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No hay atajos en la vida. Tampoco en las montañas. Desde la inmensidad del desierto de Catamarca, en el norte de Argentina, la deportista Vanesa Almeida (Vitoria, 1978) relata lo que ha sido toda una Odisea. Un viaje de 24 horas se convirtió en uno de 194 a consecuencia de una avería en el avión. Cuatro días de pérdidas de vuelos de enlace, noches en hoteles de paso y por fin, la llegada a su destino. Y todo esto, claro, antes siquiera de empezar a escalar. «Llegar hasta aquí ha sido bastante duro», confiesa Vanesa. Pero el esfuerzo, para alguien como ella, no es una novedad. Diagnosticada con TEA en la edad adulta, Almeida se ha propuesto llegar al Manaslu -en el Himalaya-, el octavo pico más alto del mundo con 8.163 metros, y además aspira a ser la primera persona con autismo en lograrlo con el proyecto '8.000 sin barreras'. Pero para eso tiene que acometer una preparación previa, por eso empieza el año en Argentina frente a los volcanes Cóndor y Ojos del Salado, en Catamarca.
8.000
sin barreras' es el proyecto con el que Vanesa Almeida busca ser la primer persona con trastorno del espectro autista en coronar un ocho mil
Cuando hace unos días posó sus pies por primera vez en la parte norte de los Andes, quedó impresionada. Ella, que viene del mundo de la vela, donde ha sido campeona del Mundo, tres veces de España e incluso realizó la preparación para los juegos Olímpicos de Sydney en el 2000, no había estado en un desierto en su vida. Allí, mientras caminaba sobre una alfombra tejida por piedrecitas, su mirada se paseaba por el paisaje de imponentes dimensiones. La inmensidad en su forma más pura. Superlativa. Con un horizonte donde las montañas parecen más una alfombra, un tapiz lleno de pliegues, que el fruto de la interacción entre una serie de placas oceánicas y la placa Sudamericana. «Está plagado de cuatro miles, cinco miles y seis miles. Es la parte norte de los Andes y aquí están la mitad de los seis miles de toda Argentina», explica la vitoriana.
Entre piedras y arena, Vanesa se prepara para objetivos ambiciosos. En las primeras jornadas de aclimatación conquistó cumbres de más de 5.000 metros, como el Pico Rosillo y el Pico Negro; y ahora pone su vista en el volcán Cóndor, de 6.400 metros, y en el Ojos del Salado, el más alto del mundo con 6.893 metros. Estas ascensiones no son solo un entrenamiento físico, son un ritual de adaptación. «El cuerpo tiene que habituarse a funcionar a esas altitudes. Dormimos abajo y subimos a los picos, y así vamos avanzando», relata.
El Ojos del Salado es la meta final de este viaje, una cumbre que quiere alcanzar en unos diez días más o menos, pero nada está garantizado. «Dependemos de la ventana de meteorología», explica. «Puedes estar aclimatada y fuerte, pero si hay mucho viento arriba no se puede subir... Así que hay que por favor, rezad por mí», comenta con calma. Aunque su mundo fue la vela, lleva ya tiempo inmersa en la escalada y ha aprendido que las montañas tienen su propio tiempo. «La idea es que más o menos el 19 o 20 igual hacemos cumbre en el Cóndor y el 27 o 28 en el Ojos del Salado. Esas son las fechas», detalla. Sin embargo, sabe que cualquier sutil cambio en el clima puede alterar el calendario.
El 31 de enero, cuando regrese a Santander, Vanesa no traerá solo fotos y recuerdos. Traerá consigo una lección sobre el valor de la perseverancia, la importancia de la inclusión y la necesidad de creer, incluso cuando el viento sopla en contra. En un mundo en el que las etiquetas a menudo definen definir a las personas, Vanesa las borra con cada paso. Su autismo, lejos de ser una barrera, se ha convertido en una brújula que la guía hacia metas impensables. Desde el Ojos del Salado hasta el Manaslu, su bandera ondea por todos aquellos que, como ella, sueñan con lo imposible.
Sus entrenamientos en Argentina, donde ha alcanzado los 5.000 y 6.000 metros, son solo el comienzo de un camino que la llevará a Nepal, a enfrentarse a temperaturas extremas, pendientes heladas y sobre todo a sí misma. Pero para eso Vanesa necesita más apoyos. El Manaslu no es un pico cualquiera. Conocida como 'la Montaña del Espíritu', exige no solo resistencia física, sino también una fortaleza mental extraordinaria. En 2021, una avalancha en sus laderas dejó varios heridos y algunos alpinistas desaparecidos. Es un lugar donde cada paso cuenta y donde cualquier error puede ser fatal.
Por ahora cuenta con el patrocinio de la Fundación También, una entidad sin ánimo de lucro que trabaja por la inclusión de las personas con discapacidad, y con Pedro Gómez, una empresa madrileña que confecciona monos de expedición artesanalmente con la mejor pluma del mundo. El Ayuntamiento de Santander también ha puesto su granito de arena, pero la vitoriana sueña con lograr que más patrocinadores se adhieran a su causa. «Estoy llevando algo más grande, no solo mi sueño personal. Es un mensaje para el deporte español y para todas las personas que luchan por superar barreras».
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Ana del Castillo
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