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No quisiera comenzar la segunda parte sin antes agradecer a todos el seguimiento que ha tenido la primera. Eso siempre anima a seguir escribiendo.
Pues bien, pese a todo lo dicho y sentido en nuestra ascensión al Diente del Gigante, el veneno del Cervino seguía dentro de nosotros y, treinta años y dos meses después del primer intento, tuvimos otra vez la tentación de intentarlo. Y digo intentarlo porque la experiencia me dice que las montañas no se atacan ni se conquistan, se intentan y a veces se consigue llegar a la cumbre y otras no, pero siempre con su permiso, sin vencedores ni vencidos, siempre disfrutando, midiendo bien tus conocimientos, las fuerzas, y las dificultades del camino. Cualquier otra forma de interpretar esta actividad está, en mi opinión, totalmente equivocada.
En el Himalaya, los sherpas -probablemente el pueblo que mejor convive y entiende las montañas-, no conciben moverse del campo base sin antes realizar una puya o ceremonia de oración, en la que humildemente piden protección a su Dios y permiso a la montaña para el ascenso. Aprendamos pues algo de este sabio pueblo.
Nuestro grupo, Miguel Sainz, Álvaro Gómez y yo, somos «disfrutones» y nos hace falta poco, quizás un par de cervezas, para «liarnos» con un proyecto. Así que no fue difícil convencerlos para que me ayudaran en el que, posiblemente, sería mi último intento de coronar el Cervino. No fue tan fácil, sin embargo, cuando se lo propusimos a nuestro guía Javier Sáez ,quien me dijo: «Miguel, si como parece será tu ultima visita al Cervino, yo os acompaño si realizamos una travesía integral, subiendo por donde ascendió Carrel (via italiana) y bajando por donde descendió Whymper (via suiza)».
Nos entusiasmó la idea de una actividad tan completa y nos pusimos manos a la obra. Esta vez mirando al cielo, por nuestras oraciones… y por la meteorología. No podíamos repetir errores pasados. Nos propusimos esperar cuanto hiciera falta hasta que la meteorología no fuera un impedimento y subir cuando las condiciones de la montaña lo permitieran.
Nos aclimatamos durmiendo un día en el refúgio Plateau Rosa (3.500 m.) y ascendimos el Breithorn, que, con sus poco más de cuatro mil metros, es una de las aclimataciones más recomendadas en la zona.
La bonanza del tiempo nos hizo adelantar nuestro intento de cumbre y apenas sin descanso descendíamos al pueblo de Cervínia y acometíamos la subida al refugio Carrel, primera etapa de nuestra aventura, sorteando expectantes las dificultades que tantas veces habíamos leído en los libros.
Ya avanzada la tarde la 'extraplomada' chimenea Whymper convertida hoy en una placa protegida por maromas, nos dio el primer aviso de dificultad antes de llegar al refugio Carrel donde descansamos unas horas.
A las dos de la mañana, sobrecogidos un poco por la oscuridad de la noche, salimos hacia la cumbre, con la intención de superar el pico Tyndal al amanecer. Al alba alcanzamos su cumbre y atravesamos la arista del mismo nombre, corta, afilada pero, afortunadamente para nosotros, en muy buenas condiciones. Transitamos por el Enjambre y superando una chimenea nos pusimos a pie de la famosa escala Jordan. De ahí a la cumbre pasamos por travesías expuestas pero no muy difíciles que ascendimos pausadamente con mucha concentración, con la constante tentación de captar con nuestra cámara el extraordinario paisaje alpino que teníamos ante nuestros.
Fui feliz como nunca ascendiendo una montaña, con la seguridad de estar encordado a uno de los guías más seguros de Europa, Javier Saez, él se preocupaba de la vía, y yo podía permitirme disfrutar sin la tensión que produce la responsabilidad de dirigir la cordada. Desde aquí una vez más… GRACIAS Javi, sí, con mayúsculas.
Hicimos cumbre a las ocho de la mañana y nos enfrentamos a la expuesta travesía que separa ambas cumbres (italiana y suiza), cuatrocientos metros de afilada arista totalmente cubierta de nieve. Técnicamente no es difícil, pero exige mucha concentración y un perfecto dominio de crampones y piolet. Creo que el vídeo y las fotos lo muestran claramente.
Ya en la cumbre suiza, iniciamos rápidamente el descenso por la peligrosa cara norte en busca de la Arista Hornli, con la dificultad añadida que tiene cruzarte con las cordadas que ascienden y agravada por la mala educación de muchos guías que piensan que aquel pedazo de terruño les pertenece, sin reflexionar que el Cervino pertenece a la humanidad, y con buen criterio, respeto y educación, hay sitio para todos.
Fue un viaje rápido y una ascensión intensa. Salimos un viernes de Santander y el miércoles ya estábamos de vuelta apenas sin dormir pero con la satisfacción de haber conseguido esta vez ascender a la cumbre.
Ese mismo día, con un verdejo frío en la mano, en el chiringuito de la playa del Puntal, mi buen amigo Nano Mirapeix me acuciaba «Miguel acuérdate, mañana tenemos que traer el Airam (embarcación de la que somos tripulantes) desde Ribadeo a Santander», y cómo no, fuimos a tierras gallegas y regresamos disfrutando de una estupenda navegación por el Cantábrico... Pero esa es otra historia.
No puedo terminar sin agradecer a mis compañeros Miguel Sainz y Álvaro Gómez sus cuidados y su saber estar, magníficos alpinistas y mejores personas.
Finalmente, un consejo a los jóvenes que empiezan: «Ser prudente es una señal de veteranía, madurez y conocimiento; ser imprudente es señal inequívoca de ignorancia y falta de experiencia».
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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