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Marco G. Vidart
Santander
Martes, 6 de agosto 2024, 17:13
Severine Le Chever es, estos días, una mujer hecha sonrisa. Se ríe a cada segundo. Es una felicidad contagiosa. Y está tan feliz que ni siquiera se ha dado cuenta de un detalle. ¿Qué se siente cuando su hijo ha ganado una medalla de oro olímpica ... en su país natal, Francia? Porque Severine es francesa. «¡Ayyy! ¡Pues ni me había dado cuenta!» Y se parte de risa.
Severine ya estaba poco después de las ocho y media de la tarde en la terminal de llegadas del Seve Ballesteros. Esta noche tocaba recibimiento. Y en un deporte que no está acostumbrado a tales jolgorios. Por entonces, pocas personas delataban que allí iba a haber algo de lío. Porque a las nueve de la noche venía Diego Botín con su ya compañera inseparable de por vida. Esa medalla de oro lograda en aguas de Marsella. Junto a Florian Trittel, por el momento los únicos campeones olímpicos de los que puede presumir España en estos Juegos de París.
Por ahí andaban Irene, Nico, Juan, Marina, Pablo y Pedro. Con edades entre los 8 y los 12 años, arreaban patadas a globos, posaban con banderas para fotos que les sacaban sus padres... «Regateamos todos en el Marítimo de Santander. El club de Diego». Ya saben el logro de su compañero. «Le conocemos. Es muy majo. Aunque le vemos poco». Todos tenían claro que «nos gustaría llegar donde ha llegado él». Y también tenían grabada la única receta que lleva a un oro olímpico. «Tenemos que esforzarnos mucho y entrenar».
Los del Marítimo, poco acostumbrados a este tipo de actos en aeropuertos –los del atletismo del Piélagos son los maestros del asunto con tanta medalla de Ruth Beitia– iban cumpliendo con el ritual. Llegó la pancarta confeccionada para la ocasión '¡Enhorabuena! Diego Botín. Campeón Olímpico. Real Club Marítimo de Santander'. E iba llegando cada vez más gente. Santi López-Vázquez, uno de los nombres imprescindibles de la vela cántabra, señalaba que «ya lo he digerido. Es un subidón para todos. Es un oro muy merecido. Muy trabajado. Es que las condiciones han sido muy complicadas en Marsella. Y encima, las tres medal races. Eso yo no lo recuerdo en unos Juegos Olímpicos».
Con algo más de algarabía, y otra pancarta más de Diego y Florian –'Enhorabuena. Sois unos cracks'– adornadas con sus fotos en el podio olímpico, Severine desvelaba lo que una madre hace por primera vez al ver a su hijo convertido en campeón olímpico. «Achucharle, achucharle muy fuerte. En un gran abrazo», señala sin parar de reír.
Severine recobra un poco la compostura al relatar por encima de qué está hecha esta medalla de oro que ya reposa en casa. «Es que desde que tenía siete años, no he pasado un fin de semana en casa con él», apunta. «Y las vacaciones, tampoco». «El niño de la mar», sentencia sobre ese elemento que le ha privado de muchas horas con Diego. Pero al punto vuelve la sonrisa. La alegría al incidir sobre una de las grandes cualidades que todo el mundo destaca del regatista cántabro. Esa capacidad de fijarse en todo, de preguntar todo, de analizar todo. «Es que eso es desde bebé. Le llamábamos el Buda», añade entre más risas. «No paraba de observar».
Las nueve de la noche se iban acercando. El Diario, con algo más de experiencia en recibimiento a deportistas en el Seve, da algunos consejos a los novatos en estas lides. Que alguien mire al fondo, hacia la zona por donde llegan los pasajeros, guardar silencio... Se agradecen las sugerencias y poco a poco, se va preparando el operativo.
Y llegan las nueve de la noche. Y empiezan a llegar los pasajeros del vuelo procedente de Madrid. El primero, como es tradicional, se lleva un susto morrocotudo. Nadie espera un gentío a dos metros de uno cuando arriba a una terminal de llegada. El 'uyyy' brota de forma espontánea. A los del Marítimo les faltan todavía las tablas que da la práctica para vacilar a todos los que llegan. Tiempo al tiempo.
Una pasajera de ese avión, rápida y que debía entender algo de vela, da la pista. '¡Ahí viene', dice y señala con el dedo hacia atrás. Aunque no se sepa mucho, un mocetón con una camiseta roja en la que pone 'España' le delata. Y en esto que aparece Diego. Estallido de alegría.
El santanderino mantiene la compostura. Como si esa mente que funciona a mil por hora siguiese analizando cada cara, cada gesto, cada detalle. Pero en su cara también hay alegría. Abrazos a familia, amigos... Y la primera comparecencia ante los medios de comunicación. «Ahora, poder compartir esta medalla con toda mi gente en Santander, que la medalla es de todos, es algo increíble. Santander siempre ha estado muy volcada con este deporte». En cuanto al recibimiento, sabía que «algo podía pasar». Los aficionados y amigos interrumpían la comparecencia. 'Campeones, campeones'.
Diego se convirtió a partir de entonces en una máquina de firmar autógrafos. En banderas, camisetas, fundas de móvil. De vez en cuando, algún abrazo. A los pequeños del Marítimo El Diario les pide un par de minutos al campeón olímpico. «Cuántos años», exclama Diego Botín con una gran sonrisa para rememorar un camino hacia la élite mundial que empezó a acelerarse tras ese Mundial de Santander 2014. En esta década, en muchas entrevistas señalaba que la regata perfecta no existe. Pero la medal race de Marsella, la del viernes, la que valió un oro, se le pareció mucho. «Casi, pero a un así nos hemos dejado algún metrillo por ahí (risas). Nos ha salido superbien el final del campeonato. Al principio había poco viento, condiciones que nos costaban mucho. Hemos conseguido aguantar y pelear cada metro, cada situación. Luego tuvimos un día muy bueno. Entendimos las condiciones, el viento que venía de una montaña, muy turbulento. Nuestros entrenadores nos ayudaron a entenderlo».
Esa última regata por las medallas vino suspendida por el aplazamiento –por dos veces– del jueves. Más presión psicológica imposible para los primeros de la clasificación. «Al final intentábamos controlar lo que podíamos. Intentar estar lo mejor preparados y no dejar que las emociones nos comieran. Y además hicimos un buen trabajo entre mangas, de desconectar para luego refocalizar. Y cuando se suspendió para el día siguiente, ese viernes tuvimos la suerte de buenas condiciones para hacer la regata y todo salió perfecto. Hicimos un plan y lo ejecutamos a la perfección».
La medalla no es solo de Diego Botín y de Florian Trittel. «La medalla es para toda esta gente que está con nosotros, para todos lo que han estado en el camino y nos han ayudado, nos han apoyado. Al final, poder compartir esto, ver a la gente feliz por haber conseguido nosotros algo así e inspirar a gente es lo mejor que puede pasar». Ahora, a descansar. «Entre Sail GP y esto, llevamos un año muy demandante. Ahora, un buen descanso y una vez que la mente esté calmada, pensar en nuevos objetivos».
Y el niño de la mar siguió firmando autógrafos. Haciéndose fotos, repartiendo abrazos. Y Severine siguió con esa sonrisa que no cesaba. El mar, o la mar como dicen quienes la tienen cerca, le había devuelto mucho de lo que le ha quitado todos estos años. Porque a su hijo le ha otorgado un título que le acompañará toda la vida. Diego Botín Le Chever. Campeón olímpico.
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