
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Sonriente, alza la vista y comprueba que hay mucha gente. Le acompaña su padre, de nombre castellanizado Iván, que trata de esconderse de las fotos. ... De repente, Cristina Bucsa (Chisinau, 1998) se detiene y aleja la mirada. Han sido tan solo un par de segundos. Quizá algo más: «Esta es mi casa. Aquí empezó todo», asiente sin que desaparezca esa sonrisa cómplice de su rostro.
La torrelaveguense, por mucho que naciera en Chisinau, recibió este sábado en el Círculo de Recreo de Torrelavega un caluroso y emotivo homenaje de algunos de los que fueron compañeros de taquilla en sus inicios. La recibieron entre aplausos y no hubo quien dejara escapar la oportunidad de fotografiarse con la medallista de bronce en París. «Solo puedo dar las gracias. Me siento súper agradecida de este acto. No me esperaba todo esto», confesaba con ese aire entre tímida y abrumada que desprende. Nada que ver con cuando juega en la pista ni cuando se le pregunta por sus deseos: «Ahora hay que pensar en más. En otros objetivos y en seguir creciendo».
Bucsa recibió un ramo de flores, una placa conmemorativa y la insignia de oro, la máxima distinción del club, de manos de Miguel Remón, presidente del Círculo de Recreo: «Es una auténtico orgullo poder contar con ella. Nosotros la sentimos como nuestra», decía.
Todo en un acto organizado, por exigencias del guion, a la carrera. Al mismo ritmo al que va la vida de la tenista desde hace un tiempo. Su presencia en Torrelavega este fin de semana provocó un trabajo en cadena para organizar un reconocimiento a quien entrenó durante quince años en esas pistas. Los presentes recordaban aquellos días de lluvia en los que aparecía corriendo por el club. Llegaba por mandato de su entrenador, su padre, «calentando». De aquellos días, estos éxitos.
«Tengo que dar las gracias a todos los que me ayudaron, porque seguro que si no hubiera podido entrenar aquí como lo hice no habría conseguido esta medalla», comentaba la tenista.
Rodeada de niños que buscaban el selfi con la medallista, Bucsa les mandaba un mensaje a todos: «Trabajad mucho. Confiad en vosotros, porque si entrenáis duro todos los días podéis conseguir todo lo que queráis».
No contaba con hacer un saque de honor desde el fondo de la pista. Pero agarró la raqueta y golpeó la pelota «a asegurar». Entre aplausos llegó el anunció: «Esperamos que cuando vuelvas, para la próxima vez que estés por aquí, ya esté construido. Vamos a poner un monolito tuyo y esta pista se llamará Cristina Bucsa», anunciaba Remón.
«Qué voy a decir... Gracia; me siento muy orgullosa de estar por aquí», decía. Arropando a la ilustre socia del club estaba Emilio de la Fuente, uno de los profesores de tenis que tantas jornadas siguió de cerca su evolución en sus inicios. «Poder entrenar a los chavales y ver cómo entrenaba Cristina con su padre en la pista de al lado es algo que no se paga con dinero. Quiero darle la enhorabuena en nombre de todos», reivindicaba. De una u otra manera, todo el mundo se sentía cerca de alguien que ha conquistado un trozo (de bronce) del Olimpo y a quien sienten de los suyos.
Cristina Bucsa
A Bucsa la recordaban sus inicios en la Lechera. Sus tardes de agua y frío. Aquellas pelotas mojadas difíciles de dirigir y los duros entrenamientos. El origen de lo que es ahora. «Me lo he pasado bien aquí. He disfrutado mucho. También lo he pasado mal», decía antes de concluir que «ha merecido la pena». Al hacer memoria, recuerda a todos los que le pudieron echar una mano en el camino y no olvida a sus padres. «Sin ellos no lo hubiera conseguido. Ellos fueron el mejor impulso que recibí para poder confiar en que podía conseguirlo». Se sintió fuerte y, con la misma sonrisa de siempre, bromeaba con su padre, Iván, al que le mandó un mensaje: «Gracias por todo. Tu no lo conseguiste, pero tu hija sí». Nadie pudo ocultar la sonrisa. No era un reproche, ni mucho menos. Seguramente le quiso devolver con cariño todo el esfuerzo y confianza que depositó en ella. El tándem surtió efecto. Vaya que sí.
Gentil y agradecida, se retiró a una de las esquinas de la pista, la que llevará su nombre, para atender a El Diario. Dio a la cinta para atrás y se situó en París hace apenas unas semanas: «Ha sido una pasada. Vivir lo que he vivido; estar en la villa olímpica, compartir tiempo y tantas cosas con los mejores deportistas del mundo... Increíble».
Su autoconfianza es total. Antes de partir para los Juegos Olímpicos ya lo adelantaba. «Voy con la idea de ganar una medalla. Creo que lo podemos hacer. Estoy convencida de ello», advertía. Lo recordaba: «Es que lo visualicé. Me había visto muy bien jugando con Sara Sorribes y sinceramente estaba convencida de que podíamos luchar por ello». No cambia su discurso. Al contrario, ofrece más claves de por qué aterrizó por París con la energía por las nubes: «En Madrid, días antes ya estuvimos a un nivel muy alto».
Los Juegos Olímpicos imponen. Es algo que les ocurre incluso a los deportistas experimentados y, cómo no, a aquellos que debutan. Bucsa le da un valor incalculable al poder mental. A ese plus que aporta el verse con posibilidades de todo.
Esa fue la razón por la que empezó a trabajar esta faceta desde muy pronto. «Quise ver el torneo como si fuera uno más. No importa cuál. No quería que los nervios me jugasen una mala pasada. Eso era importante para poder jugar bien, como lo hicimos». Tenía razón. Así fue.
Bucsa y Sorribes fueron pasando rondas y acercándose a las medallas sin levantar mucho ruido; pasito a pasito. Pero también recuerda que hubo un momento en que dudó. En aquel dramático partido ante las hermanas Kichenok, donde ganaron 6-3, 2-6 y 12-10 en una batalla agónica que se decidió por la mínima. «Sí. Ese 'supertiebreak' fue difícil, pero yo siempre pensé que lo podíamos hacer. Ellas solo juegan dobles y eso se nota, así que fue muy complicado, pero lo conseguimos». Apenas tiene un acento que delata su pasado moldavo, pero después de tanto tiempo por la capital del Besaya no hay duda de que a las cosas las llama por su nombre: «Sacamos la garra española y pasamos lo más difícil».
Escalar en la WTA
Cristina Bucsa tiene ya una medalla olímpica, pero quiere más. La historia, su historia «no ha hecho más que empezar». Sus miras ahora están puestas en la clasificación de la WTA. «Quiero ir mejorando e ir subiendo cada día un poco más», avanza. Actualmente es la número 56 del mundo y, como no podía ser de otra manera, confía en mejorarlo: «Con trabajo, con mucho trabajo, sé que puedo hacerlo». De paso, también quiere ganar torneos, pero sin importar su nombre. «No tengo ninguna predilección por ninguno. Quiero ganar y seguir creciendo como tenista». En 2024, los Juegos Olímpicos eran «el objetivo prioritario, pero ahora los objetivos son igual de ambiciosos», reivindica inconformista.
Con la maleta sin deshacer, habla de su Torrelavega como ese lugar donde más a gusto está. «Aquí me relajo y recargo las pilas. Tomo un respiro, disfruto y estoy muy cómoda. Es mi casa».Lo decía antes de perderse discreta entre el personal. Se camufló con sus vecinos y no faltaron las anécdotas en los corrillos. Los pequeños y los no tanto. Todos atesoran un instante con la medallista en sus recuerdos. Porque cuando a alguien se le siente «tan dentro» es inevitable no disfrutar de su presencia. «De verdad, esta es mi casa», concluía. A por más.
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Ana del Castillo
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