Las lentejas del refugio de Ario, todo un reclamo para los amantes de Picos de Europa
gente dmontaña ·
Ignacio Márquez es malagueño y desde 2009 es el guarda de este albergue a 1.630 metros de altura. Sus lentejas se han convertido en un referente para los montañeros: «Llevamos perfeccionando la receta más de diez años»
MARA LLAMEDO
Santander
Martes, 4 de octubre 2022, 14:49
«Uno no es de donde nace sino de donde pace». Eso reza el refranero español. Y debe de ser cierto, ya que-por ejemplo-se puede nacer a orillas del Mediterráneo, rodeado de pueblos encalados, sol y cálida brisa pero acabar siendo de los ... mismísimos Picos de Europa y habitando una vega en el corazón del macizo del Cornión. Si no, que se lo pregunten a Ignacio Márquez, un malagueño al que un año sabático trajo hasta Asturias y que -por casualidad o por esos giros del destino que marcan para siempre- acabó gestionando el refugio de Ario, ubicado a 1.630 metros de altura en pleno Parque Nacional.
Hace ahora más de 110 días que se inició la temporada 2022 y, en un rato de descanso de un lunes tranquilo, mientras en la cocina se hacen a fuego lento unas lentejas contundentes, Ignacio repasa su trayectoria en este edificio desde el año 2009.
«Buscaba trabajo y me enteré de que se necesitaba una persona para gestionar el refugio de Ario. Había venido al Norte buscando montañas, así que no me lo pensé demasiado y, al poco, ya estaba aquí, acompañado de una tropa de quince amigos que me ayudaron a adecentar el edificio, limpiarlo y equiparlo para abrir esa misma temporada», cuenta, recordando los inesperados pero afortunados acontecimientos que le llevaron hasta la vega de Ario hace ya 14 años y cómo su deseo de habitar montañas se convirtió en real, hasta el punto de que se le podría poner ese añadido de «¿No querías taza? Pues taza y media».
Desde entonces, «han cambiado muchas cosas». La primera, su rutina, marcada ahora por los amaneceres de la montaña, que a las seis de la mañana ya le encuentran haciendo pan y saboreando el primer café. Mientras, por la ventana se observa la silueta de agujas de los Urrieles, bañada por inmensos mares de nubes en los que destaca el Torrecerredo, rey de reyes de estos lares.
«Los Picos tienen algo especial que te atrapa. Para mí, después de ser padre, esto es lo más hermoso que he conocido. Aquí la luz, el paisaje, es distinto cada día, hipnótico y arrollador. Este lugar es una gozada y me siento muy afortunado y agradecido de vivir en él y de él», relata el guarda, sin ápices de acento andaluz en su tono y sin edulcorar las muchas labores que debe enfrentar cada día:
«Nuestra labor es compleja. Cocinamos y damos cama, pero también somos un apoyo para los montañeros y tenemos que hacer un poco de policías, de limpiadores, de meteorólogos, de 'guías', de auxiliadores, enfermeros… incluso de albañiles y carpinteros», narra, dejando claro -no obstante- que las multifunciones inherentes al trabajo no le amilanan y que cada día se esfuerza para tratar de hacer de su estimado refugio un lugar mejor. «Mi sueño es marcharme de aquí habiendo dejado el refugio actualizado y reformado como se merece. Acabaré reventado pero cuando toque partir, quiero hacerlo satisfecho y tan orgulloso de nuestra labor como estoy ahora».
Así las cosas, desde que Ignacio vive y guarda la vega de Ario, en el refugio los ingredientes de la cocina se caracterizan por ser de cercanía, ecológicos y con calidad. De ellos, salen abundantes y ricos desayunos que recargan la energía de los montañeros más madrugadores, así como bocadillos, comidas y cenas en las que siempre reinan los platos de cuchara y las lentejas, marca de la casa, «llevamos perfeccionando la receta más de diez años y es un plato ya famoso entre los usuarios del refugio», cuenta sonriente y orgulloso, arguyendo que cuando no las prepara suele haber quejas y disgustos, «también hacemos fabes y garbanzos muy buenos pero las lentejas siempre se llevan la palma y si no están en el menú la gente las echa de menos, así que procuramos hacerlas cada día».
Además, Ignacio y sus compañeros de fatigas -Carlota, Richard y Eva- también se esfuerzan en gestionar el agua de la zona, «un bien escaso», y de concienciar a la gente para no desperdiciarla, así como de hacer tres porteos semanales para llevar hasta Ario productos de primera necesidad y buenas viandas para que en su despensa y en su cocina montañeras nunca falte nada.
Fruto de todo este esfuerzo, y tras una década larga cumpliendo a rajatabla con estas labores, el refugio de Ario puede presumir de una puntuación de cinco estrellas en Google, reluciendo como una joya de ladrillos y ventanas en medio de la inmensidad de las moles calcáreas de Picos, lugar en el que lleva asentado desde 1958, en una majada de altura privilegiada, agarrado a los pies de cimas como el Jultayu o el Verdilluenga, mirando con complicidad y cercanía las alturas más imponentes de este mágico lugar de piedra.
De momento, aún quedan más de una veintena de días para que el invierno abrece las alturas de Ario. Pronto, la nieve, la escarcha y los vientos helados obligarán a bajar la persiana y a apagar los fogones durante unos meses, cuando la primavera asome de nuevo. Mientras tanto, y hasta mediados de octubre, se puede disfrutar de una jornada de senderismo por Picos de Europa y transitar el camino que sube hasta esta vega, un PR de dificultad moderada que parte del lago Ercina y, sin pérdida, eleva al caminante y lo acerca a la majestuosidad de las cumbres de Picos.
No hay pérdida. Y además, es probable que, pocos pasos antes de llegar, aún sobrecogidos por la belleza del paisaje, un agradable olor a guiso de lentejas de la bienvenida a todos los caminantes. Siguiéndolo, encontraremos el refugio de Ario, un edificio con solera y vistas únicas guardado por un malagueño que -vaya donde vaya- siempre será ya vecino, con raigambre, de los mismísimos Picos de Europa.
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