenso a la élite, noches mágicas en los estadios más grandes, los viajes a Europa... Pero también los descensos, las deudas y la sombra de la desaparición. Carlos Sopeña recuerda aquellos años oscuros como un milagro al revés. «La duda era si sobreviviríamos dentro de las películas que hubo», deja caer. «Eso es, si íbamos a ser capaces de seguir compitiendo, si no desapareceríamos», añade Rubén Muñiz, el padre de Saúl y Daniel.
Ahora, ver cómo se enganchan las nuevas generaciones al equipo es lo que más esperanza les da. «Mi hijo hizo una encuesta en su clase: de 24 niños, 17 eran del Racing. Cuando yo era niño, en mi clase de 45 éramos cuatro», explica Carlos para ilustrar la situación.
El Viejo no solo es un equipo, es una tradición. Es el lugar donde Soledad Revuelta y su marido se hicieron novios, el motivo por el que Nacho Achurra se tatuó el escudo en su piel y lo que hace pensar a estos chavales que, igual que sus padres les inculcaron El Sardinero, ellos llevarán a su descendencia. «Si tengo un hijo, le traeré al Racing. Claro, porque mi padre me trajo a mí», sentencia Imanol, con una convicción que ni siquiera parece cuestionarse. «Yo creo que sí, porque somos de aquí», convienen Saúl y Alejandro estrujando sus bufandas.
Los días de partido son una ceremonia. La familia Muñiz se junta en el local de la Asociación de Peñas Racinguistas (APR) antes de entrar al estadio. Los Sopeña vienen veinte minutos antes y se sientan todos juntos: el padre, el tío, los niños... «Hablamos, nos reímos, comentamos cosas del equipo», explica Julio. Daniela y Alejandro, algo más mayores, ya se atreven hasta a hacer la previa y se pasan «por el bar para tomar algo antes en familia».
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Hay momentos especiales que no olvidan, aunque hayan sido vagando por Segunda B. «El Racing-Zamora, que metió Cedric un gol en el último minuto, y el del ascenso», desempolva Julio. «El gol del ascenso en Son Malferit», añade Saúl. «El del Barça B, en el play off, pero perdimos», se lamenta Alejandro. Si el Racing sube este año, habrá generaciones enteras que vivan su primera experiencia en Primera División. Pero para estos chavales, lo que importa es el camino. «Cada gol, cada victoria, lo celebro como si fuera un ascenso», confiesa Elena. Es la definición perfecta de lo que significa ser del Racing: festejar cada paso, cada pequeño logro, como si fuera el más grande. No se trata solo de ganar o perder, es una forma de entender la vida, un espejo donde padres e hijos se miran y encuentran el reflejo de algo que siempre estuvo ahí: el amor por unos colores.
Por eso, los hermanos Sopeña gritan cada victoria como si fuera un título. Alejandro y Daniela sueñan con la grada llena, con una ola verde y blanca recorriendo las tribunas. Y Saúl y Daniel chillan pensando que después de eso quieren «ganar la Liga, al Barcelona, al Real Madrid y al Atlético».
Aún es pronto, pero el ascenso es cada vez una realidad más tangible, con 36 puntos y 10 de colchón sobre el segundo. Parece una ventaja cómoda, pero en el fútbol no hay nada seguro. Los chavales lo saben y tienen claro qué mensaje quieren hacer llegar al equipo. «Que tranquilos, que podemos caer y no pasa nada», lanza Julio. «Que no se confíen por los puntos que sacamos al segundo», dicen Saúl y Daniel. «Nada de relajarse», opina Alejandro, mientras su hermana alienta: «Que sigan así». «Creo que podemos ser más grandes de lo que nunca hemos sido», sentencia Elena.
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