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Rodrigo Contreras
Martes, 1 de noviembre 2022, 08:01
No es nada fácil la vida para un joven de 13 años que entra en un país nuevo de manera ilegal y con una mano delante y otra detrás. La realidad de muchos menores extranjeros no acompañados (MENAS) en nuestro país es intentar sobrevivir, lo ... que les lleva en ocasiones a la delincuencia. Este fue el caso del joven marroquí Ilyas Ghasu cuando llegó a España. Sin embargo, tras cinco años muy duros, el rugby cambió su vida.
Hasta su mayoría de edad, Ilyas había vivido entre la «cárcel de menores» y el «centro para MENAS», como los denomina él mismo. Peleas callejeras y delitos continuados de robo le llevaban una y otra vez al Centro Judicializado de Menores de Parayas. Había entrado en un bucle de delincuencia del que no veía escapatoria.
«Cada vez que salía de la cárcel de menores, me encontraba en el centro de menores con un ambiente horrible. Navajas, drogas… y todo lo que me volvía de nuevo a incitar a delinquir, hasta que gracias al rugby decidí no volver a ese mundo», cuenta Ilyas.
La cruda realidad se cernió sobre este joven al cumplir la mayoría de edad. Estaba en la calle, sin nada, y tenía que empezar una vida nueva al salir del centro educativo. «Salí del centro de Parayas con 18 años, con cinco euros en el bolsillo y una mano delante y otra detrás. Tuve que vivir en casas okupas, hasta que a través de un amigo del gimnasio comencé a trabajar como portero de discoteca en la noche de Santander», explica.
Es precisamente allí, trabajando en la noche, cuando Ilyas comenzó a escuchar cosas sobre el rugby y a convencerse para probar un deporte que, según sus propias palabras, «parecía que no era nada individualista, que era un deporte que no tenía maldad y que había gente buena». Y añade: «Me abrieron de par en par las puertas de un mundo desconocido para mí».
Así, y a través de la figura del entrenador del Independiente Rugby Club de Santander, Tristán 'Chucho' Mozimán, clave para la reinserción de Ilyas en la sociedad, comienza a entrenarse con el equipo verde. «Una vez que comencé a entrenar, gracias al rugby conseguí un trabajo en una empresa de construcción. Esto fue fundamental para poder recuperar los papeles legales que había perdido cuando cumplí 18 porque me habían caducado los que me habían hecho en el centro de menores», confiesa.
Hoy en día Ilyas es un hombre de 20 años feliz. De sus trabajos (el de la empresa de construcción y el de los fin de semana como portero) va a entrenar y a jugar con el equipo sub 23 del Independiente, que juega la Liga nacional. Tiene novia y vive en una casa alquilada legalmente. Sigue yendo al gimnasio y tiene unas amistades totalmente renovadas.
Siempre habla del rugby como su tabla de salvación y quiere seguir vinculado a este deporte de por vida. Además, asegura que su historia está siendo inspiradora para muchos chicos hoy internos en el centro de Parayas para elegir su mismo camino y poder integrarse en la sociedad.
«Muchos chicos del centro han tomado mi ejemplo y han decidido escoger el buen camino y dejar de delinquir al verme ahora. Hay mucha gente que si tuviera la oportunidad de poder reinsertarse en la sociedad trabajando como hice yo dejarían de delinquir, pero en muchas ocasiones, no se tiene la oportunidad que tuve yo», reflexiona.
Hace unos meses, y gracias a su contrato de trabajo en España y a tener todos los papeles en regla, cumplió uno de sus sueños. «Aunque siempre tuve contacto con mi familia, les ocultaba las cosas malas que hacía durante estos siete años. En abril di una sorpresa a mi madre después de tantos años sin pasar por casa. Cuando me fui con 13 años medía 1'55 cm y ahora mido casi 1'90 cm. Mi madre casi no me conocía cuando me vio. Te puedes imaginar la sorpresa y la alegría que tuvimos todos», finaliza.
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