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Óscar Gorgoza
Jueves, 8 de agosto 2019, 14:49
Ante todo, se trataba de no seguir al rebaño. Alejarse por un sendero atractivo, pero sumamente incierto, cambiar el carril rápido por uno salpicado de socavones, dejar a un lado una existencia programada y cambiarla por una montaña rusa de ilusiones vibrantes y decepciones asesinas. ... Steve House, como el protagonista de Trainspotting, eligió no elegir nada… salvo una vida de alpinista, una adicción como cualquier otra.
En 2005, supo que había acertado: en la cima del Nanga Parbat se abrazó a su compañero Vince Anderson a sabiendas de que acababan de hacer algo muy grande. Habían escalado en estilo alpino la mayor pared del planeta, la vertiente Rupal del Nanga con sus infinitos 4.100 metros de desnivel. Ni cuerdas fijas, ni oxígeno embotellado, ni sherpas…. Tan solo dos hombres con sus mochilas ante un reto tremendo.
Supuso la tercera ascensión de ésta muralla pero, matiz importante, la primera en estilo alpino. Apenas un año atrás, House tocó fondo y estuvo a punto de renunciar a ser quien pretendía ser. Enfermo, tuvo que abandonar en la misma pared Rupal cuando él y su compañero Bruce Miller habían alcanzado ya los 7.500 metros y la cima del Nanga se destacaba sobre sus cabezas.
La decepción le llevó directamente a la depresión, pensamientos oscuros en una encrucijada vital enloquecedora. Decidió esperar en el campo base e intentarlo de nuevo, solo. El sueño de ésta aventura le acompañaba desde que cumplió los 20. Cuando volvió a renunciar, aún más enfermo y sin fuerzas, únicamente la palabra 'fracaso' resonaba en su conciencia.
El alpinismo puede ser un asunto tremendamente complejo o terriblemente sencillo. Todo depende del nivel de compromiso que uno desee abrazar. Los más valientes escalan ligeros; los menos, se parapetan tras toneladas de material y seguridad. Bautizado como el 'profeta de la pureza', Steve House, como uno de sus mentores, Mark Twight, defiende una máxima: «Cuanto más sencillez existe en tus actos, más plenas son las experiencias resultantes».
Para poder escalar en estilo alpino en cualquier gran montaña del planeta, es decir para completar escaladas «limpias, ligeras y rápidas» (House lo denomina 'el buen estilo'), el norteamericano (Oregón, 1970) tuvo que aprender primero a comportarse como un alpinista, cosa que aprendió durante un viaje casual a Eslovenia, y después a confiar en sus habilidades. Y para esto último decidió que solo el entrenamiento científico, metódico y regular le concedería las habilidades necesarias para avanzar pese al miedo: «entrenar el cuerpo entrena la mente, y en las montañas la mente es la fuerza principal».
Seguir un estilo estricto a la hora de escalar montañas es también una forma de recordar que no todo vale para alcanzar un fin, es ser fiel a unos principios éticos y estéticos que están ahí para evitar que uno se traicione. Para muchos, el ejemplo de House y de otros como él es puro fundamentalismo, quizá porque su discurso está perfectamente elaborado para convencer, para guiar y no admite como válidas otras formas de entender el alpinismo.
Pero también los mejores alpinistas caducan, más por falta de confianza que por falta de aptitudes físicas o técnicas. Llega un momento en el que la cabeza pide una tregua, quizá una vida 'normal' o, simplemente, los sueños son mucho más grandes que la fe que uno tiene en sí mismo.
Recién cumplidos los 40, en 2010, Steve House sufrió un grave accidente de escalada en Mount Temple. La ayuda sanitaria llegaría muchas horas después, tiempo en el que creyó que no sobreviviría. Fue su catarsis. Descubrió que para convertirse en un alpinista admirado, había fallado a menudo como persona. El alpinismo puede conducir a extremos irracionales de egoísmo: uno escala para sí mismo, compulsivamente, buscando momentos únicos como si uno tratase de recibir un regalo mágico de cumpleaños cada día del año.
En su diario, en 1995, House escribió que solo deseaba ser alpinista y apenas disimulaba su desprecio hacia una vida corriente. En 2017, escribió que ya no se refería a sí mismo solo como un alpinista, sino que le importaba más ser una buena persona que un buen alpinista, «aunque es posible ser ambas cosas a la vez». Ahora dirige un programa dedicado a enseñar a los jóvenes cómo convertirse en alpinistas de la forma más segura posible, y ha reunido en un libro sus mejores recetas de entrenamiento: necesita dar en vez de buscar qué regalarse.
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