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Mara Llamedo
Jueves, 17 de marzo 2022, 14:32
Su nombre, en su iraní natal, quiere decir «mariposa». Un dato que, quizás, puede parecer intrascendente o poco digno para una presentación completa pero que, sin embargo, es un significado que le queda a Parvaneh como anillo al dedo: al igual que estos insectos, ella ... también se metamorfoseó por completo en un momento determinado de su vida, de manera natural y sin forzarlo. Y aunque su esencia siga siendo exactamente la misma, la nueva forma adquirida la dotó de una especie de alas (invisibles) que la hicieron mucho más libre y le permitieron llegar muy alto: nada más y nada menos que hasta las cimas más altas del planeta. Hace unos días ha estado en España participando en una charla en la XXIV Semana de la Montaña de Cangas de Onís y después aprovechó para conocer el pico Cotalba, en Picos de Europa.
A día de hoy, Parvaneh Kazemi observa su singladura con mirada clara, paz y absoluta modestia. Para ella, ser la primera mujer del mundo en alcanzar dos ochomiles en la misma semana es, sin más, «algo sencillo que cualquiera puede hacer si se propone» afirma, con voz dulce, completamente convencida de que la clave para romper los límites siempre es intentarlo.
Ella se atrevió a probar, consiguiendo superar enormes retos que a su forma anterior podían parecerle imposibles o quimeras irrealizables. Y a día de hoy, convertida en alpinista consagrada y habiendo dejado su nombre escrito en la historia de las grandes montañas, lo que realmente la llena (de felicidad, orgullo y fuerza) no es alcanzar altas cumbres, batir récords o haber hecho del alpinismo su vida, sino «ser un modelo de superación para las mujeres de mi país y del mundo. Me encanta saber que mis pasos y lo que hago siembra un efecto positivo y ayuda a otras en su camino».
La verdad, por mucho que esta modesta mujer trate de empequeñecer su trayectoria en el alpinismo, una simple mirada a su historia hace que surjan, inmediatas, exclamaciones espontaneas y palabras de admiración. No es para menos: Parvaneh entabló relación con la montaña a los 35 años, cuando trabajaba como profesora de matemáticas y buscaba un deporte que la ayudase a evadirse: «Cuando comencé no tenía ni idea de montaña, pero avanzar por ellas me fascinó: me da paz estar en naturaleza, la belleza que hay en esos lugares indómitos…me hace muy feliz y me llena verme ahí, tan pequeña en comparación con todo lo que me rodea».
Fue por eso, por la felicidad que acumulaba allí arriba, que Parvaneh comenzó a moverse por las principales montañas de Irán, cada vez con más frecuencia, a veces sola y otras en compañía… aprendiendo por puro placer y sin aspirar a nada, completamente inconsciente de que aquella paz y alegría que la naturaleza sembraba en ella eran, en realidad, el destino, diciéndole en baja voz que acaba de encontrar su sitio y que 2000 días más tarde estaría coronando el techo del mundo.
«Un día un amigo me propuso ir al Damavand: es el volcán más alto de Asia y la montaña más alta de Irán…un monte precioso. Me animé a probar, a intentarlo. Y me di cuenta de que si te lo crees, y lo intentas, puedes hacerlo. Yo supe que era capaz de subir Damavand (de 5.610 m) estando allí, intentando subirla. Luego, muy poco tiempo después, otra vez de casualidad, surgió la oportunidad de hacer un viaje para intentar subir un poco más alto, y en una semana decidí que me iba a Muztagh Ata (7.509m), en la cordillera asiática de Kunlun. Sucedió lo mismo, estando allí me di cuenta que sí que podía y, simplemente, lo conseguí» cuenta, dejando caer las palabras despacio y recalcando, una y otra vez, la idea de que para llegar más lejos sólo se necesita intentarlo y tener la paciencia y la humildad de ir paso a paso, con los sentidos bien abiertos para aprender y avanzar segura.
Fue así, paso a paso, como (tan sólo 6 años después de empezar a hacer montaña) Parvaneh Kazemi hizo historia del alpinismo en el Himalaya, ascendiendo en la misma semana el Everest y el Lhotse (de 8.848m y 8.516m, respectivamente) y convirtiéndose en la primera mujer en lugar una proeza semejante.
Luego, vinieron muchas cosas más: «Hasta que fui al Himalaya, compaginaba mi trabajo como profesora de matemáticas con las salidas a las montañas. A partir de aquello, decidí hacer del alpinismo mi vida, así que dejé mi trabajo y me dediqué a viajar y a formarme para ser guía de alta montaña, que es de lo que actualmente estoy trabajando, principalmente en Irán. Y, es curioso, porque ahora no soy capaz de contar las veces que he ascendido el Damavand, un lugar que supuso un reto enorme cuando fui la primera vez: he estado allí muchísimas veces, en todas las estaciones, sola y acompañada por personas muy distintas…», reflexiona, sonriendo y remarcando profundo la forma en la que cambian las perspectivas.
Para ella, las montañas son maestras muy poderosas, capaces de enseñar lecciones vitales inolvidables, de las que te cambian para siempre: «Cuando fui al Kanchenjunga -8450m-, aprendí muchísimo: aprendí a salvarme sola. Y aunque me quedé a 300 metros de hacer cumbre, me siento muy vinculada a ese lugar, le debo mucho y está profundamente arraigado dentro de mí por todas las cosas valiosas que me enseñó sobre el mundo y sobre mí misma» cuenta despacio, dibujando con palabras el paisaje remoto que describe y enorgulleciéndose de haber sabido escuchar a la montaña y darse la vuelta a tiempo.
El relato de Parvaneh, su metamorfosis vital (natural, discreta, valerosa y paciente) y todas las cimas del mundo sobre las que ha suspirado de alegría y gratitud, extenuada, batiendo récords casi como sin quererlo, suenan en sus palabras a cuento mágico: una narración pedagógica en la que la protagonista, de apariencia frágil pero enorme valía interna, es capaz de mutar de forma y convertirse en una gran guerrera pacifica, sin miedo ni ego, capaz de alcanzar crestas de piedra sobre las nubes y gritar desde ellas, a quién quiera oírla, que el primer paso para conseguirlo siempre es intentarlo. Su ejemplo, desde luego, bien lo demuestra.
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