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24 de noviembre de 2018. Boca y River Plate se enfrentan en el partido de vuelta de la final de la Copa Libertadores. La 'Champions' ... de Sudamérica entre dos equipos de Buenos Aires con una rivalidad que va más allá de lo imaginable. El partido con mayúsculas. Y hay incidentes previos que dan la vuelta al mundo y que obligan a suspender el partido, que se jugó tiempo después en Madrid. Tristán 'Chucho' Mozimán, argentino y preparador por entonces del Independiente santanderino de rugby, pasa un vídeo por whatsapp. 'Mirá, mirá lo que te mando'. Al día siguiente, se jugaba la final del torneo de la URBA (Unión de Rugby de Buenos Aires) entre Hindú y Alumni. Miles de aficionados en una grada. Todos mezclados. Ni un solo policía. Ni un solo incidente.
Sebastián Perasso (Buenos Aires, 1969) es notario de profesión. Pero escritor vocacional. Y como se pasó desde los cinco a los 32 años jugando al rugby y entrenando en el club San Isidro de la capital argentina, se ha dedicado a escribir libros sobre el deporte oval y a dar charlas por medio mundo. Ayer, Perasso estuvo en el Instituto Augusto González de Linares, en el barrio santanderino de Peñacastillo, en un acto organizado por el Universitario Rugby Club para dar una charla con el título 'Valores y destrezas deportivas'. El objetivo, como en tantas otras, difundir las bondades de un deporte con el que se aprende a jugar y, sobre todo, «se aprende a vivir».
Ese propósito es más fácil en su país de origen. «En Argentina hay casi 600 clubes de rugby», señala Perasso. Añade con orgullo que se los conoce a casi todos «He visitado más de 400, dando conferencias y divulgando mis libros». Desde el norte, rayando ya en la frontera con Bolivia, hasta Ushuaia, en el extremo sur del continente en el que un puñado de valientes se anima a crear clubes. «La gente del rugby tiene mucha pasión».
Pero la cosa cambia al enfrentarse a un auditorio de un país como España en el que el rugby es de esos deportes llamados minoritarios. Y el rugby suele convivir «con muchos prejuicios. Que es algo elitista, que es un deporte violento, que solo lo juegan los fuertes...». Poco a poco, Perasso va desmontando esos argumentos. Que puede jugar cualquiera, independientemente de sus cualidades físicas; que todas las acciones están sujetas a un reglamento mucho más que detallado –además de que las sanciones si alguien se pasa de frenada son durísimas–... Y también enfatiza lo que hace especial el deporte oval. «Lo diferencial de nuestro juego. El felicitar al rival, el saludar al árbitro, el proteger a un jugador en el suelo si tiene un riesgo de lesión... Y nuestro tercer tiempo». Cuando el señor –o señora– del partido, ya que así se les llama a los árbitros, pita el final con ese silbato de tono ronco, se abre una ronda de abrazos. Y todos a cambiarse al vestuario y a degustar luego un plato de lo que sea con una cerveza. «Es una fiesta que se ha preservado durante más de 200 años. Pasan los años y las generaciones de jugadores y eso se conserva. Es un tiempo en el que compartir, y en el que pedir disculpas si nos hemos equivocado. Por eso, con el rugby tenemos una herramienta valiosa para aprender a jugar y para aprender a vivir». Aquel partido en Argentina sirve de ejemplo perfecto para demostrar que todos esos valores del deporte oval se dan desde Twickenham, la catedral del rugby inglés, hasta el más humilde de los campos de un país en el que el rugby sea mucho menos que un deporte minoritario.
Para que alguien se convierta en un rugbier y lo sea durante toda su vida, es mejor empezar a inculcar ese deporte desde la base. «Es más difícil con gente grande», reconoce el escritor bonaerense. La figura del entrenador aparece como clave. «Aunque más que entrenador, debe ser un educador. John Wooden, el mítico entrenador de baloncesto de la Universidad de UCLA, en Estados Unidos, decía que 'un buen entrenador puede cambiar un partido, pero un gran entrenador puede cambiar una vida'. Por eso, los valores del rugby hay que empezar a inculcarlos cuando los chavales tienen 6 o 7 años».
El momento del deporte oval a nivel planetario es bueno. «Se ha expandido el rugby por todas partes», añade Perasso. «Y lo juegan nueve millones de personas». Pero quedan retos. «Tenemos que estar alerta para hacer cumplir esos valores», recalca. Y «difundir más el juego». La última frontera sería la traslación de ese código de conducta, comportamiento o vida, como se quiera llamar, a otros deportes. «Yo creo que es posible, pero los cambios generan resistencia», apostilla Sebastián Perasso.
Madrid, León, Gijón, Oviedo y ayer Santander han escuchado a un notario que escribe de rugby. «He escrito 15 libros en 18 años. 14 de rugby y uno de fútbol, ese último en la pandemia», señala. En estos «tiempos desafiantes» en muchas partes del planeta, no vendría mal que el mundo se ovalase un poco. «El desafío es que cada vez haya más gente jugando al rugby, porque con ello generamos más personas de bien».
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