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Un grupo de voluntarios durante su última jornada de trabajo en el Mundial.
«Tendríamos que pagar nosotros»
Mundial de vela

«Tendríamos que pagar nosotros»

Los voluntarios cierran satisfechos un Mundial muy enriquecedor

ASER FALAGÁN

Lunes, 22 de septiembre 2014, 08:29

Un tipo entra en la Escuela de Náutica con paso decidido y el teléfono móvil al oído. Al otro lado de la línea no hay nadie. Simplemente tiene la esperanza de que ese aire resuelto y esa barrera a la comunicación oral que supone el gadjet adosado a la oreja impida que le paren en el control de accesos. Una vieja treta de la que echan mano desde hace más de una década los futbolistas que tratan de eludir a la prensa en la zona mixta de los estadios. La diferencia es que en este caso el ansioso solo aspira a poder ir al servicio tras escapar de una marabunta de gente y un festival de casetas en el que sin embargo no hay ningún baño público.

Es uno de los pequeños dramas cotidianos a los que se han tenido que enfrentar a diario los voluntarios del Mundial de Vela Santander 2014. Los accesos estaban absolutamente restringidos y la escena se repetía un día tras otro hasta que el afectado (o afectada) confesaban con mayor o menor suerte, según el juez de turno se apiadara de ellos o les enviara a alguna de cafetería.

Otras veces el elegido ha sido el Palacio de Festivales, cuyo personal, sobre todo el de seguridad, se ha cansado de indicar que aquello no formaba parte del Mundial y ni mucho menos estaba destinado a la logística de la cita, aunque aun así ha tratado de colaborar en todo lo posible e incluso cedido su habitualmente cerrada gran escalinata principal.

La anécdota es una más en el día a día de los voluntarios, ese ejército de entusiastas que se ha dejado casi dos semanas de su vida en el Mundial a cambio solo de la experiencia, del orgullo de haber participado en el evento y, en algunos casos, la posibilidad de ver de cerca a sus ídolos de la vela, desempolvar el inglés, hacer algún contacto o ampliar currículum.

Otros son aún más entusiastas: «Casi tendríamos que pagar nosotros por venir», comentaba un satisfecho Santos Tordable, encargado del control de acceso al 'boat park' de Gamazo. Allí ha hecho guardia durante casi toda la competición para trabar amistad con un señor agradable y enjuto que hablaba inglés con un extraño acento y respondía al nombre de Víctor. Ya en los últimos días guardaba su acreditación y bromeaba con el voluntario: «¿Me ves aspecto de turista o de querer colarme?», le decía día tras otro con una amable sonrisa que delataba esa una cómplice relación que se ha sucedido día tras día.

Así se repitió la escena hasta que en la entrega de medallas del sábado Tordable descubrió con asombro que su nuevo colega era nada menos que Victor Kovalenko, mito de la vela soviética y actual entrenador del equipo australiano de 470. En resumen, todo un tótem de la vela mundial de quien el voluntario santanderino solo acertaba a destacar «su simpatía y cercanía».

Merche Vidal, por su parte, se ha dedicado a acreditar a periodistas, regatistas, voluntarios: «Depende de la autorización que tuviera cada uno se le daba una u otra. Nosotros no autorizábamos; solo dábamos las que nos indicaban», comenta afable tras unos primeros días de mucho trabajo.

Paula Gallo, que también se ha dedicado a acreditar, hace frente común con los voluntarios, en su opinión quienes más fáciles le han puesto las cosas, mientras que Paula Canal, una joven estudiante y futura periodista, ha trabajado en prensa y ha tenido incluso que acompañar a algún fotógrafo por la ciudad para mostrarle los mejores lugares para tomar fotografías desde tierra.

Ana Pacheco ha pasado casi todo el Mundial controlando los accesos a la duna y el CEAR: «La verdad es que esperábamos mejor trato de la gente. A muchos no les gusta que les corten el paso». También ha tenido que lidiar, pero en mucho mejor sentido, con los regatistas: «Algunos se dejaban la acreditación en el barco o bromeaban con nosotros. Decían que no la tenían y después la sacaban del bolsillo...». Una broma, por cierto, repetida en infinidad de ocasiones.

También les ha tocado echar unas cuantas carreras para evitar que alguno se les colara, orientar a los deportistas y servir como traductores en el pequeño cuerpo creado a tal efecto. Aquellos que embarcaban a periodistas, cámaras y otras personas para ver las regatas desde las zodiacs se vieron obligados también a echar algunas zancadas por Gamazo para atrapar a una invitada que se había esfumado para comprar un bocadillo en las casetas. Pero en general todos destacan lo mucho que han aprendido, los buenos ratos a pesar de las muchas horas que han pasado al sol y el orgullo de haber formado parte de todo un Mundial.

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