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JULIÁN MÉNDEZ
Santander
Sábado, 14 de enero 2023, 08:19
Ishaq Akhond nació hace 39 años en el valle paquistaní del Karakórum y pertenece a la etnia baltí. Trabajaba como cocinero para las expediciones de himalayistas asiáticos y europeos cocinando en estufas de queroseno guisos con trozos de yak congelado, a 5.000 metros. En ... esta región inhóspita se levantan cinco de las catorce cumbres de más de 8.000 metros que hay en la Tierra. En el invierno del año 2011-2012 su vida cambió para siempre.
Lo cuenta Alex Txikon. «De seis expedicionarios que salimos a hacer cumbre en el Gasherbrum I sólo regresamos tres con vida». Ishaq, cocinero de altura, podía haberse largado montaña abajo. Pero acompañó a Txikon, aquejado de congelaciones, durante diez días terribles a la espera de un incierto regreso de los compañeros perdidos. Durmieron juntos, «como pajaritos», compartiendo el mismo saco para procurarse algo de calor frente a los 30º bajo cero del exterior de la tienda. «Ishaq es una persona de verdad, se quedó conmigo de buena fe», me dice Txikon que acaba de conquistar, por primera vez en la historia, el Manaslu en invierno y sin el empleo de oxígeno, una gesta al alcance de muy pocos. En aquellas horas devastadoras se forjó una amistad inquebrantable. Me encuentro con Muhammad Ishaq en el comedor del Garibolo, en el centro de Bilbao.
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– ¿Por qué se quedó con Txikon en el campo base a 5.000 metros?
– Era el invierno de 2012. Hubo un par de expediciones al Gasherbrum I (8.080 m). En la invernal, Alex iba con Carlos Suárez y la polaca Tamara Stys. Las cosas no fueron bien. Alex regresó al campamento base con congelaciones. Él quiso esperar el regreso de la otra cordada. De los escaladores que estaban en el campo base, nadie quiso esperar a Alex, dijeron que era muy peligroso quedarse. Cuando descendió, Txikon me dijo que me marchara. Pero yo me quedé con él. Alex lloraba por sus compañeros perdidos. Se levantaba a medianoche para mirar si se veía alguna luz en la montaña. Pero no. El austriaco Gerfierd Göschi, el suizo Cédric Larcher y mi paisano, el baltí, Nisar Hussain, murieron esos días en el Gasherbrum. Antes de salir hacia la cima, Nisar me pidió perdón. Sabía que iba a morir. Los porteadores y cocineros no tenemos seguro. Tenía claro que sus siete hijos y su mujer lo iban a pasar muy mal.
Habla Ishaq como si las escenas de aquellas jornadas sobrehumanas pasaran a cámara lenta ante sus ojos. Escuchar los detalles duele. «Conocí a Alex en el K 2 y estuvimos juntos en otras expediciones. Cuando se abrió un claro en las nubes vino un helicóptero para rescatarle. En los 5.000 metros siempre vienen dos, por si pasa algo. Pero la plaza que había era para el extranjero. Él dijo que si no me sacaban a mí, él se quedaba allí conmigo hasta la primavera, cuando pudiéramos llegar caminando al valle. Bajó otro helicóptero. Cuando me subí lloraba de felicidad. Aterrizamos en un prado y los militares invitaron a Alex a tomar té. Me llevó con él, me cogió la mano y me dijo que me iba a llevar a su casa, que ya era su hermano».
Y el himalayista cumplió. Muhammad Ishaq Akhond vino a España, fue 'adoptado' por la familia de Txikon y se hizo cargo en 2016 del 'batzoki' de Igorre. Aprendió a hablar euskera, se sacó el carnet de conducir, hizo teatro, aprobó la ESO. En 2019 empezó los trámites de reagrupación familiar. En septiembre de 2021 (siempre con el apoyo de Txikon) logró que su esposa, Salina Bano, y sus tres hijos, se reunieran con él en Lemoa, donde ahora viven. «El euskera se les da bien, necesitan apoyo en castellano. Me esperan en casa a que vuelva del restaurante para que les ayude con los deberes. La otra noche me dieron las dos con el mayor. Para ellos jugar en el patio y dibujar es algo nuevo. Allí los libros no tienen dibujos. Tampoco les ponían deberes y no hacían trabajos en grupo. Nos ha costado que entiendan el 'talde lana'», sonríe Akhon, para quien estos obstáculos son minucias.
«Una vez les llevé a ver el Gorbea, la montaña más alta del País Vasco. '¿Y a eso le llaman montaña?', me preguntaban. Están acostumbrados a ver los ochomiles en Escardú», sonríe. «El día 25 subimos todos al Anboto, sufrieron con el viento. Para ellos todo es nuevo, las luces de Navidad, los autobuses, ir en elmetro. Fuimos a Zubiarte, pero no se atreven a entrar en el cine, les tuve casi que obligar. Al principio, no comían nada. Tampoco habían probado nunca el chocolate hasta que la madre de Alex les ofreció. 'Guztatzen zaizue?'. Han visto el mar por primera vez el año pasado, pero aún no se han bañado. Mi mujer, que va a la EPAa aprender castellano, se asombra con los tomates, con las cajas y cajas de fruta fresca. Un huevo L de aquí es cuatro veces uno de los nuestros. Aquí tienen Sanidad. A todos les faltaba hierro y les han puesto todas las vacunas. En Paquistán no te puedes pagar un médico. Sólo te dan pastillas. No hay análisis para ver si mejoras», suspira.
«He mandado dinero a mi aldea. Con 400 € he pagado todos los estudios de mi sobrino Murtazar, de 17 años, un chico tan responsable que, cuando llegaron mis hijos, no me pidió más y se puso a trabajar por las tardes. Sé que el dinero que mando no va en balde. Y aquí, mis hijos tienen futuro; me gustaría que fueran a la universidad. Les educo en el respeto a la ley. Son listos y se fijan en lo que hacen sus compañeros. Yo estuve años en la escuela y salí analfabeto. Las cartas que mandaba desde Lahore, a donde me fui a fregar platos en un chino por 6 € al mes, jamás llegaron a casa de mis padres», se duele.
Fue Alex Txikon quien le acompañó en su primera visita al Garibolo de Rafa Carretero, maquinista naval y artífice de este local vegetariano en Fernández del Campo. «Alex está muy pendiente de cómo va mi vida. Vive pendiente de mí. Ahora que estamos instalados está más tranquilo», se emociona Ishaq. Aunque Txikon vive en Azpeitia y acaba de ser padre de Iker, un invisible hilo umbilical tejido entre paredes heladas les une.
Ishaq está volcado ahora en su Garibolo, «una cocina sana y equilibrada. Trabajo el producto local, las verduras siempre de temporada con proveedores que ya le traían a Rafa. Quiero que Garibolo sea también un restaurante sin gluten, para veganos y para gente que quiera probar a comer sano un día, sin proteínas animales. Todos quedan satisfechos», dice.
Hablamos luego de nuevos platos, de la mejor manera para incorporar, lasai lasai, un curry suave al menú, de las 72 clases de albaricoque que plantan en su valle, de cómo aprovechan el aceite del güito (qué maravilla oír esa palabra), semilla con la que sus paisanos hacen, como nosotros, silbatos primitivos.
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