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Monte Cervino, en uno de los intenos fallidos por la mala climatología. Fotos y vídeo: Miguel Sáinz y Álvaro Gómez

El Cervino y yo

Primera parte del relato del intento de ascenso de Miguel Ruiz al Matterhorn, que no pudo completar por la mala climatología

Miércoles, 7 de noviembre 2018

«Persigue tus sueños, a ser posible, sin saltar peldaños que te impidan disfrutar de los retos intermedios», Miguel Ruiz (Santander 2018)

El Cervino o Matterhorn es una de esas montañas que enamora. Así le sucedió a Edward Whymper, grabador inglés a quien una editorial le encargó unos trabajos sobre los paisajes de los Alpes. Llegó, lo vio por primera vez y quedó subyugado por su belleza.

Whymper se empeñó en coronar aquella majestuosa pirámide y, después de algunos años y once intentos buscando la vía más adecuada, logró coronarlo en 1865. Este éxito se cobró la vida de cuatro de los siete miembros de la expedición que fallecieron en el descenso -pero esta épica y dramática historia merecerá un capítulo completo-.

Así como le sucedió a Whymper, uno tras otro, los alpinistas que lo conocen sueñan algún día con hollar esta preciosa cumbre. Este deseo en el que se mezclan la épica y la vanidad de ascender montañas afamadas nos hace olvidar injustamente otras que superan en belleza al propio Cervino, y que están tan cerca del mismo que son invisibles por nuestro empecinamiento…. Ese fue en realidad mi primer pecado.

Imagen. Impresionante imagen de Miguel Sáinz en la cumbre del Diente Gigante.

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Imagen. Impresionante imagen de Miguel Sáinz en la cumbre del Diente Gigante. Álvaro Gómez

Verano de 1986 (primer intento), Javier Sáez y otros amigos pertenecientes a la Escuela Cántabra de Alta Montaña me invitaron a compartir una ascensión en los Alpes. Yo, halagado, vanidoso e ingenuo, me sumo a aquella pequeña expedición, sin mucha experiencia previa y lo que es peor, sin haber recorrido el camino fundamental de ascender paulatinamente montañas más sencillas y cercanas.

El resultado fue estremecedor. Me planté en su base, alcé mis ojos y literalmente «me cagué». Hubieron de pasar 15 años hasta el verano del 2001 (segundo intento) cuando, cargados de ilusión y un poco más de experiencia en alta montaña, volvimos a Zermatt.

Esta vez la aproximación fue un poco más lejos: dormimos en el refugio de Hörnli, hicimos un reconocimiento de la vía y…. rezamos; rezamos mucho para que el mal tiempo nos permitiera volver a casa con el orgullo intacto. Claro, Dios atendió nuestras suplicas y una nube salvadora nos permitió una retirada digna ocultando nuestro «acojono».

A la tercera

Como el tiempo lo cura todo -y yo tengo un buen registro de errores-, volví a intentarlo por tercera vez, en esta ocasión «protegido» por la compañía de mi amigo Javier Sáez, guía internacional de montaña con experiencia contrastada, y arropado por dos amigos escaladores como son Miguel Sáinz y Álvaro Gómez, todos miembros del Club Alpino Tajahierro.

Dos meses de entrenamientos y cuidada planificación, veinte horas de viaje, una muy buena aclimatación y zas…. No contamos con el componente más importante de una ascensión, la meteorología. En Cervínia avistamos un Cervino tapizado de nieve y cubierto por la nube, que con frecuencia lo hace inaccesible, esa nube convierte la línea de los 4.000 metros en un infierno. Realmente era una imprudencia intentarlo: disgusto y gordo.

Arriba, espectacular estampa de la 'Placa Burener' escalada al Diente Gigante. Abajo (izquierda), Miguel Ruiz en la subida. Abajo (derecha), el guía Miguel Sáez. Miguel Sáinz y Álvaro Gómez
Imagen principal - Arriba, espectacular estampa de la 'Placa Burener' escalada al Diente Gigante. Abajo (izquierda), Miguel Ruiz en la subida. Abajo (derecha), el guía Miguel Sáez.
Imagen secundaria 1 - Arriba, espectacular estampa de la 'Placa Burener' escalada al Diente Gigante. Abajo (izquierda), Miguel Ruiz en la subida. Abajo (derecha), el guía Miguel Sáez.
Imagen secundaria 2 - Arriba, espectacular estampa de la 'Placa Burener' escalada al Diente Gigante. Abajo (izquierda), Miguel Ruiz en la subida. Abajo (derecha), el guía Miguel Sáez.

No hizo falta más que unas cervezas y una cena para que Javi nos sacara de nuestro empecinamiento: «Estamos en los Alpes», nos dijo, «con una semana de vacaciones y rodeados de algunas de las montañas más bonitas de la tierra».

Así que pasamos unos increíbles días ascendiendo vías como la muy divertida Arista de los Cósmicos, la increíble escalada en roca de la vía Rébufatt y la ascensión del Diente del Gigante, majestuosa aguja con forma de diente que sobresale entre las montañas que la rodean.

Pero mejor que con mis básicas nociones como columnista, se explican las imágenes captadas por mis compañeros Miguel Sáinz y Álvaro Gómez. Juzguen ustedes, los lectores, si tengo razón.

Cuando volvimos a Santander, nos habíamos olvidado del Cervino… pero duró poco: la semilla estaba latente en nuestras cabezas.

Y volvimos; claro que volvimos. Dos años más tarde, pero eso, para no aburrir, lo contaré otro día.

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