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La vida en Nepal, en la región de Khumbu, es más sencilla que aquí. Pero mucho más dura. A más de cuatro mil metros de altura el cuerpo ha conseguido sobrevivir. Mientras, los habitantes de aquella zona, cuna de la etnia 'sherpa' –los mejores alpinistas en altura del planeta–, luchan por subsistir. Pemba, que traducido del nepalí quiere decir sábado, se llama así porque nació ese día de la semana. Desde pequeño tuvo claro que sería guía. «Es una vida horrible, pero no me queda más remedio que asumir el riesgo», admite. Ahora visita Cantabria gracias a sus amigos de Himal Mountain Adventure, a los que agradece constantemente «su hospitalidad por haberme traído y hospedado en su casa». Los dueños de esta empresa de viajes de deportes y aventura, Pepe Román y su hijo Pepín, quieren que amplíe «sus conocimientos y que se lleve algo que luego pueda aplicar». Pemba Tenjin nunca olvidará esta expedición. «Ya puedo decir en Nepal que he estado en el techo y en el suelo del mundo, a cero metros», bromea mientras toma café en La Esquina del Arrabal, que regenta un histórico de la escalada cántabra: José Rubio.
El Everest corona el valle de Khumbu. Es su buque insignia. Y, prácticamente, su única fuente de ingresos. A sus 42 años acumula 19 expediciones al techo del planeta –además de un amplio currículum de ochomiles, sietemiles y seismiles–. En trece ocasiones ha conseguido hacer cumbre con sus clientes: porque su vida es eso, facilitar a otros tocar con los dedos la barriga del cielo. Casi nunca sale en las fotos. No le importa. Sabe cuál es su rol. No vive de vanidad, ni tampoco de récords. «En realidad, lo veo únicamente como un trabajo», afirma.
La gran adaptación a la altura de los sherpas y su capacidad de sacrificio les han convertido en imprescindibles, tanto para los alpinistas turistas (los que pagan entre 20.000 y 65.000 dólares por intentar subir) como para los profesionales (a los que pagan las empresas por intentar ascender con retos cada vez más inverosímiles). Son sus ángeles de la guarda y sus mulas de carga. «El día que hacemos cumbre llevamos una mochila con 22 kilos: cinco bombonas de oxígeno, cuatro para el cliente y una para nosotros, todos sus enseres, la comida y el material necesario», relata. «Que ellos no se preocupen de nada, sólo de ascender», dice. Una actitud servicial que rige el estoicismo con el que encaran su profesión. La que les ha tocado.
19 expediciones al Everest (8.848 m.) 13 cumbres.
2 expediciones al Cho Oyu (8.201 m.) 2 cumbres.
2 expediciones al Lhotse (8.516 m.) Una por la famosa y difícil cara sur y otra por la normal.. Sin cumbre las dos.
1 expedicion Lhotse Shar (8.383 m) Sin cumbre.
3 veces en el Shisha Pangma (8.013 m,). Una vez por la díficil cara sur con cumbre y dos veces por la ruta normal sin cumbre.
1 vez en el Makalu (8.481 m.) Sin cumbre.
2 veces Annapurna IV (7.525 m.) Sin cumbre.
1 vez Muztag Ata (7.546 m.) Hizo cumbre.
4 veces Ama Dablam (6.812 m.) Dos veces cumbre.
Island Peak (6.189 metros) 16 ascensiones en total.
Aun así, tocar la cima no es seguro. «Lo importante es que el cliente y nosotros regresemos sanos abajo. Ésa es la verdadera cumbre», apostilla. Y advierte: «Solo con dinero no escalas el Everest». En su opinión, hay tres requisitos imprescindibles: «Estar aclimatado a montañas de entre 6.000 y 7.000 metros, tener una mínima preparación técnica y estar psicológicamente preparado para luchar contra la altura y el clima».
Pemba no para de hacer fotos desde que ha llegado a Cantabria. El choque de culturas le sorprende. «Me ha llamado mucho la atención la máquina que lava los platos (lavavajillas) y los camiones que recogen la basura ellos solos. También ese aparato que limpia los suelos (las aspiradoras automáticas)», exclama. Eso es lo anecdótico. «Aquí la gente es muy agradable, educada y viste bien. Ah, ¡y los perros por la calle no muerden!», profundiza mientras ríe. La gastronomía regional le agrada. «Sobre todo, la tortilla de patata y los bocadillos», cuenta mientras abre unos ojos negros y brillantes. «El pescado, menos, porque está salado», recalca. Precisamente, la salinidad del agua llamó su atención cuando se dio su primer baño en la playa, en Liencres. «Nunca había visto una extensión tan grande y llana», exclama. Tostado por el sol de altura, su piel es tersa. Ni una arruga. Camina en chanclas y muestra todos los dedos de pies y manos: «No se me ha congelado ninguno. Y, a mis clientes, tampoco», señala orgulloso. «La experiencia en los sherpas está cotizada. Y, como en mi caso, tener la fortuna de no haber tenido ningún accidente», recalca.
Que haya venido a Cantabria ha sido un logro. Unos amigos suizos de sus colegas cántabros le consiguieron un visado de turista porque el Gobierno español apenas admite a nepalíes. Este tiempo en Europa lo ha aprovechado haciendo senderismo por los Alpes. También ha visitado Potes y el Parque de Picos de Europa. Allí, el Greim le ha enseñado sus técnicas de rescate. «Ha alucinado», admite Pepe Román. En el Everest no cuentan con tantos medios, pese a ser La Meca del alpinismo mundial.
Lo probó en sus carnes. En 1999. Su primera expedición a gran altura: el Makalu, la quinta montaña más alta del planeta (8.463 metros). Su hermano murió, cree, «por el impacto de un bloque de hielo». Pemba Tenjin estaba cincuenta metros por debajo. Le tocó reanimarlo. No lo consiguió. Ni se planteó dejar su trabajo. Era su única esperanza de futuro. Comenzó como porteador, luego ascendió a cocinero de expedición, después fue ayudante de guía, hasta que por fin se convirtió en guía de altura. También influyó que desde ese momento tuviera que hacerse cargo de su familia –tiene mujer y dos hijos–, sus padres y la familia de su hermano fallecido. Todos comen de su sueldo.
En otoño volverá a las montañas. Hasta que el cuerpo aguante. Allí no existe la jubilación ni las bajas por enfermedad. Pemba es muy crítico con el Gobierno de su país. «Ponlo en el texto, por favor», ha sido su única petición al periodista. «Lo que no puede ser es que paguemos los impuestos que pagamos en tasas por subir a las montañas y que ese dinero no revierta en nada: ni en medios de rescate, ni en infraestructuras, ni en servicios. Normal que la gente quiera marcharse a trabajar a cualquier lado».
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Fermín Apezteguia y Josemi Benítez (ilustraciones)
Iker Cortés | Madrid
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