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Épica y la leyenda negra conforman la historia del alpinismo. No del que se vive ahora, que cuenta con más medios, métodos mucho más modernos y menos desenlaces trágicos; sino el que se desarrollaba hace años, en el siglo pasado. Y el Naranjo de Bulnes ... encaja a la perfección dentro de las dos categorías, la épica y la leyenda, sobre todo porque las ascensiones a la mítica montaña española están trufadas de historias con un final no tan feliz para muchos de los que trataron de coronar su cima, ascendiendo por terrenos casi impracticables, en una guerra contra sí mismos y también contra los elementos.
El Picu Urriellu tiene una altitud de 2.519 metros y, aunque no se trate del más alto de la cordillera Cantábrica, se considera una de las cumbres emblemáticas de España. Y también era una de las más codiciadas por los apasionados de la montaña al tratarse de una empresa complicada por lo inexpugnable del terreno. Un atractivo que se aderezaba por el tributo que parecía empeñado en cobrarse el Naranjo con quienes se atrevían a desafiar a sus paredes. Hace justo 50 años, a principios de 1973, el Naranjo se cobró dos vidas, las de Antonio Mairal, madrileño de 22 años, y Félix Ruiz, donostiarra de 18, cuyos cuerpos aparecieron en enero de 1973, hace ahora 50 años.
Los dos montañeros formaban parte de una expedición de cinco alpinistas que se propuso alcanzar la cumbre del Naranjo por la temida cara oeste (con 550 metros de pared vertical) en invierno, una hazaña que todavía nadie había conseguido, después de que Alberto Rabadá y Ernesto Navarro abriesen en 1962 la que es probablemente la vía más famosa de España, la Rabadá-Navarro. Pero los dos expertos escaladores lo habían coronado fuera de la estación invernal, así que ahora tocaba tratar de tomar la cima en invierno, cuando las condiciones meteorológicas son más duras y las circunstancias más extremas, una hazaña que todavía nadie había conseguido.
Con la idea de lograr algo grande, el grupo, formado por tres madrileños, Antonio Mairal, Antonio Varela y Fernando Vila; y dos donostiarras, Félix Ruiz y Javier Iguarán, todos ellos acostumbrados a la montaña y con experiencia en el alpinismo, arrancaron su expedición en diciembre de 1972, días antes de Nochebuena. Comenzaron la ascensión y tras dos días luchando contra la montaña, el tiempo comenzó a empeorar. La empresa se complicó demasiado. Las condiciones meteorológicas no eran las adecuadas y los montañeros decidieron desistir y regresar a Espinama para no sufrir las consecuencias de la tormenta que arreciaba sin piedad, no sin antes dedicar un día a retirar el material de la pared. En el tramo entre Horcados Rojos y Cabaña Verónica, en el trayecto de Vega de Urriello a Espinama, un alud de nieve sorprendió a los montañeros.
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En este punto el grupo se separó. Varela presentaba síntomas de congelación y necesitaba atención médica, por lo que, acompañado por Villa e Iguarán, remontó el trayecto hasta Cabaña Verónica para recibirla. Cuando lo tres escaladores llegaron a Áliva dieron la voz de alarma: desconocían el paradero de Ruiz y Mairal. Nadie sabía que había pasado con ellos. Todo se puso en marcha. La Guardia Civil y muchos lugareños de Liébana no cejaron en su empeño de dar con los alpinistas extraviados y durante las más de 72 horas que se prolongaron las labores de búsqueda no quedó recodo ni recoveco que no fuera espulgado milimétricamente para dar con ellos. Finalmente, el 3 de enero de 1973, recuperaron los cadáveres de Mairal y Ruiz, que estaban cubiertos por una capa de dos metros y medio de nieve, lo que indicaba que fueron sorprendidos por un alud que les sepultó. Algo que confirmó el entonces presidente de la Federación de Alpinismo de Cantabria, Celestino Betegón, al diario Alfil. «Han sido encontrados bajo una espesa capa de nieve . Es casi seguro que a las nevadas los días 27 y 28 en Picos de Europa las ha seguido un fuerte viento sur que es el que ha provocado los aludes. Uno de ellos cogió a los montañeros, que nada pudieron hacer por evitarlo», declaraba Betegón al periódico.
Mairal y Ruiz no fueron los únicos. Quienes no podían resistirse al magnetismo del Naranjo pagaban en muchas ocasiones un alto precio. El primer montañero que perdió la vida en el Urrello del que se tiene constancia es el asturiano Luis Martínez 'El cuco'. El escalador se precipitó al abismo en 1928 y la lista de nombres se engrosó con Isaías Sainz, de Portugalete, que se despeñó en 1956. Pocos años después, en 1969 los guipuzcoanos Francisco Berrio y Ramón Ortiz trataron de adjudicarse una conquista que nadie había logrado aún: la ascensión invernal por la cara oeste del Naranjo, pero sucumbieron antes de lograrlo.
Apuntarse el tanto de la invernal era un botín codiciado para los escaladores de la época. Y Berrio y Ortiz no fueron los únicos que lo intentaron. Todavía estaba por llegar el rescate que tuvo en vilo a España durante 13 días y que terminó con César Pérez de Tudela, la gran figura mediática del alpinismo español de aquellos años, participando en la operación de salvamento de los dos escaladores extraviados.
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Eran los madrileños Gervasio Lastra, cántabro de adopción, y José Luis Arrabal. Los dos bajaron con vida de la montaña, en lo que parecía un desenlace feliz y que acabó teniendo un epílogo trágico después de un despliegue sin precedentes para rescatar a los dos montañeros, que permanecieron 13 días en una repisa de metro cuadrado en medio de vientos huracanados de hasta 150 kilómetros y temperaturas de 20 grados bajo cero. Lastra sobrevivió, pero Arrabal falleció una semana después en el Hospital General de Oviedo, donde fue evacuado en helicóptero tras el rescate.
Tras la tragedia, el propio Lastra llegó a decir que nunca volvería a intentar coronar la cara oeste del Naranjo en invierno, pero no llegó a cumplir su palabra. Tres años después, regreso al Picu Urriellu para tratar de domarlo en una mediática lucha por conseguirlo frente a otro grupo de escaladores. Una carrera que acabó perdiendo el 8 de febrero de 1973, cuando dos cordadas integradas por Pedro Antonio Ortega, 'El Ardilla, César Pérez de Tudela, José Ángel Lucas y Miguel Ángel Gallego conquistaron la cima del Naranjo y con ella la invernal.
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