![«Si a mí ahora mismo me dicen por ejemplo de subir al Fujiyama y después contarlo, lo haría»](https://s3.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/202211/10/media/cortadas/tudela-kCQE-U180670993961rFH-1248x770@Diario%20Montanes.jpg)
![«Si a mí ahora mismo me dicen por ejemplo de subir al Fujiyama y después contarlo, lo haría»](https://s3.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/202211/10/media/cortadas/tudela-kCQE-U180670993961rFH-1248x770@Diario%20Montanes.jpg)
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Es una de esas figuras que apenas necesita presentación. Poco son los que no han oído hablar de César Pérez de Tudela (Madrid, 1940), aunque sea solo de refilón. Durante años se coló en los hogares de los españoles a través la radio y de ... la televisión con figuras de la talla de Miguel de la Cuadra Salcedo y Félix Rodríguez de la Fuente. Ha coronado cimas casi inexpugnables, 'empeñado en subir para luego bajar por pendientes imposibles...' como cantaba Nacho Vegas. Posee una personalidad poliédrica y a pesar de los años «querría todavía vivir la emoción del riesgo».
–Tiene un currículum casi imposible de resumir. Alpinista, abogado, periodista, escritor, técnico de protección civil... hasta político.
–Sí, en política por no llevar la contraria a tantos, me presenté o me presentaron mejor dicho, pero enseguida me di cuenta que ese no era mi ambiente. Era todo muy de conveniencia, había gente que le gustaba la política porque podía sacar un partido importante. Me quedo con la montaña –comenta entre risas–
–Viene de una familia de anticuarios restauradores y ligada al mundo del arte, pero a usted le dio por la montaña.
–Bueno, mientras estudiaba Derecho tuve que dedicarme a ello para contentar a mi padre. Todas la tardes iba a donde mi tío que era uno de los más afamados restauradores de cuadros, pero luego no podía abarcar ya tantas actividades.
–Tiene muchos logros a las espaldas, ¿de cuál está más orgulloso?
–En el sentido de esfuerzo humano, mental, físico, de riesgo, diría que una escalada que era la más famosa entonces y que eran muy pocos las que la subían. La pared norte del Eiger, ogro en alemán, que está en Suiza. Era uno de los objetivos más duros y con más muertos, porque hay actividades en la vida que el riesgo se mide por número de muertos y este era uno.
–¿Cómo es eso de que vio usted al Yeti?
–Sí, en un atardecer casi de noche lo vi, aquello era un personaje. Era como un orangután, pero más grande, muchísimo más grande. Incluso fue delante de mí. Tampoco le di mucha importancia porque yo venía de una actividad muy dura, que era encontrar la subida cuando todavía ningún español había ascendido a un pico de 8.000 metros. Estaba yo centrado solo pensando en eso. Era una audacia exagerada, pero estaba yo en una época de poder acometer cualquier empresa. Recuerdo que escribí 'Yo vi al Yeti: relatos del barón de Cotopaxi'. En aquella experiencia en el Himalaya menos mal que la onda expansiva de una avalancha de una cornisa de hielo que se cayó de una cumbre me arrasó y me quedé sin nada y tuve que retirarme de aquella montaña, porque si no, no estaríamos haciendo esta entrevista.
–¿Escalada y alpinismo son lo mismo?
–Un buen escalador es un alpinista y un alpinista es el que escala la montaña, el que trata de llegar a la cima. Sí podría ser lo mismo.
–¿Cómo se preparaban antes para la montaña?
–Entonces eras tú el que se preparaba, no es como ahora que tienes un entrenador personal, el guía que te lleva a los sitios y solo tienes que seguir su camino, las huellas que va haciendo en el hielo. Antes eras tú el que te arriesgabas y acometías el riesgo por ti mismo, tenías la voluntad de afrontar todo por tu cuenta.
–Iba usted de lío en lío. Como periodista ha sido corresponsal de guerra en Vietnam.
–Es que creo que tienes que vivir el tiempo en que estás. Fue una guerra devastadora, tremenda, estaba en los telediarios, en las crónicas... y cuando ya no quería ir nadie a Saigón, que es donde estaba la resistencia, ahí me empeñé en ir yo. Le pareció muy bien al presidente de la agencia Pyresa y fui. Fue una experiencia extraordinaria. Recorrer Saigón y poder contar cómo vivían. Mandaba las crónicas para cuarenta y tantos periódicos.
–¿Qué da más miedo, la guerra o la soledad de una cumbre helada?
–Nada se puede comparar al tema de subir en solitario a una cumbre con dificultad, porque a veces es más problemática una de 4.000 metros que una más alta. Sí, es más duro subir a la cumbre, aguantar el viaje, la noche, el sacrificio... eso no tiene comparación y es una buena escuela de vida el haber sobrevivido a todos esos momentos tan espantosos, porque la vida del alpinista es un espanto y termina con la vida de muchos románticos, otros son solo ambiciosos deportistas.
–La montaña le ha dado grandes alegrías, pero también algunas de las mayores tristezas de su vida.
–Sí, y anda que yo sabía que en la vida hay que afrontar esos momentos duros. La muerte de Elena –se refiere su primera esposa Elena de Pablos, fallecida en el monte Hindu Kusch, en Pakistán, en 1971– fue tremenda. Ya se habían muerto muchos compañeros míos de montaña... Es curioso, los vivos no tienen la idea de los muertos y hacen como que ya no existen. Yo nunca he olvidado a los compañeros de vida que murieron en las empresas de alpinismo porque me parece que es injusto.
–¿Compensa tanto riesgo?
–Ahora es cuando estoy descubriendo la verdadera resistencia del objetivo. Ahora yo diría que no compensa tanto e incluso diría que no compensa nada, depende de qué montañas, de qué épocas... Ahora me estoy dando cuenta de que he invertido una vida dura, romántica, preciosa por otro lado, muy difícil de valorar.
–Cuando se corona una montaña, se hacen los ochomiles, se está en la cima por primera vez y se otea el horizonte ¿qué es lo que piensa?
–Lo que piensas es que tienes que bajar. Por buen tiempo que haga estás a semejante altura y entonces tienes que bajar antes de que la vida se te ponga más difícil. Los alpinistas son unos expertos en situaciones difíciles, en tomar decisiones. Ahora pienso todo lo que he corrido, todo lo que hecho... He vivido momentos de pequeña gloria. Me conocía la gente por la calle, ahora no me conoce nadie. Fui uno de los grandes deportistas, el que más vida ha derrochado, pero lo volvería a hacer.
–Dice que ahora no lo conoce nadie, pero usted ha sido una persona con programas de televisión, de radio, compartió pantalla con Félix Rodríguez de la Fuente, Miguel de la Cuadra Salcedo...
–Sí, los mejores entrevistadores, los más famosos, me querían entrevistar. Pero es curioso, de pronto dejo de ser conocido. Antes si ocurría un suceso, había que llamar a Pérez de Tudela, había que buscar una solución, había que llamar a Pérez de Tudela, que era el personaje que valía para un roto y para un descosido. Y ahora no. No era justo lo de entonces ni lo de ahora. Yo querría todavía vivir la emoción del riesgo, lo que pasa es que soy muy mayor ya. Pero si a mí ahora mismo me dicen por ejemplo de subir al Fujiyama y después contarlo, lo haría, sabiendo que es un error.
–¿Cómo se lleva el paso del tiempo? Sobre todo a una persona tan activa como usted. Ir sumando años, ver que no se llega a las cosas como antes...
–Mal. Y además hay cosas que me dan rechazo. Yo veo cada personaje que no ha hecho en su vida ni la décima parte de lo que yo he hecho, ni se ha jugado la integridad física, ni la seguridad y sin embargo están en el mayor momento histórico. Reconozco que la sociedad nunca es justa. Yo he hecho rescates en montaña antes de que la Guardia Civil fuera competente en ese tema, que además son muy buenos en ese tema, hay que reconocerlo. Yo dejaba todo por ir a rescatar a unos que estaban en el espolón sur de la Peña Vieja, uno había muerto, otro pudimos rescatarlo con vida... Nunca sabes. Tengo decenas de condecoraciones, pero creo que yo merecía más.
–En el Peñón de Gibraltar, cara nordeste, de 426 metros sobre el nivel del mar, pared prácticamente vertical... Ahí lo pasó muy mal.
–Sí, es que estuve colgado de una cuerda semicortada que estaba al mismo tiempo anclada en una clavija que había metido yo con la mano izquierda y por tanto no ofrecía garantías de seguridad. Estuve allí 25 o 26 horas, hasta que un helicóptero de la Royal Army -armada inglesa- se empeñó en rescatarme porque si no, no lo hubiera podido contar. Toda mi vida es una permanente aventura, desventura.
–De los alpinistas que hay ahora ¿le parece alguno interesante o era mejor los de antes?
–Tengo que decir que siento admiración por estos deportistas, pero solo son deportistas. Y yo soy un poco poeta, filósofo, he buscado el por qué del alpinismo. He exigido mucho a lo que he hecho y a lo que me gustaría seguir haciendo, contar los momento excelsos y distintos a los que vive la gente. Ahora solo son deportistas y a mí el deporte no me interesa. Fíjate, aunque me dieran la medalla del deporte, que me halaga, lo agradezco, pero no es lo mío.
–A sus 82 años ¿qué retos le quedan?
–Yo tenía que haber subido al Everest y haber contado cómo voy subiendo por la altura, cómo estoy librándome de la asfixia, de la altitud... Adentrarse en solitario en tal montaña... eso no tiene parangón.
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