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ÓSCAR GOGORZA
Miércoles, 18 de diciembre 2019, 14:18
Cuando escuchan que el ego es uno de los grandes motores del montañismo, las 'cholitas' estallan en una carcajada coral. Se ríen como niñas porque no imaginan motivo más estúpido para acercarse a la vida vertical. Se ríen porque en su caso, acceder ... a las montañas es una necesidad vital y, también, un grito de denuncia contra el machismo que rige su vida en Bolivia. Su forma de reivindicarse tiene, además, un toque estético: escalan montañas vestidas con el atuendo tradicional indígena.
La semana pasada, cinco de las llamadas 'cholitas escaladoras' pasearon su mensaje y su estética por el BBK Mendi Film Festival, donde se daba el estreno mundial de un documental firmado por Jaime Murciego y Pablo Iraburu. Además, las cholitas escaladoras de Bolivia viajan a España para presentar en un festival un buscarán ayuda internacional para hacer su siguiente sueño realidad, subir a la cima del Everest.
Cuatro de las cinco cholitas están casadas con guías de montaña y Liita, la única soltera del grupo, es hija de una de ellas, Dora. Cuentan entre 23 y 54 años de edad. «'Cholita' viene del término 'Chola', que es la mujer Aymara de la Paz. 'Cholita' es un diminutivo cariñoso, o una forma de designar a una soltera. Llevamos el atuendo tradicional de la mujer de La Paz, que consiste en los zapatos, las enaguas, la pollera (falda), la manta el sombrero y las joyas. El sombrero se ha modificado con el tiempo: tras la colonización hubo una mezcla de aymaras y españoles. Los primeros vivían en el altiplano (sus faldas eran de lana de oveja y el ala del sombrero era hacia abajo) pero bajaban a la ciudad a vender sus productos. Entonces los españoles compraban sus productos y se dio un mestizaje. La ropa es una mezcla de lo español con lo del altiplano», explica. Su atuendo las distingue, las destaca y reafirma. Tienen la misión de traer a su país vientos de cambio, extraer a la mujer del reino no deseado de su hogar. Todo empezó por la fuerza de la costumbre y la curiosidad. Se dice que amamos lo que contemplamos de forma cotidiana. Varias de estas cinco 'cholitas' cocinaban para los clientes de sus maridos, les veían desaparecer bajo la luz de las lámparas frontales y regresar frustrados o dichosos. ¿Qué es lo que encontraban allá arriba que les alterase así el carácter, que les animase incluso a pagar por alcanzar la cumbre?
«Creció en mi la curiosidad de ver qué encontraban allá arriba, qué sentían. Conocía el material porque a veces ayudaba a los clientes a ponerse las botas, ajustarse los crampones, el arnés, la cuerda… Mi esposo me ayudó y me lo explicó todo. Me animó a practicar y a usar el equipamiento… practicábamos en el glaciar y mi esposo me decía que tenía que ser autónoma», se sincera Dora mientras mira de reojo a su hija Liita, sentada a su lado y que recoge el testigo. «Mi padre me llevaba al monte desde pequeña, aunque si solo había hombres a veces prefería que no fuese. Pero yo siempre tuve la ilusión de hacer cumbre. Voy a ir algún rato…, solía decir hasta que tuve la oportunidad de escalar el Huayna Potosí (6.088 m). Lo pasé tan mal que juré que nunca más volvería…», ríe Liita.
Profesora en La Paz, Liita se inclina especialmente del lado de las niñas «porque son muy vulnerables y les doy el mensaje de que peleen y trabajen por sus sueños, que alcancen sus cimas. A los niños les enseño a que respeten a las mujeres, lo cual es difícil porque sus familias siguen siendo machistas. También les enseño a todos que no se den por vencidos», asegura, consciente del enorme trabajo educativo que queda por hacer.
La pregunta es siempre la misma, aunque la respuesta suele variar enormemente: ¿qué encuentran en las montañas? En este caso, las cinco interrogadas esgrimen idéntico botín: «libertad». También paz. O una fuga del hogar, de las obligaciones de lo cotidiano. Lidia: «Encuentro una paz inmensa. En casa hay problemas que en las cumbres no veo. Me libero de todo lo que me pesa. Me gusta transmitir esto a mis hijos». Dora: «Yo no sabía que las vacaciones existían. Solo trabajaba. Nunca salía de casa. En las cimas te olvidas del estrés, de la bulla, me siento libre de todo… feliz me siento…». Cecilia: «Estoy enamorada de la libertad que encuentro en la montaña. Soy feliz. El contraste con estar encerrada en casa es brutal. Viajar era un sueño. Llevamos la pollera en alto», estalla en una carcajada. Liita: «En las cumbres encuentro a padre, mi héroe, que peleó mucho para que escapase del ambiente machista y tuviese mi libertad».
El 17 diciembre de 2017 las 'cholitas escaladoras' alcanzaron la primera cumbre. En enero de 2019 viajaron al techo de América, el Aconcagua. No se engañan. Saben que la cumbre que verdaderamente persiguen tardará años en llegar.
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