El viaje a Badajoz de Pedro Munitis
MI SAQUE DE ESQUINA ·
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El cántabro estuvo cedido durante una temporada, la 97-98, en el equipo extremeñoDicen que viajar enriquece. Eso de conocer nuevos lugares, nuevas gentes y nuevos ambientes produce sensaciones que imprimen fortalezas a nuestro espíritu. Ese fue el propósito a la hora de decidir el destino de aquel pequeño jugador, un buen deseo para que pudiera crecer fuera ... del entorno donde había desarrollado su vocación, aunque aquel viaje también podría interpretarse como una manera dulce de deshacerse de un futbolista que no encajaba en un Racing que entonces estaba arraigándose en la Primera División.
Años antes de viajar a Badajoz, nadie era consciente del potencial que atesoraban los toques de balón de un niño que se llamaba Pedro Manuel Munitis Álvarez (Santander, 1975) y que jugaba en las pistas polideportivas del Barrio Pesquero de Santander. Algunos pocos sí abrieron los ojos para detectar aquel talento. Fueron quienes llevaron a Munitis a jugar con los infantiles del Real Racing Club a la vez que asistía a la Escuela Municipal de Fútbol dirigida por Laureano Ruiz. Y con ese paraguas de protección, el pequeño Pedro Munitis recorrería las secciones inferiores del Racing hasta llegar al Rayo Cantabria en 1993, en la última temporada antes de convertirse en Racing B. Con Munitis, el Rayo, dirigido por Paco García, disputó la fase de ascenso a Segunda B, y en la temporada siguiente, ya como Racing B, debutaría en el primer equipo racinguista. Fue el 4 de enero de 1995 en partido de Copa del Rey contra el San Sebastián de los Reyes. Días después, se convirtió en jugador de Primera División de la mano de Vicente Miera, formando parte de la alineación que se enfrentó a la Real Sociedad en Santander, el 22 de enero de 1995, formada por Ceballos; Iñaki, Juan, Pablo Alfaro, Zygmantovich, Carreras; Esteban Torre, Billabona (Munitis), Quique Setién; Popov (Tomás) y Radchenko.
Munitis sólo jugó los últimos minutos de cinco partidos ligueros, demasiado poco para demostrar lo que tenía dentro. Tuvo el premio de salir al campo en la mágica goleada del 5-0 al 'Dream Team' de Johan Cruyff, y en las siguientes temporadas volvió a recibir la consolación de jugar minutos en cuatro partidos y luego en otros dos. Sólo migajas para demasiada ambición deportiva.
Hasta que llegó aquel viaje a Badajoz. Con más minutos para imponer su personalidad, Munitis revolucionó al equipo extremeño en la temporada 1997-98, cuando fue uno de los aspirantes al ascenso a Primera. Allí, Miguel Ángel Lotina le alineó en 28 partidos. En ellos anotó diez goles, ofreciendo a los espectadores la recreación de un eslalon desequilibrador del rumbo lógico de las inercias. A veces los defensas lograban prever hacia dónde se iba a dirigir el inquieto y potente cuerpo del jugador, pero cuando lo averiguaban, el balón se había ido con Munitis brincando entre sus botas y aliándose con la suerte de los elegidos, como el gol que le marcó al Lleida y que circula por las redes sociales como un vínculo del jugador con la providencia de lo inaudito.
Cuando regresó a Santander tras la cesión en el Badajoz, Munitis había crecido. Sus quiebros y cambios de ritmo comenzaron a tumbar a sus rivales y a levantar de sus asientos a los espectadores de El Sardinero. Para los que creyeron en aquel viaje como proceso de maduración, su estancia en Extremadura fue un acierto. Para los que pensaron que había sido un exilio despreciativo, detectaron en el jugador unas enormes ganas de revancha y de rabia, como cuando caía y perdía el balón. Munitis no era de esos delanteros que se quejaban desde el suelo reclamando cualquier cosa. Él se levantaba como un resorte de muelles comprimidos y arrancaba furioso hacia su recuperación. Incluso en la celebración de sus goles había cierta actitud reivindicativa y retadora. En el filo de la tarjeta amarilla que castiga quitarse la camiseta, Munitis la giraba sin quitársela para que su nombre y su número se inflara en su pecho: Munitis, el 23. Fuera por una u otra causa, lo cierto es que Pedro Munitis nunca más dejaría de ser un jugador esencial en el Racing. Consiguió ser internacional como jugador racinguista, acompañó a Salva para contribuir a elevarle como único 'Pichichi' del Racing en Primera División y proporcionó buenos dividendos al club cuando fue traspasado al Real Madrid en 2000. Sin él el Racing descendió a Segunda, y tras el ascenso en 2002, Munitis quiso volver cedido a Santander para integrarse en el proyecto liderado por Quique Setién y Manolo Preciado. Con la llegada de Dmitry Piterman las cosas se enturbiaron y Munitis emprendió otro viaje para jugar en el Deportivo de La Coruña (2003-06), hasta que definitivamente regresó a su Santander y a su Racing (2006-12) para rozar la presencia en una final de la Copa del Rey y clasificarse para la UEFA.
Dicen que viajar enriquece, y es verdad. Viajar nos enseña el valor y el placer que supone estar lejos en busca del deseo de volver a casa.
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