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Medio siglo de rugby en verde
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El Mazabi Santander Independiente celebra hoy los 50 años que han transcurrido desde el primer partido de su historia, ante el Torres QuevedoCreo recordar que aquella mañana hacía bastante malo. Y hacía frío». La memoria de Vicente Bengochea (Santander, 1950), trata de viajar a tal día como hoy, un 7 de noviembre, pero del año 1971. En el campo de La Albericia, Vicente ocupa el puesto de zaguero en el quince titular de un equipo de rugby que luce camisetas blancas con rayas verdes, regalo de la Federación Cántabra de Rugby. Aquel equipo que se llamaba Independiente porque nadie había querido patrocinarle, se enfrentaba ante el Torres Quevedo, uno de los que sí había conseguido patrocinio. En esa mañana fría y desapacible sonaba el pitido inicial que iniciaba una historia de voluntades, penurias, victorias y derrotas. Pero sobre todo, de pasión por un deporte distinto. En el que los compañeros se convierten en amigos, en una familia inquebrantable. Las casualidades del calendario han querido que hoy, el Mazabi Santander Independiente vuelva a jugar, 50 años después, otro partido de rugby. La fiesta promete ser de lo más emotiva.
En la España de comienzos de los 70, ¿cómo dice en casa un chaval de 20 años que quiere jugar al rugby? «Yo es que en casa, ni lo conté», señala entre risas Vicente. Él jugaba al fútbol en el juvenil del Racing. Y tras acabar en esa categoría, en 1970, los verdiblancos le mandaron al Trasmiera «Yo no quería ir y duré dos días». Al punto, aparece un recorte en la prensa de una campaña de iniciación al rugby, destinada a jóvenes de 16 años en adelante. «De mi barrio, Porrúa, fuimos cinco. El rugby nos sonaba de algo. Nos gustaba de verlo por la tele».
La semilla del futuro equipo ya estaba plantada. Con Vicente estaba en esa iniciación al rugby Manuel Sigler, que en octubre de 1971 pronunció unas palabras ya míticas al repartir esas camisetas entre el grupo de amigos ante la falta de apoyos. 'Nos llamaremos Independiente'. Hasta que llegó ese 7 de noviembre. El primer partido en la llamada Liga Provincial, que también cumplía su primera edición, con apenas cuatro equipos. «Teníamos muchos nervios. Yo ese día jugué de zaguero», recuerda Bengochea, equipado con ese uniforme regalado y sus ya viejas botas de futbolista. El Torres Quevedo era el principal rival de los verdes «y en teoría eran mucho mejores que nosotros». Pero la ilusión hizo el resto. Eso y la arenga del entonces entrenador y también primer presidente del club, Santiago Menéndez de Luarca. «Venía de Madrid y nos sacaba cuatro años. A mí me reñía mucho, porque era un poco rebelde. Era muy exigente como entrenador». El partido en sí no tuvo demasiada calidad. «No podía tenerla», comenta Vicente entre risas. Pero el Independiente ganó, y fácil, a un rival en teoría superior. 12-0, con tres ensayos -valían cuatro puntos, no cinco como ahora- sin transformar. El Independiente no solo ganó aquel primer partido de su historia, sino también aquella primera Liga.
El estreno
A MEJOR
Vicente, que fue el primer tesorero del club, estuvo una década jugando en el equipo. Hasta 1980. Hoy en día, es el secretario de los verdes. Ni en sus mejores sueños podía imaginar en lo que se ha convertido aquel grupo de amigos vestidos de blanco y verde. «Nunca supuse que el club se hiciese tan grande. Con muchos niños y niñas entrenando. Pero en el club siempre quedó muy buena gente, un embrión que no se desperdigó. Siempre en contacto continuo». Hoy, en el partido ante el Uribealdea, Vicente será, junto a Manuel Sigler, quien haga el saque de honor. En el 'prao' 50 años después. «Me están entrando unas mariposas en el estómago...».
Como si cogiese el relevo de uno de los pioneros, José Luis Marquínez (Santander, 1961) llegó al Independiente en la temporada 1979-1980. «Con 18 añucos», apunta con una sonrisa. Él no tuvo que explicar en casa esa 'marcianada' de que quería jugar al rugby. «Porque mi padre, en 1941, jugó en una selección cántabra de rugby». Así que cuando dijo en casa que se pasaba del fútbol al deporte oval, no hubo pegas. Se incorporó al equipo juvenil del Independiente «y en el primer partido de mi vida, en el primer balón que cogí, hice un ensayo». A la semana siguiente, por dos ausencias entre los mayores, ya salió al campo con el primer equipo.
Marquínez es uno de los nombres imprescindibles de esta historia. «Jugué desde 1979 hasta el año 2002». Capitán, presidente y hoy en día, responsable en la directiva del primer equipo, ha vivido en primera persona los momentos que han transformado al club. Como cuando en la temporada 1996-97, con Marquínez de capitán y a la vez presidente, se toma la decisión de traer a dos neozelandeses, Brad Albrecht y Matt Walker, que habían jugado ya en Madrid. Los primeros fichajes de la historia. «Se notaba una diferencia de nivel... Era un espectáculo verlos. Nos cambió el estilo de juego». En un deporte totalmente amateur, había que buscar patrocinadores por todas partes para pagar algo a unos neozelandeses que creerían estar jugando al rugby en otro planeta. «Porque entrenábamos en la segunda playa de El Sardinero. En La Albericia sólo podíamos jugar. No teníamos perspectivas de futuro para nada».
En sus cuatro décadas en el club, Marquínez, que jugó de ala, zaguero y apertura, tiene un millón de anécdotas. Como cuando tras un partido en El Puerto de Santa María, en Cádiz, hacen recuento en el autobús para repartir los bocadillos. «Sobraba uno», señala José Luis entre risas. O sea que faltaba un jugador, que llamando a la novia en una época sin móviles se había despistado y quedado en tierra. «El equipo rival, el Atlético Portuense, nos le acercó a Sevilla». Marquínez también es testigo de excepción de la evolución del club y del propio rugby. «No es otro deporte, pero casi. Hierba artificial, nutricionistas, entrenadores... En nuestra época, los entrenadores eran los jugadores mayores».
Hay historias que solo el rugby puede propiciar. En 1983, dos equipos galeses, el Laugharne y el Abercrave, vinieron a Cantabria de vacaciones. Y a través de la Española, preguntaron si había un equipo para jugar amistosos. El Independiente fue el rival. Y en 1983, los verdes realizaron la primera de sus tres giras por Gales, con una amistad con esos equipos que ha perdurado en el tiempo. «Esas giras nos cambiaron la forma de jugar. Pero también la forma de ver el rugby y la filosofía sobre este deporte», explica Nemesio 'Uco' Ochoa (Santander, 1961), otro de los nombres esenciales en la historia verde. Llegó a la vez que Marquínez y ha sido jugador, entrenador, y de una forma u otra, vinculado al club hasta hoy en día.
Al igual que Marquínez, Ochoa destaca el salto de calidad que supuso la llegada de los primeros fichajes en los 90. «Cambió sobre todo la velocidad del juego. Nosotros jugábamos con más contacto, y los neozelandeses lo hacían a toda leche, con muchas destrezas. Y los jugadores se adaptaron a ellos». Ese contacto del que habla Ochoa no era tanto comparado con el del equipo francés del Dax, que en un amistoso en Munguía, «con un rodillazo en una melé -yo jugaba de talonador- me dejaron grogui», rememora. Aunque su mejor recuerdo como verde es en un partido en Gijón, cuando el Independiente se jugaba un descenso. «Un golpe de castigo de José Marquínez entra llorando para ganar por 14-15».
Cuando hoy, a partir de las 12.00 horas, vuele el oval por el aire de San Román, se completará una historia de 50 años. Medio siglo de pasión por un deporte distinto. Y de trabajo, casi siempre por amor al arte, de muchas personas que se han involucrado en el día a día del club de una u otra forma. Con una labor callada pero imprescindible. Todos han hecho que aquel equipo de amigos que tal día como hoy, pero de 1971, jugó su primer partido, siga más vivo que nunca.
«Yo tengo muchos recuerdos de mi tiempo en Santander, de 1998 a 2000, y también en 2013 con mi familia. Aprendí mucho de rugby y también, de la vida». Brad Mooar fue un neozelandés que jugó en el Independiente a finales de la última década del pasado siglo. Y en 2013, ya consagrado como entrenador en la mejor Liga del mundo, vino a echar una mano a sus amigos, recién ascendidos a la División de Honor. Hoy en día, Brad está en el olimpo del rugby. Forma parte del cuerpo técnico de los All Blacks, la selección de Nueva Zelanda. Y en un vídeo de lo más cariñoso no ha querido olvidarse del aniversario que hoy celebran sus amigos. Porque 50 años han dado para mucho. Hasta para que en el equipo más icónico del rugby, haya un verde de corazón.
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