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Dicen que la injuria no hiere si no se recuerda, y que por eso el olvido es la mejor venganza. Pero el fútbol cede a la tentación del hambre que ésta despierta, aunque aseguren que es el manjar más sabroso condimentado en ... el infierno y sabe mejor cuando se sirve frío. Como el frío que había en Estella el 20 de enero de 1991, fecha de la vigésima primera jornada del campeonato liguero. El Racing, como ahora, sufría en Segunda B espoleado por la necesidad de limpiar su historial deportivo, y en eso estaba, huyendo de una racha negativa donde sólo había ganado dos de los seis últimos encuentros disputados, balance demasiado pobre para un aspirante firme al ascenso. Además, viajaba para enfrentarse al C. D. Izarra, un equipo recién ascendido que había amargado a la afición racinguista en la apertura de la temporada en el nuevo Sardinero. Aquel día, los navarros empataron a un gol con un único remate que hicieron a la portería defendida por Ceballos y el desánimo se extendió por las gradas, casi vacías, para anunciar que lo del ascenso no iba a ser como coser y cantar.
Y efectivamente, los hombres dirigidos por Felines, ni cosían ni cantaban. En su anterior desplazamiento habían perdido contra el Baskonia (1-0), y en la siguiente jornada no pudieron superar en Santander al Aragón (3-3). A su llegada a Estella, los futbolistas del equipo cántabro se encontraron con un animado ambiente en las inmediaciones de Merkatondoa.
Se había declarado el partido como día del club y con un precio único de 1.000 pesetas se registraría la mejor entrada de la temporada. Ya en el campo, el juego enseguida comenzó a exhibir la mejor calidad del Racing que dispuso de las primeras oportunidades para estrenar el marcador. Sin embargo a los 10 minutos, en el primer acercamiento del Izarra a la portería racinguista, vendría el primer gol. Fue una jugada por la banda derecha con falta de entendimiento entre Gelucho y el meta Pinillos que propició que el balón llegara a Barbarín para empujar y anotar el uno a cero.
Hay momentos en el fútbol donde un gol en contra es una bendición para el equipo que lo ha encajado. Es molesto como la estridencia de un despertador que advierte que la realidad es otra diferente a la del sueño feliz. Nos descubre un nuevo día con el ánimo de cumplir propósitos encomendados, y entonces, con el balón, nos invade el apetito feroz de una sensación vengativa incontrolable. Seis minutos tardó el equipo en ponerse de pie y lanzar su primer mordisco.
El navarro Benito cedió la pelota a Sánchez Lorenzo y éste, al borde del área, empalmó el disparo del empate. Nueve minutos después, Benito remató de cabeza a la red tras un centro de Revilla. Antes de que acabara el primer tiempo, Gelucho centró al área y el despeje del guardameta llegó a los pies de Javi dentro del área para anotar el tres a uno. El Izarra se diluyó en el centro del campo. Contaba sus toques como errores ante la presión cántabra. La constante lucha de Benito y el dinamismo de Pedraza y Sánchez Lorenzo estaban desquiciando a sus rivales. Nada cambiaría en la segunda parte.
El hambre continuó, como las oportunidades y los goles. Al cuarto de hora, un centro de Pedraza fue rematado por Javi en un espectacular remate de cabeza en plancha. La belleza del gol espoleó la eficacia y tres minutos después llegaba el quinto. Roncal se dirigía al área sin oposición dispuesto a sortear la salida del portero Alberto, cuando éste le hizo una falta merecedora de expulsión. Pero los racinguistas no protestaron.
Con la misma rapidez con la que acompañaban el contraataque, sacaron la falta sin tiempo para que el guardameta volviera a su posición y Revilla marcó a puerta vacía. El Izarra no se desmoralizó. Siguió jugando con fe adelantando sus líneas e incluso inquietando la puerta defendida por Pinillos, pero el gol lo volvería a marcar el Racing con un soberbio disparo desde fuera del área de Edu que se coló por la escuadra.
Dicen que la injuria no hiere si no se recuerda, y que por eso el olvido es la mejor venganza. Pero aunque se condimenten en el infierno y se sirvan fríos, qué bien sabe recuperar de la memoria esos seis goles de venganzas deportivas si forman parte del camino del ascenso, como ocurrió aquel año de 1991.
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