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Son las 13.00 horas. «¿Dónde estoy? Aquí todo parece estar muy abajo». Como para no... Es el techo del mundo. Juan Carlos González González (Castro Urdiales, 1952) está exhausto y desorientado. Mira a su alrededor y todo es diminuto. Diez minutos de soledad en las puertas del cielo hasta que llega su sherpa, Lackpa. Lloran juntos. «Vamos, que aquí no hay más que hacer», le dice el castreño a su compañero de cordada. A 8.848 metros de altura la vida pasa por delante sin permiso, y la cumbre del Everest no admite sobornos. Cada segundo allí arriba tiene un precio incalculable.
«Disfrutas subiendo y viendo lo que ves. Pero luego en la cima suspiras y para abajo», sentencia veinte años después el primer cántabro en ascender la montaña más alta del planeta (2000). Desde entonces, cuando llega el 27 de mayo, en casa de los González «se celebra como si fuera un cumpleaños o algo así». Y es que en aquel coloso, Juan Carlos perdió la vida un par de veces y la recuperó sin darse cuenta. «En la bajada resbalé y... Pensé que allí se acababa todo», recuerda. Pero no, unas rocas se interpusieron entre él y el abismo. Más tarde la niebla le dejó ciego. La montaña no había dicho su última palabra y en pleno descenso se disponía a cobrase la osadía de aquel castreño tozudo que acababa de vencerla. «Tuve que dormir en un vivac a menos treinta grados y esperar a que aclarase porque, sino, no iba a salir vivo de allí».
Fueron diez horas de desafío. El hombre contra la montaña. A las 04.00 horas, Juan Carlos se levanta. «La cabeza no me iba bien, pero sabía lo que tenía que hacer». No hay tiempo para pensar porque el reloj en el Everest se envenena. «Tiré para abajo y en el segundo escalón vi al sherpa, que se había adelantado, y a Gustavo Lisi», rememora el castreño. Ya no está solo. El corazón se acelera. «Allí todo me parecía que iba bien, pero es cierto que los dedos los notaba raros. Se me cerraban». Lisi fue su compañero en la ascensión, junto al sherpa, hasta escasos metros de la cumbre donde el argentino se dio la media vuelta. La montaña pudo con él y no le dejó retarla más. «Nos costó bajar al Campo III y un mundo al Campo I». Allí se camina despacio, pero la vida se decide en segundos.
EL RECUERDO
EL MOMENTO
EL ORIGEN
Silvio Mondineli y Mario Merelli son dos italianos que pertenecen a su expedición. «No nos dejaron quedarnos a dormir en el Campo I, nos subieron a buscar para bajarnos al Campo base», indica Juan Carlos, al que con sólo escuchar su voz se adivina, dos décadas después, lo que pasaba por su cabeza en aquellos momentos. «Me hicieron las primeras curas y ya vi que aquello tenía mala pinta». La noche a la intemperie por encima de 8.000 metros de altitud no hace prisioneros. Aquellas diez horas cobijado en un vivac y resignado a su suerte se cobraron siete falanges de los dedos de sus manos. «Al principio no noté nada, pero mientras bajaba ya vi que los dedos se me cerraban solos», rememora el castreño.
Todo aquello ocurrió el 27 de mayo de 2000 y en su posterior madrugada. La culminación de un reto que surgió meses antes. «Me lo ofrecieron y dije sí sin pensarlo», explica con la misma ilusión que hace dos décadas. «Para mí era un sueño; fui con la intención de estar en el Campo base y poco más, pero cuando estás allí...». Compartió expedición con la flor y nata del alpinismo de entonces, como los miembros del famoso programa de televisión 'Al filo de lo imposible' o una de las pocas mujeres en subir los catorce 'ochomiles' de la tierra, Edurne Pasaban: «Ella fue la que me convenció de que podía hacer cumbre».
Una semana antes, las predicciones invitaron al intento a cumbre. Era el 21 de mayo. «Sin embargo, cuando estábamos en la primera arista, a 8.500 metros, tuvimos que abortar y bajar», lamenta Juan Carlos, que recuerda cómo un resbalón de uno de los compañeros le produjo la muerte. «No lo volvimos a ver. Rodó y...». La montaña se defendía a su manera. Siete días después y tras doce horas de ascensión desde el Campo III (8.500 metros) llegó al techo del mundo. A su regreso, Juan Carlos estuvo ingresado en un hospital de Zaragoza más de un mes recuperándose de sus heridas y de las siete operaciones a las que fue sometido. La última en noviembre de 2001. «Doctor, ¿estoy bien ya?», preguntó. Cuatro meses después ascendió el Aconcagua (6.962 metros), en Argentina, y a los siete años hizo cumbre en el Cho Oyu (8.201). Debido a sus secuelas fue jubilado como empleado de Correos. Desde entonces no pasan dos días sin que se le pueda ver caminando en vertical. Si el teléfono suena y no lo coge, Juan Carlos está en el monte. «Allí no se va a hablar. Lo llevo por si lo necesito». Desde aquel mayo, todo lo que ve es más pequeño. Ese día sólo podía mirar para abajo.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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