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Fernando J. Pérez
Martes, 19 de mayo 2020, 15:35
Hace diez años, Edurne Pasaban se convertía en la primera mujer en escalar las 14 montañas más altas del planeta al hacer la cumbre del Annapurna, el ochomil más bajo, pero también más esquivo para ella. La guipuzcoana, su primo Asier Izagirre, Alex ... Txikon y Nacho Orviz se fundían en un abrazo a 8.027 metros de altura mientras daban rienda suelta a las emociones acumuladas llorando a moco tendido. No era para menos. La alpinista culminaba un reto iniciado sin ni siquiera saberlo ella con su primer viaje a un ochomil con apenas 25 años, soñado tras su cima en el Everest en 2001, y esperado tras hollar el K2 en 2004, la montaña que marcó un antes y un después. Una década decisiva en su vida en la que por el camino quedaron pasiones de campo base, depresiones, congelaciones y la evolución desde una joven ingenua y enamoradiza a una mujer decidida, madura y dueña, por fin, de su vida.
Todo comenzó el 23 de mayo de 2001. Ese día, una joven de 28 años se quitaba la máscara de oxígeno durante unos instantes, sacaba una ikurriña de su mochila y se fotografiaba exultante en la cima del Everest. Edurne Pasaban acababa de hollar el primer ochomil de su carrera. En ese momento se convertía en la primera vasca en alcanzar el techo del mundo. Y 19 años después sigue siéndolo, una preocupante evidencia de que el relevo generacional en el himalayismo de Euskadi femenino brilla por su ausencia.
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Sin embargo, la gestación de ese hito comenzó mucho antes. Varios años atrás. Y no fue nada fácil. Empezó cuando en su club de montaña de Tolosa decidieron dar el salto definitivo al Himalaya, tras los lógicos pasos por Pirineos, Alpes y Andes. La montaña elegida fue el Dhaulagiri. Un más que exigente reto para debutar en las más altas cumbres del planeta, pero la inconsciencia de la juventud tiene esos encantos. Llegaron hasta los 7.800 metros antes de darse la vuelta. Sin embargo, en esa expedición casi lo de menos fue no haber logrado la cima. Pasaban había sido inoculada ya con el veneno de los ochomiles y además había conocido al italiano Silvio Mondinelli, una persona crucial en los años siguientes, tanto en lo personal como en lo alpinístico.
Y qué mejor antídoto para tan peligroso veneno que el Everest. En su cabeza bullía la idea de hollar el punto más alto del planeta, así que allí se fue los años siguientes. En 1999 y 2000 lo intentó sin oxígeno artificial por la ruta normal de vertiente tibetana. La primera vez la climatología adversa no le permitió pasar del último campo (8.300 m.) y en la segunda llegó hasta 8.600, a los pies del famoso Segundo Escalón. Incluso sufrió unas leves congelaciones en los pies.
Para entonces, el Everest se había convertido en una especie de obsesión para ella. En 2001 volvió por tercera vez consecutiva. Pero esta vez decidió llegar hasta la cumbre. Por eso aparcó el estilo más puro para intentarlo con oxígeno y por la ruta del collado sur. El 23 de mayo pisó la cima, que recuerda «llena de gente y banderas tibetanas. La había idealizado y me decepcióno».
Era su primer ochomil y en ese momento ella no tenía ni idea de lo que el destino –o su determinación– le iba a deparar. Lo que sí tenía claro es que el veneno se había convertido ya en una potente droga. La altitud extrema le enganchó y, en otoño, estaba de nuevo a los pies del Dhaulagiri, la otra espina clavada en la tolosarraa desde 1998. Pero si cuatro meses antes el Chomolungma le había enseñado la gloria, el Dhaula le iba a mostrar la cara de la tragedia, algo intrínseco a todo himalayista.
En el ataque a cumbre, Pasaban no lo vio claro y decidió darse la vuelta. Su compañero de expedición Pepe Garcés continuó, pero se le hizo muy tarde y cerca de la cima se dio media vuelta. Durante el descenso, resbaló en una placa de hielo y se precipitó al vacío. Era el primer amigo que perdía en las montañas, pero no el último.
La guipuzcoana aprendió de golpe la despiadada ley de la alta montaña, pero no era suficiente para apartarla de ella. «Por entonces, cada vez que terminaba una expedición me ponía a pensar a qué equipo podría unirme para así poder volver al Himalaya». Dicho y hecho. Al año siguiente ascendió el Makalu (primavera) y Cho Oyu (otoño), dos de los 'Cinco Grandes', los cinco ochomiles más altos –Everest, K-2, Kangchenjunga, Makalu y Cho Oyu–, cuya altitud destaca muy por encima del resto.
Pasaban avanzaba rápido y se convirtió en la española con más ochomiles, pero sobre todo demostró su capacidad para desenvolverse en la 'zona de la muerte'. En 2003 da otro salto con la ascensión en apenas tres meses de Lhotse, Gasherbrum I y Gasherbrum II. Sumaba ya seis ochomiles y comienza a trabajar con 'Al Filo de lo Imposible', donde descubre una forma de hacer montaña más profesional. En su cabeza empieza a bullir el sueño de Los Catorce. Pero le falta un empujón, un punto de inflexión, para que esa idea se convierta en un objetivo declarado. Y se produjo al año siguiente.
'Al Filo de lo Imposible'
En 2004, 'Al Filo de lo Imposible' le invita a participar en la expedición al K2, que ese año conmemoraba el 50 aniversario de su primera ascensión. Es la segunda montaña más alta del mundo y el ochomil más difícil, una fama labrada a base de gestas y tragedias. Y con una trágica relación con las mujeres: ninguna de las seis que la habían hollado hasta ese año seguía viva.
Pasabán forma parte de un equipo integrado por algunos de los mejores himalayistas del panorama nacional. La ascensión –larga y dura– fue un éxito, pero pagó el esfuerzo y el descenso, que completó exhausta y con los pies congelados, se convirtió en una lucha por sobrevivir. La aventura culminó con una larga y dolorosa recuperación hospitalaria y dos dedos de los pies amputados. Su compañero Juanito Oiarzabal perdería todos los dedos de los pies.
Pero el precio pagado no es sólo físico. La traumática experiencia llevó a Pasaban a replantearse su futuro. Llegó a considerar incluso la idea de dejar el montañismo. Su viaje en 2005 a Pakistán para escalar el Nanga Parbat se convirtió en una prueba que no resolvió sus dudas. «Volví a enviar solicitudes de trabajo», recuerda. Comenzó 2006 sin planes en el Himalaya, sumida en una depresión. «Sin embargo, al final me hice la pregunta clave: ¿Sería feliz trabajando el resto de mi vida al margen de la montaña? La respuesta fue que no».
Así que en otoño volvió a otro ochomil, el Shisha Pangma. Necesitaba sentirse a gusto, recuperar sensaciones primitivas, así que fue acompañada sólo por amigos íntimos, sin repercusión mediática, y por la ruta que realmente le apetece escalar, la elegante Británica de la cara suroeste. El mal tiempo le impidió hacer cumbre, pero en ese momento casi era lo de menos. «He regresado a las montañas», escribió al final del viaje.
Dhaulagiri y Manaslu
Ahora sí, su objetivo público y manifiesto es completar los 14 ochomiles. Y para ello conforma un equipo sólido y experto en el que su primo Asier Izagirre se convierte en el baluarte fundamental. La chica que sólo quería escalar con sus amigos se ha convertido en una verdadera líder de expedición. En 2007 hizo el Broad Peak y al año siguiente, un doblete que le pone al frente de la 'carrera' femenina por los ochomiles: Dhaulagiri y Manaslu. Los metros finales en el 'Dhaula' eran un mar de lágrimas para ella. Es la montaña que más amigos se ha llevado: Pepe Garcés (2001), Ricardo Valencia y Santiago Sagaste (2007). 2009 lo reservó para el último 'grande' que le quedaba, el Kangchenjunga. Y sus temores se confirmaron en el descenso. Sufrió una crisis por agotamiento y llegó a pedir a sus compañeros que la dejaran morir allí mismo. La obstinación de Alex Txikon le arrancó de los 'Cinco Tesoros de la Nieve'.
Y así llegó 2010, el año marcado para culminar un sueño hecho realidad a base de tenacidad y una constancia inquebrantables. Y también de la polémica con la coreana Eun-Sun, resuelta por la propia federación de su país no reconociendole la ascensión al Kangchenjunga. Pero como otras tantas veces, las dificultades no las encuentra sólo en la montaña. China le cerró el paso al Shisha Pangma y tuvo que ir primero al Annapurna a intentar algo que nadie ha hecho antes: hollarlo a medias de abril. Pero Pasaban logró la ascensión más temprana de su historia. Lo mismo que sucedió exactamente un mes después en el Shisha Pangma, donde culminaba un anhelo que aquella ingenua Edurne Pasaban ni siquiera imaginaba en la cima del Everest ese ya remoto 23 de mayo de 2001. Mañana se cumple una década de su hazaña.
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