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ÓSCAR GOGORZA
Lunes, 20 de abril 2020, 16:42
No ha sido el coronavirus pero sí una larga enfermedad la que se llevó, el pasado 15 de abril, al legendario Joe Brown, uno de los últimos alpinistas que seguían vivos después de haber firmado la primera ascensión a uno de los 14 'ochomiles' ... del planeta. Nacido en los suburbios de Manchester, en 1930, Brown contaba 25 años cuando se plantó a metro y medio de la cima del Kangchenjunga, la tercera montaña más elevada del planeta, de 8.586 metros. Ni él ni su amigo George Sand rompieron la promesa que el líder de su expedición, el mítico Charles Evans, había dado a los líderes espirituales de Darjeeling: irían lo más alto posible para decir que habían escalado la montaña pero sin pisar la cima, morada de los dioses.
Quizá por este motivo, Brown odiaba el verbo conquistar: «No hay peor manera de decir que has alcanzado la cima de una montaña. Si hace bueno, quizás subas, si no tendrás que bajar. Pero cuando estuve en el Kangchenjunga jamás sentí que había conquistado nada: solo sentí alivio por no tener que seguir subiendo», afirmaría en una de sus escasísimas charlas. Brown odiaba hablar en público de su vida de escalador, una paradoja teniendo en cuenta que llegó a presentar en televisión un programa para el público infantil y que se prestó a escalar en directo para la BBC el Old Man of Hoy… ante 15 millones de espectadores.
Nadie esperaba que Brown fuese invitado al Kangchenjunga: demasiado joven, sin pedigrí social, ni estudios en Oxford o Cambridge. No había en su figura ni rastro del pasado aristocrático que definía a los alpinistas ingleses, antes al contrario. El menor de siete hermanos, ni siquiera llegó a conocer a su padre, que murió tras un accidente laboral cuando Joe contaba ocho meses de edad. Su madre tiró del enorme carro en plena depresión, trabajando como limpiadora para volver a perderlo todo durante la Segunda Guerra Mundial cuando su hogar desapareció bajo las bombas alemanas.
La vida adolescente de Brown se desarrolló al aire libre, en acampadas y pequeñas escaladas a las afueras de Manchester. Apenas llegó a formarse como ayudante de fontanero cuando Evans, y su llamada, cambiaron su vida. El equipo británico necesitaba alguien que se moviese bien en la roca, y ya entonces la reputación de Brown pesaba lo suyo, sobre todo tras firmar una ascensión al Dru junto a Don Whillans en apenas dos jornadas. Tras el Kangchenjunga, Brown participó en 1956 en la conquista de la Torre Muztagh, para enfocar después su carrera hacia la roca, antes que hacia el alpinismo.
De un carácter risueño y bromista, solía recordar a su amigo George Sand como «el hombre más tolerante del planeta», uno que no protestó cuando la víspera de hacerse con el Kangcheknjunga, Brown se fumó uno tras otro los 5 cigarrillos que tenía en el interior de la tienda, a 8.200 metros, justo donde respirar ya es un reto. Al día siguiente, superó en cabeza de cuerda un muro de roca levemente desplomado: cuando miró al frente supo, para su enorme sorpresa, que la cima del Kangchenjunga quedaba apenas a unos pasos de distancia. Él y su compañero habían almorzado apenas un poco antes, en un lugar que definió con ironía como el «mejor mirador posible donde montar un picnic».
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