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A veces las cosas sencillas y menos pensadas son las que más éxito tienen. Un euro. Eso es lo que cuesta el sombrero verde que marca tendencia entre el racinguismo. La peña de aficionados verdiblancos exiliados en Madrid, Vindio-Sotileza, sin quererlo, ha puesto de moda para esta primavera-verano en la pasarela de Primera RFEF una prenda comprada en un bazar chino. «Se ha convertido en un icono de la temporada», reconoce, aún sorprendido por la trascendencia, José Ramón Arance, miembro de la junta directiva del colectivo. «No pensábamos que iba a llegar a tanto».
Todo por una concatenación de geniales sucesos que sacaron el gorro a la palestra. Pero comencemos por el principio, porque la prenda se hace famosa en Talavera de la Reina, pero nace camino de tierras campurrianas. «Tres años atrás, con el play off de ascenso a Segunda frente al Atlético Baleares, fuimos a ver el partido y nos quedamos en una casa rural en Campoo». Con la cabeza cubierta de verde. Nadie reparó entonces en el sombrero. «También nos los pusimos para el partido de vuelta», en el bar Padel Boat de Madrid, donde habitualmente siguen los partidos del Racing. Su pequeño Sardinero en el exilio.
El gorro no pasaba de ser una anécdota. No llegaba ni a atuendo identificativo. Pero el pasado 6 de marzo, todo cambió. Un grupo numeroso de aficionados apareció por las inmediaciones de El Prado con el sombrero verde fosforito en la cabeza. «¿Quiénes son esos?», preguntó un aficionado verdiblanco en la terraza de la Cervecería San Francisco. Por cantidad, en la lejana Talavera, tenían pinta de ser «los de la peña de Madrid», tal y como respondió, acertado, el interlocutor.
Hasta ahí, todo normal. Los acontecimientos se precipitaron en el minuto 36. Pablo Torre hizo el 0-1 tras rematar de cabeza un centro de Marco Camus. En el fondo racinguista, entre la algarabía y el alboroto, un sombrero verde abandona su sitio y se precipita a los pies de la montonera que forman los jugadores racinguista. Fausto Tienza lo agarra y se lo cala al tío con más clase de la plantilla. Pablo Torre acepta el reto y se lo ajusta para mostrarlo a la grada y, en consecuencia, a todos los objetivos que lo tenían a tiro de clic. La imagen ya tenía su miga. Claro, si a eso se le añade que el canterano acababa de firmar esa misma semana por el Fútbol Club Barcelona, qué mejor valla publicitaria para el gorro.
«El día de Talavera lo llevamos, pero en ningún momento nos planteamos que iba a tener tanta repercusión. No lo hicimos con ningún motivo especial», insiste Arance, consciente de que la cabeza sobre la que terminó el sombrero fue la clave. A día de hoy, Pablo Torre convierte en oro todo lo que toca. «La casualidad quiso que se lo pusiese Pablo Torre y por eso tuvo tanta trascendencia».
Y el canterano ya no se lo quita. Ha sucumbido a la moda que él mismo ha creado. El pasado viernes salió del estadio de Matapiñonera, arrastrando la mochila de la ropa, con el sombrero verde puesto. Otros compañeros de equipo «se animaron a ponérselo al final del partido». Porque en los aledaños del estadio, a pie de autocar, aficionados y futbolistas compartieron celebración. Pablo Torre llegó a Santander, a eso de las 5.15 de la madrugada, y se bajó del autobús de la misma guisa. Sin duda, debería llevarse el sombrero a Barcelona.
Ahora mismo el accesorio más demandado entre el racinguismo no es ninguna de las tres camisetas de juego del equipo. «Por redes sociales nos escriben bastantes aficionados y miembros de otras peñas preguntando por los sombreros, porque quieren hacerse de uno», relata José Ramón Arance, aunque comenta que en la peña Vindio-Sotileza no tienen ninguna intención de comercializarlo como merchandising propio.
Pero los sombreros verdes han llegado para quedarse. De hecho, en San Sebastián de los Reyes la prenda, numerosa en la grada visitante del madrileño estadio de Matapiñonera, ya presentaba hasta mejoras y novedades: «Hemos personalizado algunos con el nombre y el logo de la peña».
El gorro ya no es sólo un asunto estético en la grada, si no que también ha nacido una corriente a través de las redes sociales para ataviar el avatar de los racinguistas de la misma forma. Son muchos los seguidores verdiblancos que ya se han calado el sombrero en sus perfiles de Twitter, Instagram o Facebook. Signo de distinción de un sentimiento.
A la salida de Matapiñonera, algunos aficionados le pidieron al míster, Guillermo Fernández Romo, que se pusiese el sombrero. Siempre prudente, sonrió y declinó la oferta. Es cierto que el verde chillón no le pega demasiado con su chaleco azul marino de la suerte. Pero quizá, si el Racing logra el ascenso, el madrileño sea el primero en salir el balcón del Ayuntamiento bien ataviado para la celebración. Al fin al cabo, sería la culminación a una temporada para ponerse el sombrero.
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