![Escalar sin cuerdas, un exclusivo ejercicio sin margen de error](https://s2.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/201910/03/media/cortadas/escalar1-k82B-U90310596465sDB-1248x770@Diario%20Montanes.jpg)
![Escalar sin cuerdas, un exclusivo ejercicio sin margen de error](https://s2.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/201910/03/media/cortadas/escalar1-k82B-U90310596465sDB-1248x770@Diario%20Montanes.jpg)
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ÓSCAR GOGORZA
Jueves, 3 de octubre 2019, 14:23
De pronto, la escalada en 'solo integral' salta a las portadas de los medios no especializados. Tienen la culpa las imágenes impresionantes de Alex Honnold en El Capitán (Yosemite, EEUU) y su oscarizado documental, o el relato estremecedor de Jim Reynolds escalando y desescalando ... los 1.500 metros de la ruta Afanassief al Fitz Roy (Patagonia argentina).
Medios del prestigio de National Geographic y demás diarios generalistas, actúan como amplificadores de esta inusual manera de acometer una pared, esto es sin compañero, sin cuerda, sin más seguridad que la fuerza y la habilidad de sus protagonistas. Tanta publicidad ha terminado por poner en alerta a ciertos alpinistas, como el argentino Rolando Garibotti, un especialista del alpinismo patagónico preocupado por el efecto llamada que el relato y la comercialización de las ascensiones sin cuerda pueden generar entre los jóvenes escaladores.
Nunca se sabrá, sin estudios serios o encuestas fiables, si el 'solo integral' gana adeptos dispuestos a alcanzar la fama de Honnold, pero lo que sí es cierto es que la escalada sin cuerda es tan antigua como el propio alpinismo. Al mismo tiempo, escalar sin la seguridad de la cuerda es algo sumamente inusual y que concierne a un porcentaje diminuto de todo el espectro de escaladores tanto del pasado como del presente. Especialmente de un presente que contempla una sociedad cada vez más obsesionada con evitar cualquier tipo de peligro.
Escalar sin cuerda es como plantearse alcanzar la última planta de un edificio escalando su fachada en lugar de tomar las escaleras. ¿Cuántos vecinos podrían siquiera imaginar una forma tan radical de subir? Lo mismo ocurre con la escalada: una cosa es poder escalar sin cuerda y otra bien diferente es planteárselo o ser capaz de llevar a cabo semejante acción.
El reto psicológico es de tal envergadura que resulta impracticable para casi todos. Javier Alonso Aldama fue uno de los mejores alpinistas vascos de finales de los años 70 del pasado siglo. Bulímico y superdotado, firmó primeras ascensiones nacionales y numerosas aperturas hasta que un accidente, a los 23 años de edad, frenó un futuro cuyos límites parecían lejanos. «No creo que de pronto vaya a ponerse de moda escalar sin cuerda, pero es un hecho que es una forma de escalar que lleva décadas empleándose. Me viene a la memoria Paul Preuss, un radical y visionario que decía que solo deberíamos escalar aquello que luego podemos destrepar», observa. El caso es que Javier Alonso Aldama escaló con frecuencia en 'solo integral', igual que el núcleo duro de sus compañeros de cuerda. «En mi caso, y creo que hablo por todos mis amigos de la época, nos influyó radicalmente el libro El séptimo grado, de Reinhold Messner, uno que escalaba a menudo sin cuerda y que decía que para mejorar había que ser capaz de escalar 400 o 500 metros de quinto grado sin cuerda. Muchos días, en Atxarte, era frecuente vernos a cada uno en una vía, todos sin cuerda», recuerda. Alonso Aldama no cree haber pasado miedo escalando en 'solo integral', quizá porque siempre escogía vías que estuviesen por debajo de su capacidad máxima. «Solo una vez pasé apuros, en una vía de Picos de Europa que tenía un rápel. Como no llevaba cuerda tuve que destrepar y no fue del todo agradable». Pero lo que más recuerda son los motivos para escalar en solitario: «la sensación de ligereza, de fluidez, la libertad de no tener que parar para montar reunión y esperar al compañero, devorar los metros de pared con rapidez…» Ni rastro de razones ególatras, de comportamientos para la galería, simplemente el deseo de crecer como alpinista, de imitar con respeto a los más grandes. Hoy en día es casi impensable encontrar a un escalador sin cuerda en Atxarte.
Sin embargo, sí existe un registro de grandes escaladores en solo integral: Dan Osman, Wolfgang Gullich, Peter Croft, John Bachar, Alex Huber, Steph Davis, Catherine Destivelle, Patrick Edlinger, Alain Robert, Patrick Berhault, Ueli Steck, Dani Arnold, Paul Preuss, Brette Harrington, Maurizio Zanolla… o Jordi Corominas y Carlos García, por citar nombres de referencia de una lista aún más abultada.
Honnold también creció deseando imitar tipos como Peter Croft o John Bachar, y algo más tarde a Dean Potter. En Estados Unidos nunca han sido mal vistos los escaladores que prescinden de la cuerda, aunque Honnold ha llevado ésta practica hasta límites aterradores. Sin embargo, entre las claves que manejan los escaladores sin cuerda se encuentran dos variables: la calidad de la roca y el grado de dificultad de la vía. No es lo mismo la solidez del granito del Capitán que la caliza quebradiza que puebla nuestra geografía. Y no es lo mismo escalar en su límite que hacerlo muy por debajo. El documental Free solo, premiado con un Oscar, es el relato de la primera ascensión en libre y en 'solo integral' de una vía del Capitán. La ruta, con una dificultad máxima de 7 c, es elevadísima, aunque por debajo de lo que puede dar un escalador como Honnold, cerca de alcanzar el noveno grado. Contrariamente a lo que cabría imaginar, Honnold considera que esa fue una de sus ascensiones sin cuerda más «seguras». Había ensayado tantas veces los movimientos que apenas cabía margen para el error, considera. En cambio, opina que aquellas ascensiones emprendidas en lugares como Riglos (Huesca) o Taghia (Marruecos) realizadas 'a vista' (es decir sin haber escalado con anterioridad la ruta) fueron mucho más comprometidas y apenas merecieron la atención de los medios de comunicación.
Los escaladores sin cuerda se conceden mucho margen de maniobra, se aseguran de que el reto físico sea mucho menor que el envite psicológico: podrán caerse por un error, un resbalón, o el impacto de una roca, pero no por ser incapaces de leer un paso o por puro cansancio . Así, cómodos en la pared, pueden gestionar el estrés inherente a su ejercicio con cierto distanciamiento para poder hacer de su actividad algo «normal». El guía pirenaico Rémi Thivel, capaz de escalar la cara norte de las Grandes Jorasses sin cuerda, siente «los piolets y los crampones como si fuesen mis dedos. He hecho muchas vías en solitario sin conocerlas, pero tomando mucho margen con el nivel técnico y haciendo cosas mucho más fáciles de lo que puedo hacer encordado», matiza. De visita en Bilbao en 2014, el recientemente fallecido por un alud, Hansjörg Auer, uno de los alpinistas europeos más comprometidos con el solo integral explicaba así su pasión: «todos hemos intentado escalar sin cuerda, de niños, en la zona donde jugábamos. Quizá vimos una escalera o un bloque de madera e intentamos escalarlo. Esos niños que escalan sin cuerda tienen el sentimiento de que les gusta, pero la mayoría de los niños tiene miedo, se asusta y no lo hace más. Cuando hice mi primer solo, en una vía fácil de 20 metros, tuve la sensación de que eso era lo que me gustaba, me hacía sentir cómodo y de alguna manera me hacía feliz», recuerda.
Jordi Corominas firmó la primera repetición de la mítica 'Magic Line' al K2 sin compañeros. Al alcanzar la cima, su mayor miedo era confundirse de vertiente y bajar hacia China en vez de tomar la ruta clásica. No cabe mayor compromiso. «Si, el compromiso por la altura, el frío, la ruta, es fuerte, pero cuando estás allí, lo piensas y al final decides si con las cartas que tienes puedes hacerlo. Pero siempre estamos jugando en una línea que… y no por el solo, sino por la montaña. Estás seguro que lo puedes hacer, sino sería un suicidio o una locura», recalca.
No todos sobreviven. Grandes escaladores han perecido en éste ejercicio: sencillamente aún teniendo muchas, no tienen todas las cartas en sus manos, algo tan obvio que permite asegurar una cosa: las paredes no van a llenarse de escaladores sin cuerda.
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